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Domingo, 21 de diciembre de 2003

RESEñA

Es un monstruo grande y pisa fuerte

EL CRIMEN DE LA GUERRA
Juan Bautista Alberdi

Librería Histórica
Buenos Aires, 2003
238 págs.

POR VALENTIN DIAZ

Si hay algo que define el modo de intervención del intelectual es su autonomía con respecto a la esfera del poder político; su práctica, si bien puede volcarse decididamente hacia lo político, lo hace de un modo siempre específico, con leyes propias. Es un fenómeno propio del desarrollo de la modernidad, y su consolidación es el resultado de un proceso. Es por esto que nuestro siglo XIX es un momento cargado de las tensiones propias del nacimiento de ese campo, y Alberdi (junto con Sarmiento) funciona como caso paradigmático, pues los lugares desde los que intervienen públicamente no están del todo definidos, y por lo tanto no funcionan en una exterioridad a priori con respecto al Estado.
El recorrido de Juan Bautista Alberdi está signado, entonces, por los vaivenes de su relación con los gobiernos nacionales. Sus reiterados exilios lo colocan en situaciones variables; y si a fines de la década de 1860, momento de redacción de El crimen de la guerra, su distancia es no sólo geográfica sino también política, es justamente por ello que en su planteo se hace posible la aparición de una dimensión crítica.
El crimen de la guerra comienza siendo un largo y exhaustivo análisis de la guerra, desde un punto de vista básicamente jurídico. Alberdi ha pasado largo tiempo en Francia. A las impresiones generadas por las guerras y conflictos del Río de la Plata, se suma la inminencia de la guerra franco-prusiana. Motivado por un concurso –cuenta en el prólogo–, emprende la redacción del ensayo. Su perspectiva es ahora universal. Se trata de un llamado a la correspondencia entre los ideales del progreso civilizatorio internos de cada Estado con los del pueblo-mundo, según sus palabras. En base a la redefinición del derecho de gentes, se propone alcanzar modos de legislar las relaciones internacionales, para lo cual la humanidad debe representar ese tercero capaz de funcionar como fuerza neutral. A partir de sucesivas sustituciones conceptuales, pasa de la idea de derecho a la guerra a la de crimen de la guerra, para desembocar en la de derecho del crimen.
En este punto el texto se vuelve obsesivo: una y otra vez da cuenta de las causas por las que, si bien –hasta el momento– la guerra funciona a partir de un fundamento legal, esto no implica justicia. Es aquí donde Alberdi realiza el corrimiento fundamental: mientras en las Bases (momento de mayor capacidad de gravitar sobre la política nacional, con un texto que funcionará como modelo de la Constitución de 1853), lo legal, lo verdadero y lo justo no pueden implicar contradicción, ahora su reflexión se eleva al plano de la ética. En este movimiento, una impugnación al poder. “El legislador, no por ser legislador, está exento de ser un criminal.” Ante esto, el texto sorprende: derecho a la resistencia, a la desobediencia; el pueblo como agente del cambio; crítica al ejército como medio de dominio interno, como una forma de política.
Si con las Bases, entonces, Alberdi se erigía (junto con Sarmiento) en figura central de promoción del proyecto de la modernidad, adaptando los ideales liberales a las condiciones de América del Sur, aquí, en su vejez, los planteos, si bien continúan en la misma línea, muestran algunas fisuras, generadas no sólo por su enfrentamiento coyuntural con Mitre y Sarmiento sino también por la dirección que el mundo estaba tomando, que bajo su mirada significaba un desvío.
Esta reedición de El crimen de la guerra tiene valor no sólo para los historiadores. Es un texto que (en algunas zonas más que en otras) resiste una relectura, y sobre todo permite verificar el modo en que el proyectomodernizador ha entrañado desde siempre grandes contradicciones que justifican volver a él una y otra vez.

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