libros

Domingo, 10 de septiembre de 2006

CARO LIBRO

Gorriarena de bolsillo

Libros de mucho(s) peso(s)

 Por María Gainza

Pablo Suárez lo definió una vez así: “El pinta. El va y pinta. Hay un muerto, y él va y lo pinta”. Y en esa observación capturó algo que es clave en Gorriarena: su hambre como pintor. Porque si hay algo indiscutible en su pintura, fuera de todo tiempo y espacio, es lo inevitable, lo imperioso de sus imágenes. Ni aun habiéndoselo propuesto hubiese podido Gorriarena pintar otra cosa. La avidez siniestra del poder, el ridículo medio pelo del jet-set porteño, el patético glamour del mundito del arte, la tilinguería del punk suburbano. Todo visto a través de unos ojos que pueden fulminarte con la mirada. Gorriarena corre velos, como quien deshoja un alcaucil para llegar al corazón de las cosas, y lo que encuentra ahí es vulgaridad. Cruda, lóbrega y fatua vulgaridad en todos los tamaños y formatos.

El Gorripocket es una edición pequeña (de 15x15 cm) que resume la otra edición, la de lujo, que pesa dos toneladas y de sólo verla en la biblioteca agobia como una bolsa de papas, que salió publicada el año pasado. En cambio ésta, ligera, panorámica y ágil, permite salir a pasear con el libro en el bolsillo y, como en un juego de espejos, contrastar la realidad con las imágenes del pintor. Y entender que si el estilo pronto se vuelve una receta, entonces lo de Gorriarena no es estilo sino una forma de sentir al mundo. Porque no hay nada mecánico ni artificial en sus pinturas sino todo lo contrario. El artista pinta a lo bruto y todas las pasiones se coagulan en su pincel. Contrastes, colores chillones, perspectivas violentas, pinceladas adustas, nada es demasiado sutil ni melindroso en sus imágenes.

Gorriarena no susurra sino que dice, y si hay que deformar y exagerar para que se vea lo que de otra forma pasa inadvertido, él va y deforma y exagera hasta la irreverencia. Denuncia el horror de la dictadura como si no le quedara realmente otra, como si la ética fuera la piedra de toque de todo artista: “Durante el Proceso yo tenía datos muy cercanos de la represión y me impuse, como forma de militancia, exponer dos veces al año”. No expuso margaritas sino a los muertos, de rostros lívidos, sabiendo que, aun cuando la pintura no iba a cambiar al mundo, él no se quedaría de brazos cruzados.

Al margen de toda moda y tendencia internacional, al margen de discusiones sobre arte político o arte light, cuando la realidad lo golpea, Gorriarena devuelve la piña. Y si no hubiera sido pintor, sin duda hubiese sido un pertinaz boxeador.

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