libros

Domingo, 19 de enero de 2003

EN EL QUIOSCO

Buenos muchachos

Historia de la mafia
Giuseppe Carlo Marino

trad. Juan Carlos Gentile Vitale
Ediciones B
Barcelona, 2002
532 págs.

Por Guillermo Saccomanno

Quien se acerque a este voluminoso y documentado ensayo esperando encontrar andanzas de gangsters sensibles se verá defraudado. Ni gatopardos a lo Lampedusa ni padrinos a lo Puzzo a la vista. Cero idealización. En todo caso, el lector se adentrará en la urdimbre compleja y sórdida de intereses de clase que suelen esconderse tras una mitología para consumo de best-sellers. Historia de la mafia de Giuseppe Carlo Marino constituye una investigación indispensable para quien busque profundizar sobre las relaciones entre el delito y la política, claves para entender la mafia.
Marino es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Palermo. Siguiendo los títulos que componen su obra ensayística ya puede apreciarse cuál es el sentido de sus preocupaciones: L’ideologia sicilianista, La formazione dello spirito borghese in Italia, Partiti e lotta di clase in Sicilia, La republica de la forza. En este libro, la suya no es la actitud de un marxista ortodoxo y cómodo. Las dificultades con que se encontró Marino a la hora de abordar su investigación no fueron pocas. Uno de sus objetivos fue desprenderse, como confiesa, de los vicios del academicismo, pero intentando preservar a la vez sus virtudes.
Incluyendo la filología, la literatura, la historia, la antropología, la estadística, la psicología y toda clase de conocimientos interdisciplinarios, hasta una infinidad de documentos de magistraturas y parlamentarios, el conjunto de materiales analizado por Marino es aluvional. En ocasiones siguiendo a Gramsci (hay un agradecimiento especial a, entre otros archivos, al Instituto Gramsci Siciliano) y a Hobsbawn, Marino logró además de una investigación tan erudita como cifrada en fuentes reales, el coraje para atravesar el peligro –real, concreto, físico– que implica relevar desprejuiciadamente pistas, testimonios, voces diversas, en una geografía en la que imperan el terror y el silencio.
En principio, afirma Marino, la mafia es un fenómeno absolutamente siciliano. Pueden discutirse la etimología árabe del término y también su fecha precisa de surgimiento, pero no su origen en un fundamentalismo sicilianista que terminó convirtiéndose en una cosmovisión popular beneficiosa para las clases dominantes. Marino es terminante en tres puntos. Primero: la mafia siciliana tiene características peculiares que la distinguen de otras organizaciones delictivas. Segundo: por la complejidad de los procesos culturales que la han generado y alimentado en el tiempo y por las especificidades de su larga historia, la mafia siciliana no ha sido y no es nunca circunscribible a la simplificación de un fenómeno criminal. Tercero: la mafia no puede ser estudiada en sus manifestaciones criminales por una infinidad de disciplinas científicas, pero para conocerla y comprenderla a fondo es preciso reconstruir sus vicisitudes con los instrumentos propios de la historiografía. Todo el universo de situaciones, ya se trate de clanes y familias como de grupos masónicos, de prejuicios como postulados ideológicos tradicionalistas, todos componen una clásica definición gramsciana: el sistema de una hegemonía. Marino se ha propuesto, como estrategia, analizar esta hegemonía y sus consecuencias en la sociedad indagando no sólo en el contexto restringido de lo siciliano sino comprendiendo además de lo nacional, lo internacional.
Por las páginas de Historia de la mafia desfilan gangsters de repercusión cinematográfica (Capone, Luciano, Valacchi) y también otros, no menos notorios, pero pertenecientes al mundo de la política y las finanzas como Andreotti, un emblemático de la democracia cristiana. El elenco de mafiosos es vastísimo. No sorprenderá entonces la inclusión de alguno que resonará en la memoria del lector vernáculo, como el temible Licio Gelli, el hacedor de la Logia P Due (acuérdense de su ligazón con López Rega y Massera). Pistoleros, narcotraficantes, políticos, clérigos, notables. Todos y cada uno de los involucrados aportan un eco dramático en términos de la articulación delito/política.
Marino es implacable cuando se hace necesario desmistificar también a aquellos personajes de tinte robinhoodesco (el legendario bandido popular Salvatore Giuliano, por ejemplo): “La mafia nunca ha sido tampoco nada parecido a una elemental expresión de protesta popular contra los poderosos. Es la representación de una clase emergente de prepotentes, de una burguesía parasitaria, decidida a abrirse camino de forma desaprensiva para compartir el poder de los señores”. La pobreza, el atraso, el recelo hacia un estado corrupto la fomentaron y alimentaron.
Desde retratos de criminales hasta cadáveres despanzurrados, el ensayo dispone una serie de fotografías que desarrollan más que gráficamente la actividad sangrienta de la mafia. Una cronología minuciosa, que abarca desde 1860 a 1998, complementa el análisis. La Sicilia profunda, los gatopardos, la secesión entre los regionalistas y los primos americanos, los latifundios y la transición del negocio a la ciudad son para Marino tan relevantes como la corrupción que liga, vía Andreotti y Craxi, a “Mafiópolis” con “Tangentópolis”. Los asesinatos estrepitosos e intimidatorios de quienes intentaron aplicar la justicia (como el militar Dalla Chiesa o el juez Falcone) resultan más que anécdotas en este panorama que Marino traza sin nunca perder de vista las conexiones entre la violencia y el poder (político, económico, religioso). A pesar de los triunfos que la justicia italiana obtuvo en los últimos tiempos, Marino, sin demasiado optimismo, a modo de epílogo, confía en la necesidad de una “revolución cultural” para producir un cambio. Para liquidar definitivamente las prácticas y costumbres de la tradición sicilianista similar a la de los antiguos barones, las nuevas generaciones tendrán que aprovechar “la experiencia de la revuelta legalista que, para conseguir cambios radicales y definitivos de alcance histórico, debería desplegarse y consolidarse en una profunda revolución cultural, guiada por nuevas y cívicas vanguardias de masas”.

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