libros

Domingo, 24 de agosto de 2003

RESEñA

Metáforas de lo nacional

Los Ochoa
Juan Filloy

Interzona
Buenos Aires, 2003
158 págs.

por Abel Waisman

Sí, es cierto que Juan Filloy vivió ciento cinco años, que escribió más de cincuenta libros y que sus títulos llevan todos siete letras. También es cierto que posee el record mundial de frases palíndromas, que se carteaba con Freud y que escribió toda su vida en Córdoba y de espaldas a Buenos Aires. Pero en verdad estas son las clases de cosas por las que se suele recordar, o por las que se pretende transformar a un (gran) escritor en un personaje de la literatura.
En Los Ochoa, primer libro de la saga familiar creada por Juan Filloy (y que se completa con las novelas La potra, Sexamor y Decio8A), se reúnen ocho relatos: “El Juido”, “As de espadas”, “Carbunclo”, “Alatriste”, “Alias Hurguete”, “Zoraida”, “El dedo de Dios” y “Crisanto Funes, domador”. Cada uno está protagonizado por un miembro del linaje de los Ochoa.
El primero de la familia es Proto Orosimbo Ochoa, el patriarca, un gaucho de principios del siglo diecinueve que deambula errante entre fortines y tolderías escondiéndose bajo un par de estrofas del Martín Fierro. Las que comienzan “anduvo siempre juyendo” y lo hacen portador del imposible participio “juido”. Por otro lado, aparte del humor corrosivo y la precisión lingüística que atraviesan todo el libro, en este cuento en particular (y boicoteando la falsa modestia de Filloy), al decir “Esta nativa Saga de los 8A no es un engendro literario sino una concreción de hechos y episodios de seres humanos” puede leerse entre líneas un guiño a la gauchesca. Logra, a través del conocimiento de los códigos rurales, poner en duda la direccionalidad de las jerarquías, en varios niveles: “—¡Guacho! Sotrera pasmao —comenzó—. Te vo’ a enseñar.
—Deslenguao de mierda, ¡no se me desacate!— le retruqué.
—¡Yo desacatarme a vos! ¡Habráse visto!
Le pareció irrisión mi contesta. ¿Ande si ha visto que haiga desacato sólo di’abajo p’arriba? Por más alférez que juese, él se desacató conmigo. yo me cago en los galones cuando no me respetan”.
Pero las inversiones también se dan en el plano de la valoración estética. En una escena narrada al modo de la telenovela más bizarra, Proto Orosimbo describe con envidia la pinta de un grupo de ranqueles entre los que se encuentra el dueño de la mujer con la que él está acostado en ese mismo momento.
El linaje de los Ochoa atraviesa la historia argentina estableciendo una continuidad o más bien una constante que nos devuelve al presente. Los cuentos de Los Ochoa son como anécdotas que pasan. Todo tipo de barbaridades puede ocurrir, pero todo pasa, como los sucesos de la historia argentina. Como en el cuento “As de espadas”: en la cotidianidad de una tarde de estancia, cuatro hombres entre los que se encuentra Primo Ochoa se entregan a las perversiones del truco. La tarde se pasa entre porotos baboseados, guiños, faconazos y mentiras. Todo transcurre con la impasibilidad de la que luego se apropia el olvido. Pero el narrador se ocupa de introducir en los intersticios de la narración las reflexiones sobre el truco que hablan más sobre la especie “el argentino” que sobre el propio juego: “cuando la verdad se esconde en falacias impasibles, nadie sabe tampoco si se retruca al siete de espadas con un cuatro o con un `macho’. El truco es un sistema perfecto en el cual lo inverosímil y la mendacidad conviven campantemente (...) el truco es la aritmética retozona del argentino”.

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