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Domingo, 15 de mayo de 2016

ANDRéS NEUMAN

VOLVER O REGRESAR

Doce años después de la primera edición de Una vez Argentina –que resultó finalista del Premio Herralde– Andrés Neuman reeditó aquella novela iniciática, en otra editorial y en una versión corregida, revisada y aumentada pero también reescrita: está convencido de que todo libro es siempre un objeto inacabado. Y por estos días, además, presenta su nuevo libro, Barbarismos, un homenaje satírico al diccionario tradicional, colección de neodefiniciones originalmente publicadas en el diario español ABC que, actualizadas y en algún caso reformuladas, son una muestra provocadora de observaciones sobre algunos de los conceptos más urgentes de estos tiempos.

 Por Mara Laporte

Conocer a Andrés Neuman es conocer a alguien que siempre parece estar volviendo. Cruzando océanos hacia un lado y otro, volviéndose a narrar, visitándose una y otra vez en la escritura.

Entrevistar a Andrés Neuman es descubrir, quizás redescubrir, que la vuelta es también un concepto ambiguo. ¿Volver a dónde y desde dónde? ¿Es posible en realidad volver? Quienes vivimos durante años a distancia geográfica de nuestras raíces compartimos la certeza de que la vuelta es quizás un acto endeble, cuando tiempo y geografía se alían para cuestionar la posibilidad efectiva del retorno. Neuman, “hispanoargentino” que vive en España, vuelve a la Argentina y regresa a España para después volver, en una de sus tantas vueltas a Buenos Aires, profundiza:

–Yo haría un matiz entre volver y regresar. Por un lado, volver es el verbo tanguero por antonomasia y, por lo tanto, tendría algo de retroceso en el tiempo. Sin embargo, etimológicamente, regresar es dar un paso atrás. Entonces, quizás sí se pueda volver en términos de ir de nuevo al lugar donde se estuvo, pero no se puede regresar. Porque los lugares y sus habitantes son siempre dinámicos, y volver a un lugar implica que ni uno ni el lugar seguirán siendo los mismos. Una de las fantasías del exilio es la idea nociva de poder regresar, de congelar tu pasado y rehabitarlo cuando sea posible. Y el pasado como territorio idealizado puede ser un obstáculo para operar transformaciones en el presente. A mí me gusta volver a mi país natal, aunque sé que no puedo regresar. Nadie puede regresar a ninguna parte.

Desde esa conciencia consensuada de la imposibilidad del regreso se plantea en esta entrevista recorrer la reescritura, revisiones, reajustes narrativos y emocionales en la obra –y vida– de Andrés Neuman. Asumiendo una conversación regada de prefijos RE que siempre son un “volver a”.A un lugar, a una historia, a un texto.

DOS VECES ARGENTINA

Doce años transcurrieron desde la primera edición de Una vez Argentina, aquella saga familiar que narraba la historia de la propia familia de Neuman y que en su momento le valiera, al entonces veinteañero autor, la consagración como finalista del Premio Herralde de Novela. Hoy, bajo un nuevo sello editorial, Neuman lo ha vuelto a hacer. Una nueva versión de Una vez Argentina se ha vuelto a publicar, corregida, revisada y aumentada, pero también reescrita por un autor que se mantiene firme en la convicción de que todo libro es siempre un objeto inacabado.

–Creo que se juntaron dos inquietudes– explica Neuman a propósito de su decisión de volver a Una vez Argentina. –Por un lado, yo soy partidario de la reescritura como parte de la escritura misma: no distingo mucho entre esas dos instancias y me parece que la pretensión de declarar finalizado un texto es un artificio dudoso. Porque creo que una prosa, cuantas más capas tiene, más tensiones conlleva, y del mismo modo que una historia se puede contar mejor después de un tiempo, una prosa se formula mejor a sí misma cuando va al encuentro de su lenguaje en otro momento de su trayectoria. La reescritura, para mí, es otra manera de entender el lenguaje. Hay una segunda razón, con este libro en concreto que es historia de mi infancia pero sobre todo de mis ancestros. Tras la primera publicación, yo no dejé de recopilar información, cartas y fotos de mis parientes, no dejé de entrevistarlos. Entonces, con todo lo que fui acumulando, se formó lo que llamé ‘el cajón del miedo’, una cantidad abrumadora de material que de pronto sentí la necesidad de agregar. Y si a eso sumamos la aparición de Internet, esa herramienta poderosísima de información con la que entonces no contaba, todo conspiró para que yo retornara al libro e hiciera algo mucho más intenso que un editing: volverlo a escribir.

