libros

Domingo, 28 de marzo de 2004

MUJERES QUE ESCRIBEN

Debut

EL GRITO
Florencia Abbate

Emecé
Buenos Aires, 2004
222 págs.

POR BARBARA BELLOC

Florencia Abbate es mi amiga desde después de haber terminado de escribir El grito y otro libro más secreto, su obvio contrapunto (Shhh...). Así que (es deber aclararlo) no soy imparcial, ya que además la vi elaborar su novela –esa caja de cuatro ecos, ese rectángulo que no admite tachaduras pero que el lector ve quemarse en sus manos como una foto instantánea– por varios meses largos.
Florencia Abbate, conocida como joven poeta semiminimal, ensayista y periodista nacida en 1976, incursiona de pronto en la prosa de continuo, publica este grito coral de tic-tac regresivo pero de ritmo y aliento firmes, y da a leer Warhol, Luxemburgo, Marat-Sade y Nietzsche (me suena).
Casi un tetraedro, un problema lógico, un cubo de Cubric, pero con sangrado que riega la falla en el diagrama –se dirá “Literatura Argentina”–. Prosas porteñas sobre la vida tan reciente como extrañada (entre diciembre de 2001 y más acá), contadas en primera persona por voces con tanto de nimias o en busca o interrogantes: ¿buscándose?, ¿buscando qué? Respuesta estadística: “No tiene la menor importancia”. Lo que impone formular la pregunta: “La extinción, ¿es nada más que una cuestión de número?”.
Precisamente, la muerte de un animal (un asunto de tan poca monta comparado con el devenir humano en la crisis política que hizo historia hace poco y la caída en sus 13 de un joven burgués imbécil un día cualquiera, ironía mediante) es el remate (el cadáver de Warhol) y la llave que abre la puerta a un corredor de estampas crudas con tanto de crueles como de compasivas; una suerte de feria de atrocidades anestesiadas por tanto dolor soportado hasta entonces. Entre ellas: los recuerdos atroces, las enfermedades, las huidas, las muertes, las políticas y los amores atroces. Todas esas cosas que en la experiencia pueden no encontrar significado, pero sí, tal vez, actualizarlo en las palabras. “Quiero decir que estoy seguro de que existe algo indestructible en cada uno. Pertenece a lo más íntimo y no se puede captar con el pensamiento. Es aquello donde mora nuestra fuerza para seguir viviendo, aun cuando se hayan conmovido todos los cimientos en que nos apoyábamos”, dice Peter, la cantante en Marat-Sade, después de sufrir la humillación sórdida y frívola de Oscar, su odioso amante, el ex marido de Mabel, madre del Federico de Warhol y compañera de célula de Horacio, el que rememora pasiones y traiciones en Luxemburgo, y así sucesivamente...
De lo que se trata, para liberarse al fin, es de no romper las cadenas (interpersonales, históricas), sino de trazar su recorrido en forma de relato. Memoria activa, es decir: autocrítica colectiva y práctica personal de la literatura llevadas al máximo. Por esto insisto con la idea líbera de “transtextual”, que vale para el caso. El grito es un libro “transtextual” por naturaleza: una pieza rara y valiente que entra en el juego para cambiar las reglas dentro y fuera de campo; un canon –en el sentido musical– que cruza lo privado y lo público de manera inesperada, potente.
Las dotes de Florencia Abbate como narradora están a la vista ya en esta “primera novela”. Intentar insertarla en una “tradición” sería superfluo. Los datos no alcanzan: por generación, estilo y apuesta, escapa felizmente a las torpes maniobras de manuales y catálogos. Es probable que sólo El agua electrizada (otro debut narrativo), que Charlie Feiling (el mejor detodos) publicó en 1992, pueda ser su antagonista. Pero, ¿quién sabe? En definitiva, lo que importa es que aquí está El grito y que su autora es una escritora de raza.

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