libros

Domingo, 25 de enero de 2004

Sangra

De la crítica de la ficción a la ficción de la crítica
Rogelio Demarchi

Editorial de la Municipalidad de Córdoba
Córdoba, 2003
130 págs.

 Por Claudio Zeiger

Cuando se publicó la novela El fin de la historia de Liliana Heker, en 1996, una serie de debates y polémicas se fueron tejiendo a raíz del núcleo traumático que narra la novela: una ex integrante de la cúpula de Montoneros termina colaborando con los militares después de haber sido torturada, mientras una escritora -compañera de adolescencia y de los primeros tramos de su militancia juvenil– intenta reconstruir su historia, que comienza como una épica y termina enredada en una ambigüedad absoluta entre la ficción y la realidad. Como si fuera poco, el título del libro de Heker parecía ironizar sobre las teorías del fin de las ideologías, las tesis de Francis Fukuyama, pero armando una trama que ponía el dedo en la llaga de cualquier ideología tranquilizadora acerca de las versiones del pasado.
En Córdoba, en las páginas del suplemento literario de La Voz del Interior, se produjo gran parte de esta polémica que desentraña con rigor y capacidad de penetración este libro del crítico Rogelio Demarchi, que mereció el Segundo Premio Municipal Luis José de Tejeda 2001 en el rubro ensayo. De la crítica de la ficción a la ficción de la crítica es básicamente una reconstrucción de “campo intelectual”, siguiendo la noción de Pierre Bordieu, a partir de esa polémica que también tuvo sus escarceos en Buenos Aires. Héctor Schmucler, Graciela Daleo, la propia Heker participaron, entre otros, de la polémica. El primer cuestionamiento a la novela de Heker partió de Schmucler: “¿Qué extraña traición se teje entre el autor y su palabra cuando la tragedia –no es otro el tono que merece la agonía de las personas reales que padecieron el destino de Leonora– se resuelve en divertimento literario? Saturado (sic) por su propia biografía, Liliana Heker hace de El fin de la historia un espejo multiplicado en el que la novelista de la ficción, Diana Glass, busca descubrir su íntimo rostro en la imagen de la amiga montonera, pero sólo encuentra ecos de sucesivas traiciones”. Demarchi va desplegando su estrategia de deconstruir los montajes de la crítica: “¿Es el autor de una novela responsable de las ideologías de todos y cada uno de los personajes que presenta en su narración? (...) ¿Por qué la tragedia es el único tono literario con el que puede escribirse esta historia? ¿Se puede tomar como composición ligera –significado que marca el diccionario para la palabra ‘divertimento’– a una novela que todo el tiempo está cuestionándose sobre su construcción, que contrapone registros, escrituras, géneros discursivos, alusiones intertextuales, etc?”.
Otros artículos publicados en La Voz –de Carlos Gazzera, Antonio Oviedo, Pampa Arán– y la propia Heker rearman y completan la polémica cordobesa, mientras en Buenos Aires en general la novela tuvo una recepción favorable en los suplementos literarios y una voz disonante, la de Graciela Daleo, que va al hueso político de la ficción. “¿Por qué quienes hablan de los ‘70 –salvo excepciones– dedican su pluma a los que quebró el terror? ¿Para no desentonar con la visión que va desde la teoría de los dos demonios hasta el ‘si estará vivo por algo será’?”, objetó Daleo.
Una vez echadas todas las cartas del mazo, Demarchi aprovecha el despliegue de esa polémica para plantear quizás uno de los últimos capítulos del debate entre literatura y política –entre lo usos de la ficción y los usos de lo real en el género testimonio– que ha dado la narrativa argentina, ya superado hace tiempo el tema del compromiso, perono del todo el del rol de los escritores y los intelectuales en relación a lo público y social.
Es interesante que más allá de cómo se leen los pliegues y repliegues de las intervenciones de los polemistas, De la crítica de la ficción a la ficción de la crítica termina siendo una eficaz lectura de la novela de Heker. No es una defensa a ultranza o inocente de su autonomía como relato imaginario (ese argumento un tanto chirle que, salvando distancias, se suele escuchar en la televisión cuando hay algún cuestionamiento a la forma en que tratan un tema candente de la vida real que afecta algún interés particular: ¡Es una ficción!) sino un análisis acerca de cuál es la poética que sostiene esa ficción y que la propia autora había enunciado más de una vez en los reportajes que le hicieron durante ese año 1996 en que fue publicado el texto: la pretensión de liquidar los bordes que distinguen ficción de realidad.
Desde luego, y más allá de las razones y argumentos que han asistido a cada uno de los contendientes, la polémica encaró de conjunto una lectura frontalmente política de El fin de la historia, muchas veces contrapuesta a la lectura más estrictamente literaria. El libro de Demarchi recupera la lectura literaria, pero no entendida como una necesaria despolitización o negación de la otra lectura, la testimonial, sino planteando que es en la política literaria o en las “poéticas” de autor donde se van a visualizar más claramente las coordenadas ideológicas en juego.
El fin de la historia sacudió bastante la ya apática relación entre literatura y política a mediados de la década del noventa, poniendo la llaga en un capítulo complejo de los setenta. El libro de Demarchi es un paseo comprometido y serio hacia el interior de ese debate que siempre dejará heridos y ofendidos, y quizá reabre una herida, esa herida que no para de sangrar aunque ya no se vea la sangre.

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