Así, la reedición de Una vez Argentina –que ya desde el título constituye el cronotopo bajtiniano perfecto, tiempo y lugar distantes en apenas tres palabras– resulta un libro nuevo y también la metáfora exacta de su autor, su vida y su poética.

Andrés Neuman no narra lo que recuerda, él narra para recordar. Su propia historia y la de sus antepasados, en una línea que va y vuelve desde la huida del bisabuelo Jacobo de la Rusia zarista, atraviesa una riquísima saga de familiares-personajes que cruzan de un siglo al otro como cruzan continentes y acaba en su propia infancia y el momento del exilio. Porque lo que Neuman viene a contar, hilvanando su relato familiar con la historia del país, es también la historia de una nación de inmigrantes cuyos descendientes emigran.

Que esta nueva edición de Una vez Argentina supone un nuevo libro queda claro desde el principio. Desde esa carta de letras temblorosas de la abuela Blanca que inaugura la historia y es punto de fuga de todo lo que vendrá después. “Tengo una carta y una memoria asustada”, contaba el narrador en la primera edición, para salir de ese susto adjetivado y volverse ahora una memoria “inquieta”.

¿Implica este cambio de adjetivo en el comienzo de la historia el reflejo de una evolución, de cierta liberación de culpa y miedo por parte de la voz narradora?

– Absolutamente. Porque en el camino hubo exploraciones que me asustaban. Sin embargo, las fui superando. Abrí el cajón del miedo y dije: “es ahora o nunca”. Sí, ese primer reemplazo de adjetivo explica todas las demás decisiones que fui tomando en el libro.

LA LENGUA MEZCLADA

Una de esas decisiones fundamentales que tuvo que tomar el autor sin duda tiene que ver con la voz narradora. En este sentido, podríamos decir que Una vez Argentina es una crónica familiar que huye de la autoficción al uso. Narrada en una primera persona omnisciente, distante, colectiva y hasta prenatal –ya que el narrador relata en primera persona incluso hechos ocurridos 77 años antes de su nacimiento– desactiva desde el comienzo el primer verosímil de la literatura autorreferencial: el hecho de que el narrador en primera persona sólo cuente lo que pudo haberle pasado. Y tan particular resulta en esta novela esa construcción de la voz narrativa como la dislocación entre un narrador argentino que habla con acento ibérico y el resto de personajes, que hablan en perfecto “argentino”. El Neuman autor-inmigrante-personaje reflexiona:

– Me parecía tan importante que el narrador fuese hispánico como que los personajes hablasen en porteño. Por un lado, la voz narradora, que recuerda con palabras que sólo pueden haberse adquirido en el exilio; por otro, las voces de personajes que están acá y a los que hago hablar desde un esfuerzo de reconstrucción, utilizando mi memoria auditiva del argentino. Porque yo aprendí a hablar acá, y mis primeras palabras las pronuncié con acento argentino. Y aunque eso en mi vida cotidiana ya se perdió, cuando pienso en mis abuelos o mis padres, inmediatamente el oído se me eriza y se me desvía hacia otro lado. Entonces lo más honesto con mi memoria era escenificar esa fractura, en vez de decretar artificialmente una resolución del conflicto. Un conflicto que para mí es permanente: yo vivo dudando de mi idioma materno: acá y allá, no sé bien cómo decir las cosas. Y escribo desde ahí, desde esa especie de neurosis lingüística que es también una palanca para mover cosas. Porque, en el fondo, tener un problema con tu lengua materna es necesitar literatura. Y esta dualidad de acentos en el libro me permitió recordar como yo recuerdo, con una lengua mezclada, de dos orillas.

Una vez Argentina es también una novela que se oye. Un relato en el que el narrador presta su oído a otras voces, provenientes de personajes de carne y hueso que el autor sintió la responsabilidad de rescatar.

– Con el tiempo –reflexiona Neuman– cuando asumimos tanto la idea de mortalidad ajena como la propia, cada recuerdo del ancestro se transforma en algo a punto de desvanecerse. Y surge el impulso de intervenir para preservarlo.

Y quizás la Literatura también sea eso: la conciencia de finitud vuelta escritura.

