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Domingo, 7 de septiembre de 2003

RESEñA

Perspectiva Oriental

Tres muescas en mi carabina
Carlos María Domínguez

Alfaguara
Buenos Aires, 2003
303 págs.

Por Lautaro Ortiz

Celebrada por Haroldo Conti en la sección final de La balada del álamo carolina, la vida de Julia Lafranconi (1890-1976) es tan sorprendente como la Juncal: tierra arenosa devenida en isla que emergió en el punto cero del Río de Plata (entre las costas de Guazucito, del lado argentino y Carmelo, del uruguayo) allí donde los barcos de Almirante Brown hundieron a cañonazos a los portugueses en 1827. Una isla que fue creciendo por acumulación de sedimentos, camalotes, troncos y arenas (hoy alcanza las 550 hectáreas) y que en 1887 recibió a su primer habitante: Enrique Lafranconi, un hijo de italianos convencido de que el breve suelo (200 metros en ese entonces) se convertiría –por efecto del agua– en un terreno ideal para la plantación de álamos carolina, casuarinas, ciruelos y membrillos. El génesis de la Juncal estaba en marcha, sólo faltaba que Enrique se adueñara de una esclava brasileña (María Concepción) para dar comienzo a una nueva generación en la isla, de la cual Julia Lafranconi -segundo de los seis hijos que tuvo la pareja– será el estandarte.
Tres muescas en mi carabina (ganadora del premio Embajada de España de Novela, 2001) explora la vida de esa mujer temible y respetada que, vestida con ropa de hombre, con una carabina en su espalda y al mando de la embarcación “El tiempo se lo dirá”, comandó el tráfico de comestibles, tractores y hombres indocumentados entre ambas costas, a comienzos del siglo pasado. Pero Julia es mucho más que una curiosidad histórica. En todo caso, la representación de un símbolo: la fundación de un Estado regido sólo por las normas que dicta la naturaleza.
Esta nueva novela del argentino Carlos María Domínguez (nacido en 1955 y autor, entre otras, de La mujer hablada, La casa de papel, Pozo de Vargas y Bicicletas negras y de varias biografías sobre Juan Carlos Onetti, Roberto de las Carreras y Tola Invernizzi) es el resultado de una investigación que el narrador –radicado en Uruguay desde 1989– realizó a bordo de su embarcación por las islas del río más ancho del mundo. Tanto la novela como el trabajo periodístico (titulado “Escritos en el agua”, donde testimonios de vidas se entrecruzan con historia y datos geográficos) plantean una interesante polémica con la mirada “perezosa” que desde la costa occidental hicieron sobre el Río de la Plata algunos escritores como Borges, Lugones, Baldomero Fernández Moreno, Mallea y, sobre todo, Saer, en su mítico libro El río sin orillas. Domínguez demuestra que el imaginario argentino sobre esas aguas (mal llamado “río inmóvil” y “sin grandeza, ni belleza”) dista considerablemente de la perspectiva que poseen los habitantes de la Banda Oriental que –con argumentos vivenciales y no teóricos– lo han bautizado acertadamente: “infierno de los navegantes”.
Dividida en dos secuencias temporales que se van alternando (“Tres muescas en mi carabina” y “Las tierras emergentes”), la estructura formal del texto de Domínguez huele a biblia, porque tal vez ésa sea la verdadera dimensión del río: movimiento constante y fondo impredecible. La historia de “Tres muescas en mi carabina” se desarrolla –como si el nuevo y viejo testamento de los Lafranconi se hubiese mezclado– en dos tiempos: la lucha de la primera generación de la Juncal (Enrique y María Concepción) por vencer la adversidad salvaje de la isla; y la vida de la segunda generación (los hijos) que instauró un puesto seguro para piratas, aventureros y contrabandistas que cruzaban desde Carmelo al Tigre y viceversa. Muerte, soledad y locura giran en torno de los habitantes de esa isla. En la prosa de Domínguez sobresalen, sobre todo, las descripciones de personajes. El relato de las vicisitudes de los habitantes de la isla ante las tormentas o crecidas de las aguas es otra de las virtudes de la pluma del novelista: “el río se había erizado de estrías y enseguida llegó otra racha más fuerte. Los nubarrones que alzaban vientres oscuros y grandes crestas blancas sobre la franja del sur se abrieron en ramillete, unos arriba, por delante de otros, y echaron a correr sobre la escasa claridad del cielo hasta cubrir la tarde de una penumbra mugrienta. El agua comenzó a retroceder, a golpear contra los albardones, recorrida por una onda larga que entraba en los bajos de la isla, una lengua redonda y pesada”.
Tres muescas en mi carabina –que tiene, como el río, crecidas y remansos, pero que nunca deja de sorprender– es una interesante manera de acceder al mundo creador de un argentino que desde hace años viene produciendo las mejores páginas sobre personajes uruguayos.

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