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Domingo, 6 de julio de 2003

RESEñA

No tan pacatos

SCHNITZLER Y SU TIEMPO.
RETRATO CULTURAL DE LA
VIENA DEL SIGLO XIX
Peter Gay

Paidós
Barcelona, 2002
Trad. Gema Moral, Marta Pino Moreno y Núria Pujol
325 págs.

POR NICOLAS GELORMINI

Advirtamos, a quien se guíe por el título, que este libro no se centra en Schnitzler o en su obra, y menos aún en Viena. Schnitzler y su tiempo es un estudio de la burguesía “victoriana”, denominación con la cual el autor se refiere a toda la burguesía del siglo XIX. Como él mismo confiesa, se trata de una “arriesgada generalización”. Y en efecto, por momentos saltamos de Berlín a Boston, de Londres a París. Peter Gay intenta terminar con algunos mitos y prejuicios con los que algunos historiadores han juzgado las capas medias decimonónicas. Así, el libro resulta ser un intento de rehabilitación, de “desdemonización” de los burgueses “victorianos” en la medida en que “casi todas las causas progresistas que triunfaron en el siglo XX tenían defensores elocuentes y cada vez más efectivos en el siglo XIX”.
Gay confirma su tesis en varios ámbitos. En el mundo de las relaciones humanas, el amor viene a acabar con los matrimonios arreglados y/o por conveniencia. La tan mentada frigidez “no era tan corriente entre las mujeres de clase media como creía Freud”. La ansiedad, producto de los cambios en la estructura económica y los avances tecnológicos, no puede opacar el hecho de que “miles de victorianos anónimos de clase media forjaban su mentalidad sin tener que consultar a un psiquiatra”. El trabajo, hasta ahora considerado como una obsesión del burgués, “se vio complementado con el ideal del ocio”, durante el cual podía encontrar expresión “la extraordinaria diversidad de la mentalidad de la clase media del siglo XIX”.
Una impresionante cantidad de fuentes que incluyen cartas, libros de cocina, autoayuda, espiritismo, etc., aumenta el interés documental que tienen de por sí algunas páginas dedicadas a aspectos de la vida cotidiana en el siglo XIX, por ejemplo cuando el autor analiza las opiniones entonces circulantes sobre la masturbación.
Tampoco falta el diálogo con los grandes filósofos como Marx o Nietzsche, pero aquí surge una de las objeciones que se le pueden realizar a Peter Gay. Y es que el autor discute solamente con sus fuentes y muy pocas veces con historiadores contemporáneos. Una segunda objeción debería señalar que el autor, así como llama “victoriano” a todo burgués del siglo XIX –aunque aclare que “victoriano” no quiere decir en ese contexto “remilgado–, del mismo modo generaliza los prejuicios con respecto al siglo XIX y de esta manera le resulta más fácil rebatirlos. Como todo llamado a la sensatez, a la moderación, el texto corre por momentos el riesgo de convencer pero al mismo tiempo resultar anodino, de enunciar una verdad que interesa poco.
A ese peligro se sustrae el autor sagazmente cuando expone sus conclusiones y dice que “en cierto modo, parece que los victorianos legaron lo mejor que tenían a las generaciones ingratas que les sucedieron, y que los males de nuestro tiempo son invención nuestra”.

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