– Por supuesto, como dice la primera página del libro, escribimos también por “miedo a desaparecer antes de haber hablado”. Y esto está relacionado también con la búsqueda en la memoria ajena. Todo recuerdo personal es también colectivo y eso que creemos recordar, sobre todo lo relacionado con nuestra infancia, en realidad nos es narrado e inoculado por otros y es imposible distinguir entre el “me acuerdo” y el “me contaron”. Sobre esa ambigüedad se sostiene toda la cronología de la novela.

Asumir esta perspectiva implica también asumir la realidad de las omisiones, los silencios familiares tanto como los del propio país.

– Exacto. Un ejemplo muy drástico, central para mí en lo personal: en la primera versión de la novela yo contaba el secuestro y tortura de mi tía Silvia, que estuvo detenida en el Regimiento Patricios y reapareció al cabo de un tiempo. Lo contaba a través de una elipsis respetuosa, que era el relato de su cautiverio desde la perspectiva de mis familiares, que la buscaban. Porque a mí se me dijo que ella no quería hablar de eso, y consideré respetuoso asumir ese silencio. Una década después –con la edad uno gana preguntas y ciertas osadías–, me dije ”yo le pregunto” y si no quiere contarme, ya me lo dirá. Y resultó que ella reaccionó con toda naturalidad y, con la mayor serenidad, me contó todo. Entonces, ese capítulo incorporó el punto de vista más importante: el de la propia secuestrada. Y a mí me dejó perplejo no sólo porque lo que contó fue terrible sino porque me hizo pensar: ¿ella tenía miedo de contar o nosotros temíamos preguntar? Y esa duda de quién es el del miedo, ¿hasta qué punto no es alegórica de la memoria histórica de un país?

Construirse en la memoria de los otros y a la vez reconstruirlos en la escritura. En esa dinámica de ida y vuelta, Neuman recupera muchas voces, como la del abuelo Mario, fundamental tanto en la vida del autor como en lo que simboliza en la historia. ‘Te recuerdo bien, Mario, no te conocí mucho’, le dice el narrador a su abuelo, en una de las frases clave del libro.

Una vez Argentina. (reedición) Alfaguara 296 páginas

– Esa frase es el resumen de la relación con los ancestros: escribirlos porque no los tuve. Me interesa esa nueva variante imaginaria de la elegía, que es la elegía de lo que perdimos porque nunca tuvimos, el cruce entre imaginación, pérdida y reconstrucción.

Y es Mario el que planta el árbol, la simiente, el legado al futuro.

– Todo parte de una anécdota por la que guardo un amor incondicional: el día que mi abuelo me llevó a plantar un árbol, poco antes de morir. Él era médico y sabía que se moría, pero yo lo ignoraba. Entonces decidió que lo último que haríamos juntos sería plantar un sauce en un terreno familiar. Y a veces siento que toda mi vida ha sido la relectura de ese episodio. Mi abuelo me legó un objeto con raíces que crecen y se profundizan, que está en un lugar pero también asciende, da sombra, refugio, a veces es sequía. Y todo eso que le pasa a un árbol le puede pasar a un recuerdo. Con el tiempo vi que mi abuelo ese día me había llevado, más que a plantar un árbol, a sembrar una metáfora.

Y esta reconstrucción en la escritura que es la segunda versión de Una vez Argentina, Andrés Neuman la dedica a su madre, Delia Galán, esa mujer “que tuvo cuatro cuerdas”:

Barbarismos. Páginas de Espuma 136 páginas

– Cuando escribí la novela por primera vez sabía que los testigos desaparecerían y el motor de la escritura era que ellos me contaran y yo contar lo contado antes de que murieran. Nunca pensé que quien primero moriría sería mi madre, un par de años después de esa primera publicación que luego entendí como despedida anticipada, porque toda la novela está recorrida por la recuperación del que no está y la pérdida futura del que todavía es. Entonces, la biografía y la ausencia de mi madre completan el círculo de mi vida, porque ella nació acá y murió en España, y para mí es extremadamente gráfico que su cuna esté en una orilla y su tumba en otra, porque eso me divide para siempre. Para mí lo materno ya es eso: ir y volver. Mi madre era un lugar y era dos. Y para reencontrarme con ella yo tengo que ir y volver todo el tiempo.

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Imagen: Simon Hurst
 
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