libros

Domingo, 26 de mayo de 2002

EN EL QUIOSCO

La Biblia y el calefón

ESPACIOS MENTALES.
EFECTOS DE AGENDA, 2
Eliseo Verón
Gedisa
Barcelona, 2001
190 págs.

POR MAXIMILIANO GURIAN

En la contratapa de Efectos de agenda (1999), una foto presentaba a Eliseo Verón como una versión moderna de “El Pensador” de Rodin: de perfil, con la mano izquierda cubriéndole la boca y el pulgar sosteniendo la gravedad de su porte, Verón observa, a través de las volutas de humo de un cigarrillo, el monitor de una computadora; la oportuna foto del reciente Espacios mentales lo muestra, en cambio, de frente, ante la misma pantalla que no vemos, hablando por teléfono mientras su mirada se pierde en el fuera de campo a nuestras espaldas: entre estos dos instantes, correlativos o no, es dable imaginar un cúmulo de reflexiones mediáticas, recuerdos personales y trivialidades cotidianas que se agolpan, caóticas, en el devenir mental del sociólogo. De aquel primer escrito persiste en el último, ya desde su irónica denominación de saga, el afán por auscultar las relaciones que tercian entre pensamientos y objetos disímiles.
Inscripta en los márgenes entre la coerción del calendario y la expresividad inmoderada del diario íntimo, la agenda configura el soporte privilegiado de la notación asistemática de lo actual. Verón ficcionaliza una vez más sus agendas personales y traza así una indagación doble acerca del presente de los medios de comunicación y de sus propias operaciones analíticas. Expande la escritura sumaria de la agenda para recorrer el conjunto de ideas que conforman los espacios mentales. Clasificadas conforme al tríptico de Peirce de estados, procesos y reglas, las trayectorias de dichos espacios se vigorizan cuando colisionan con lo inesperado, lo impensable dentro de sus coordenadas, lo ajeno al propio registro. Transitar estos efectos de agenda, definidos como una “gimnasia de ruptura de escalas”, implica adentrarse en los mundos posibles que Verón elucubra para sí mismo.
Tras una introducción en donde pasa reseña a la recepción crítica de su libro anterior, Verón aborda un conjunto heterogéneo de temáticas. El relato de sus estadías en la casa de San Donato, un partido de bochas con Umberto Eco y la evocación nostálgica de un amor en Porto Alegre se barajan con el análisis pormenorizado de las inscripciones en una famosa lápida latina, consideraciones sobre los correos electrónicos colectivos, y una lectura de Harry Potter que suscita una ordinaria tipología de las relaciones entre los mundos narrativos. Desde ya, no faltan las reflexiones sobre su propia imagen, y la reproducción transfigurada de los axiomas de su semiótica social en la que Verón esgrime sus diferencias con la sociología de Bourdieu y los “profetas de la alienación” de la Escuela de Frankfurt.
Aun cuando no obture el cariz autobiográfico de los textos, Verón se narra en tercera persona y juega a ser otro a través de la escritura. De frente o de perfil, Verón concibe en Espacios mentales un modo singular de compilar textos misceláneos, de forjar un diálogo consigo mismo y de repensar los efectos colaterales del propio paradigma semiótico.

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