libros

Domingo, 7 de diciembre de 2003

POSTALES DE GUADALAJARA

La feria feliz

POR R. F., DESDE GUADALAJARA

“Les aviso que hoy voy a firmar nada más que mil ejemplares”, advierte Isabel Allende a los responsables del stand de su editorial en la XXII Feria del Libro de Guadalajara. A pasillos de allí, Mario Vargas Llosa diserta sobre la condición utópica de Paul Gauguin y Flora Tristán; Rubem Fonseca, uno de los narradores más saludablemente freak del continente, recoge su Premio Juan Rulfo (su discurso es breve y rulfiano y emocionado en comparación a la aparatosa y prolongada prosapia de los funcionarios que le entregan el premio); Francisco “Paco” Porrúa acepta lo suyo mientras explica epifánicamente que el editor es aquella persona inmóvil que es atravesada por la fuerza luminosa de la literatura (y que sufrió la célebre e intoxicante Venganza de Moctezuma con resignación y buen ánimo); Gabriel García Márquez aterriza de incógnito para entregar el trofeo a Fonseca y cenar con Porrúa y bendecir la presentación de Gaborio, volumen colectivo donde se homenajea su obra y su vida escrita en Vivir para contarla; en cualquier momento llegarán Quino y Maitena, que dejarán manos y muñones a la hora de autografiar dibujando; y el fantasma de Roberto Bolaño (que nunca volvió a su México detectivesco y salvaje, pero que parece no haberlo abandonado jamás) recorre el lugar en boca y en pupilas de todos mientras se descubre –por fin– que los jóvenes escritores iberoamericanos ya no son tan jóvenes.
Y es que esta XXII Feria del Libro –a diferencia de las polémicas y tumultuosas ediciones anteriores dedicadas a España, Chile y Cuba– respira un aire tranquilo donde las personalidades pesan mucho más que el seleccionado que envió el territorio invitado. Está claro que los un tanto gélidos por desconocidos convocados de esta edición –Quebec– poco y nada tienen que hacer contra la clásica competencia de los clásicos de siempre que, para esta oportunidad, parecieron ponerse de acuerdo para coincidir en días y lugar con espectacular contundencia.
Y ocurre que a la hora de una posible patología de la Feria del Libro -donde la de Frankfurt sería obsesiva y trabajadora; la de Miami se presentaría como psicótica sin estar segura de ser latin o american; la de Londres aparecería como excesivamente flemática; y la de Buenos Aires... ya saben–, la de Guadalajara es algo así como el personaje de James Stewart en Harvey: delirantemente feliz con justas proporciones de trabajo y deals editoriales, desayunos barrocos en el café literario La Estación de Lulio, almuerzos largos y siestas más largas todavía (buena parte de los participantes se hospedan en el Hilton frente al predio ferial, lo que facilita las idas y vueltas), tequila a raudales y fiestas hasta el amanecer, pocas pretensiones de megalibrería (aunque ahí están a buen precio los fértiles catálogos de Era y del Fondo de Cultura Económica, así como libros españoles inhallables en España), salones siempre llenos a desbordar donde lo que importan son los escritores y pocas ganas de programas alternativos como escaparse a ver Kill Bill de Tarantino porque la Feria es igual de divertida. Y mucho menos sangrienta.
Este año, las actividades complementarias a la hora de dejar de hablar de libros tienen que ver con cierto turismo monárquico-antropológico: la futura reina de España, Leticia Ortiz, pasó temporada por estos lados cuando vino a trabajar como periodista al diario local Siglo XXI, diseñado, entre otros, por Tomás Eloy Martínez. Abundan, sí, las leyendas urbanas de tipo telenovela mexicana. Los editores y escritores –así como enviados especiales de las revistas del corazón– no paran de hacer preguntas sobre la susodicha con vistas a un futuro best-seller non-fiction; mientras Isabel Allende –la verdadera monarca del asunto, soberana generosa– ya va por su ejemplar mil ciento cuarenta y siete.
Dentro de un año –número XII–, la fiesta estará protagonizada por Catalunya. Va a estar bueno y va a estar menos tranquilo que este año. Y para entonces, si todo sigue así, Isabel Allende habrá entrado sin prisa ni pausa en el Libro Guinness de los Records y el príncipe Felipe habrá redecorado su hasta ahora palacito de soltero.

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