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Domingo, 15 de junio de 2003

ENTREVISTA

Márgenes

Profesor en la Universidad de Santa Catarina (Brasil), el argentino Raúl Antelo es un observador privilegiado (cuando no un artífice) de los procesos de integración cultural en la región. Entre otras publicaciones suyas hay que destacar la edición crítica de la poesía de Girondo para la colección Archivos y Modernidad y transgresión, una recopilación de sus mejores ensayos. Próximamente aparecerá en la colección Escenarios críticos de Caracas Potencias de la imagen, que reúne una serie de conferencias sobre artes visuales.

por Daniel Link

Tanto en Brasil como en Argentina asistimos a un momento de transformación política que vuelve a poner en el tapete la pregunta por la integración cultural de ambos países. ¿Cómo evalúa ese proceso? ¿Qué perspectivas augura?
–No es fortuito que, al regresar de Lisboa en 1492, Martin Behaim deslumbre a sus contemporáneos con un globo terráqueo. Les ofrece a la contemplación no ya lo maravilloso, las promesas de lo nuevo como acto de transformación repentina o fulminante, sino la insoportable presencia de lo global como proceso concomitante de acumulación y dispendio, es decir, como presencia invisible de lo monstruoso. O sea que de algún modo Brasil entra a la consideración de Occidente por esa vía. Así, cuando Montaigne escribe los Ensayos, su atención se detiene, sintomáticamente, sobre la antropofagia de unos indios brasileños llevados a Rouen. Cortemos abruptamente la escena e instalémonos en los años ‘30. Lévi-Strauss, contratado por el liberalismo paulista para crear una universidad moderna, viaja por el interior de Brasil en plena dictadura (que restringe movimientos y controla de cerca a los antropólogos extranjeros). Elabora, en Tristes trópicos, su metáfora de doble sentido, no sólo antropofágica sino antropoemética, en que comer y vomitar van de la mano. Algo, sin duda, mucho más complejo que los ensayos argentinos que interpretan la pampa como pérdida o destierro.
Pues bien, podríamos decir que Tristes trópicos, y con él la antropología estructural, con su suspensión de la historia, más que hablar de un estado del saber europeo, se perfilan como una lectura de la modernización autoritaria brasileña (marca común a Dom Pedro, Getúlio Vargas y a la dictadura militar). Volvamos entonces atrás y recordemos un texto del 900: Los sertones. En él, un periodista, ingeniero militar liberal-positivista, trata de encontrar la materia nacional que se resiste a la racionalización republicana, pero lo que en cambio encuentra Euclides da Cunha a través de su escritura es la paradoja de una “inclusión excluyente”.
¿Qué nos dicen estos fragmentos? Que una cultura tan diversificada como la de Brasil ocupó desde el vamos un papel fundamental en la construcción del orden de lo global. Nos dice que, a diferencia del liberalismo argentino, que imaginó el país como desierto, y de allí pasó a pensar el papel de sus dirigentes como árbitros o legisladores de los trueques, las elites brasileñas no pudieron ignorar la relación de fuerza (plural) que las determinaban a partir de la cartografía imperial. Ulrich Beck ha llegado a hablar de la globalización como de una brasileñización de Occidente.
¿Qué papel podría cumplir la literatura en los procesos de integración regional? ¿Cuáles son las tradiciones literarias que convendría reivindicar para apuntalarlos?
–Las tradiciones se construyen constantemente. De modo muy amplio podríamos hablar, en toda la región, de dos versiones diferentes de modernidad. Tenemos, de un lado, la modernidad pedagógica, que tiene centro, instituciones y metas iluministas que alcanzar. Eso está en Sarmiento pero está también en Mário de Andrade o Antonio Candido. Hay, por otro lado, una forma de entender la modernidad como nada.
La modernidad pedagógica fue hegemónica hasta la dictadura. Aun en los ‘70 se oyó la pregunta de quién, entre los nacidos con el rock y el peronismo, reescribiría el Facundo. Hoy, más que Sarmiento, nos atrae Alberdi (cuya Obra póstuma acaba de ser editada), a quien, en algún momento, Ricardo Piglia identificó alegóricamente como el escritor contra el Estado y contra todos. En ese sentido, César Aira va más allá y da una vuelta sintomática al problema. Le interesa Alberdi por una nada sin resto, una pequeña farsa antirrosista, El gigante Amapolas, que hoy se lee como obra de un aventajado precursor de Jarry. O sea que, contra los universales pedagógicos manejados por Sarmiento, lo relevante en este caso es un saber patafísico de las singularidades o particularidades absolutas, como las llamaría Aira, que se asemeja al procedimiento del modernismo brasileño. Apelando, como subraya el mismo Aira, a promover una lectura distanciada y descentrada, lo cual reinventa el discurso sobre la nación. Es claro que esto invierte los postulados del modernismo pedagógico.
Aceptando las evidentes diferencias culturales entre Brasil y Argentina, ¿qué aspectos de cada cultura podrían enriquecer la de su vecino?
–Más que un sistema de correspondencias, que en última instancia deja intocado un núcleo, que es la guerra simbólica entre naciones, creo que lo fundamental es aquello que ayuda a desmontar el propio estereo-tipo acerca del otro. Al brasileño, dejar de pensar que Buenos Aires tiene más librerías que todo Brasil; al argentino, que Brasil es nación de toda licenciosidad. Sin embargo, una versión radical de la alteridad debe ir más allá. La doble naturaleza de lo uno debe funcionar como un procedimiento de alternancia de velocidades, en que lo que está en juego son la reversibilidad y la torsión, no digo ya de formas nacionales, sino de fuerzas plurales, supra-nacionales.
¿Cómo funcionan las categorías de “límite” y de “márgenes”, que Ud. ha trabajado últimamente, en relación con los procesos de globalización y de integración cultural?
–Prefiero el margen al límite. El límite es último e inequívoco. El margen posee una equivocidad intrínseca que lo vuelve penúltimo. Es siempre liminar a un nuevo sentido. En el análisis cultural, los márgenes son auxiliares fecundos para concebir los intercambios simbólicos. En la política del límite, ese como si, que es el núcleo de toda ficción y todo intercambio, queda aferrado a lo íntimo y descarta las lecciones de lo externo, versión superlativa de lo exter, lo extraño, lo extranjero, lo exterior. Habría por lo tanto que privilegiar el tránsito hacia una posición de margen, ni interna, ni externa sino éxtima. Volviendo a lo que hablábamos antes, pensar el Brasil como lo éxtimo de la Argentina.

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