libros

Domingo, 4 de enero de 2004

RESEñA

Traditore

TRADUCIR EL BRASIL
Gustavo Sorá

Libros del Zorzal
Buenos Aires, 2003
254 págs.

Por Jorge Pinedo

La Pedagogía del oprimido de Paulo Freire en los sixties le ventiló la cabeza a más de un docente. Los veinticuatro tomos de El benteveo amarillo, la saga de Monteiro Lobato, resultó para tres generaciones de argentinos una alternativa válida al vanidoso enciclopedismo del Lo sé todo. No menos influencia en la infancia tuvo y tiene Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos. Aquel memorable Las Américas y la civilización, de Darcy Ribeiro, anticipó en un lustro Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Luego, Doña Flor y sus maridos, de Jorge Amado, sazonó la lectura de novelas de este lado del Plata, tanto como Vinicius de Moraes o Chico Buarque de Hollanda abrieron a más de uno las puertas de la poesía. Matilde de Elia Etchegoyen, Haydée Jofré Barroso, Bernardo Kordon, Santiago Kovadloff, Estela dos Santos y Montserrat Mira supieron, entre otros, transportar con fervor e idoneidad aquellos originales brasileños a la lengua del Río de la Plata.
Breve inventario que prioriza los usos de lectura y, por ello, el impacto relativo de un medio cultural sobre otro. Si el criterio fuera, sin embargo, cuantitativo, la magnitud de importaciones de libros del Brasil a la Argentina pasaría, hoy por hoy, a estar signada por Paulo Cohelo. Muy distintas son, claro, las consecuencias.
Gustavo Sorá se precipita con su Traducir el Brasil en este segundo alud de paradojas que es parte del engranaje cultural que reproduce a escala latinoamericana aquellas acuñadas por los otros dos vecinos, los originales, de la Península Ibérica. Atrapado en tamaño remolino, esta investigación de inquietud antropográfica procura revelar “una de las dimensiones centrales de la circulación internacional de ideas, de la generación de bienes simbólicos, de la constitución de las identidades nacionales”. Lugar de cruce, la traducción, entonces, aproximaría a captar la esencia “trascendente, natural, inmanente, inmemorial”, la “fuerza de orientación cosmológica”, es decir lo “particularmente problemático entre `los intelectuales’”. Sumatoria de perspectiva new-age agregada a tesis sociológicas norteamericanas que alguna vez estuvieron en boga en los medios académicos (Sahlins, Thiesse), el marco teórico adoptado por Sorá añade la noción de “importador” como aquel individuo que vehiculiza un intercambio despolitizado, sin plusvalía. Cuerpo ideológico afín al Instituto de Desarrollo Económico Social (IDES) en general y a Elizabeth Jelín –que condujo esta pesquisa– en particular, marca la impronta presente mediante categorías semejantes en otras producciones (la serie Memorias de la represión), como la del entrepeneur.
En esta oportunidad tal sello aparece en la categórica omisión del hecho de que el mercado editorial mundial se halla dominado por empresas capitalistas transnacionales cuyas políticas se regulan por una viscosa mercadotecnia. Menudo detalle que explica cómo el prometedor capítulo dedicado a la Feria de Frankfurt se aparta de la descripción etnográfica de la aldea librera para aproximarse a una guía turística de las sierras cordobesas, con mapa en alemán incluido. Rasgos sobresalientes dentro de un editing cuya ausencia se evoca a cada página donde se relevan acciones de Estado, políticas oficiales y valores de la cultura dominante que matizan las tablas estadísticas y las numerosas citas en inglés, portugués, francés y alemán (eso sí, sin traducir).

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