libros

Domingo, 26 de mayo de 2002

EN EL QUIOSCO

Pessoa y sus precursores

Eróstrato y la búsqueda de la inmortalidad
Fernando Pessoa
Trad. Santiago Llach
Emecé
Buenos Aires, 2001
164 págs.

Por Rubén H. Ríos

¿Para qué escribir libros? ¿Qué sentido tiene la obra de un escritor sino hacer de él una celebridad, una estrella indeleble en la constelación de la cultura? Estas son quizá las preguntas fundamentales que subyacen a Eróstrato, un inédito tardío de Pessoa escrito en inglés hacia 1929 y hallado, luego de su muerte en 1935, en el Sobre 96 del famoso baúl que posibilitó –con sus miles de papeles mecanografiados– el reconocimiento póstumo de su autor. Preguntas que, bajo la invocación del griego que incendió el Templo de Artemisa en Efeso por afán de inscribir su nombre en la historia, sobrenadan entre los fragmentos del ensayo como lo no dicho o lo implícito en la reflexión de Pessoa sobre el poder de la literatura para vencer a la muerte y al tiempo.
Aceptado esto, la primera regla consistiría en escribir breve. La segunda, variado (como el mismo Pessoa). De lo contrario, unos pocos libros. Sobre todo, huir de la literatura periodística, rápida, irreflexiva, shockeante, dedicada a la época. La posteridad prefiere los escritores concisos; la inmortalidad, aquellos que justamente han sido críticos de su tiempo o a quienes sus contemporáneos no comprendieron. Según Pessoa, lo que caracteriza al genio literario es la inadaptación a su medio. Más todavía: la fama literaria de hoy excluye el éxito en el porvenir, la consagración de los suplementos culturales anula la posibilidad de la gloria póstuma. Sin embargo, hay algo todavía más cruel para este apetito de inmortalidad por la literatura: en el futuro, los mecanismos de consumo cultural de la modernidad cada vez más condensarán (o reducirán) las grandes obras en unos pocos textos, unas pocas obras muestras. De ahí las exigencias de brevedad y variedad, de perfección y concisión para quien pretenda perdurar, sobresalir entre la competencia (en aumento naturalmente) de los escritores muertos.
La mezcla de pensar el propio pensamiento, con la espontaneidad, la originalidad y la inactualidad, parece para Pessoa el cóctel básico para que un escritor aspire a la posteridad, a figurar en alguna antología con Coleridge o Poe. Todo eso por una promesa, la remota posibilidad de permanecer en la memoria de los hombres, de trascender incluso la propia cultura hacia un más allá inimaginable. Eternidad suprema, cielo de la literatura, que Pessoa acaricia desde una especie de mirada bifronte: hacia los escritores que lo precedieron y hacia el estadio decadente de la civilización occidental. No más, quizá, esta reflexión sobre la inmortalidad literaria, que un consuelo para un poeta prácticamente ignorado en vida, que había publicado apenas un libro. También quizá un modo de comprenderse, de encontrar un arcano de salvación para esa pasión ardiente de la literatura. Nada más quizá que una apuesta. Desde la posteridad, a la que según Pessoa pertenece el genio literario, no cabe sino celebrarlo.

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