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Domingo, 21 de diciembre de 2003

RESEñA

El vacío o la homosexualidad

PREFACIOS A LA EDICION
DE NUEVA YORK
Traducción, prólogo y notas de Milita Molina e Isabel Stratta

Santiago Arcos
Buenos Aires, 2003
312 págs.

POR SERGIO DI NUCCI

El uso ambiguo de un secreto ausente fue la prescripción más que veinteañal de la ficción de Henry James. Si el lingüista ruso Roman Jakobson caracterizó a la función poética como la frustración de una espera, ninguna de las grandes esperanzas de los lectores del novelista angloamericano encuentra acabamiento pleno. Nunca se llega a saber cómo son los manuscritos o los muebles quemados por los que los personajes intrigaron durante interminables capítulos, nunca qué son los fantasmas que acosan a una institutriz y a sus educandos, nunca cuáles son los pecados secretos, los vicios de carácter que llevan a los personajes a la ruina o al menos a la pérdida de las ilusiones. En 1915, para el novelista H.G. Wells no había secretos: en el interior de la catedral de la iglesia jamesiana adoraban con reverencia una cáscara de huevo rota, o un gatito muerto; hacia 1950, para el católico Graham Greene el secreto era Satán: James describía el mal in propria persona, que baja de paseo por la londinense Bond Street, amable, sensible, cultivado; en los noventa, para la crítica queer Eve Kosofsky Sedgwick, el secreto es un secreto homosexual.
La frustración se enriquece con los prefacios que James redactó cuando una editorial neoyorquina publicó entre 1905 y 1908 sus obras reunidas, y que ahora se presentan en nueva edición castellana, seleccionados, traducidos, anotados y e introducidos con sendos prólogos de Milita Molina e Isabel Stratta. Los críticos que buscaron en ellos la trama sigilosa que configurara un tapiz sabio e intrincado vieron escamoteadas las claves que añoraban, pero hallaron en su lugar una poética del ocultamiento y aun del travestismo, o, en sus propias palabras, “una especie de vademécum para los aspirantes en nuestra ardua profesión”.
Dos décadas antes de los prefacios de Nueva York, en un texto polémico titulado El arte de la ficción (1884), James había proclamado, con precocidad característica, la primacía estética de la novela, declarada “la más magnífica forma de arte”. Pareja convicción, ya por entonces más compartida, se encontrará en La nueva novela (1914), un decenio después de los Prólogos. Lo mismo ocurre en las miles de páginas que de crítica literaria escribió James (curiosamente, una prologuista dice que los “ensayos de crítica literaria” del autor son “unos veinte”).
Si el arte de la prosa y de la composición novelística fue la causa de la desatención de sus contemporáneos, eso mismo sin embargo le ganó a James una promesa de posteridad a partir de los años cuarenta y cincuenta. James no interviene nunca en sus novelas; los personajes son presentados sólo a través del reflejo que dejan en la conciencia de los otros; son refractados en un complejo juego de espejos. Cuando el juego de reflejos se concentra en un solo espejo, el lector sigue la trayectoria con relativa facilidad; no ocurre lo mismo cuando, como por ejemplo en La copa dorada, los espejos son múltiples, y una misma persona aparece sucesiva o simultá-neamente en conciencias diferentes. En la óptica de James, a la refracción inasible de los caracteres se suma una microscopía indetenible de los detalles.
Los Prólogos son lecciones magistrales de astucia y sigilo literarios. En el centro de cada novela de James hay un secreto que todo el mundo adivina, pero que nadie dirá jamás. Es contrario a las conveniencias exteriorizar lo que se siente, por mucha discreción que se ponga en ello. La explosión es inconcebible en James. Hay algo en alguna parte que se resiste a ser revelado. La mayor parte de los dramas imaginados por Jamestiene por origen el hecho de que alguien tiene un secreto que guardar, y alguien tiene interés en conocerlo. Este secreto es de orden exclusivamente mental; es un verdadero secreto, es decir, una configuración misteriosa de la mente, un recodo de la inteligencia, un recoveco inabordable. Este secreto es todo un amor, toda una vida. Todo transcurre en silencio, salvo el momento en que el silencio se rompe, y, con él, la vida del que lo guarda. El secreto, para James, no debe ser nombrado jamás, y esta última palabra hay que tomarla en su sentido estricto. Para James, el disimulo y la traición son el alma de la sociedad. Osmund, en Retrato de una dama; Juliana, en Los papeles de Aspern; Kate y Densher, en Las alas de la paloma; Charlotte, en La copa dorada, son unos mentirosos. En los Prólogos, James no miente, pero, como en 1915 o en 1990, es el lector el que debe elegir entre el vacío y la homosexualidad.

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