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Domingo, 6 de febrero de 2005

BALLARD, EL PIONERO VISIONARIO

Cacerolazo en Londres

Milenio negro
J. G. Ballard
Minotauro
288 páginas

Por M. E.

Hace tiempo que a J. G. Ballard no le interesa la anticipación, ni la ciencia ficción que se asoma a un futuro lejano y al espacio interplanetario. Hace cuarenta años que publica, y desde La exhibición de atrocidades y luego la trilogía Crash, La isla de cemento y Rascacielos, se preocupa por el futuro potencial del mundo contemporáneo, buscando indicios y rastros en el presente. Ballard escribe cada vez más sobre un futuro que ya está sucediendo; en Noches de cocaína, una gran novela sobre el ocio y el crimen en una urbanización exclusiva de la Costa del Sol española que pone los pelos de punta cuando se piensa en la obsesión mundial por la “seguridad”, ya especulaba sobre las formas de violencia latentes en el estado de muerte confortable de la clase media y alta europea, aletargada. En aquella novela, el “profeta de la neobarbarie” (como lo llamó Marcelo Cohen) era el profesor de tennis Bobby Crawford, que buscaba la unión de la comunidad a través de la instalación de pequeños (y grandes) delitos que sacudieran la abulia; un incendio en una mansión dispara la trama policial cuando Frank Prentice, el director del Club Náutico, se declara culpable y su hermano llega a la urbanización para investigar.

Milenio negro de alguna forma retoma y amplifica Noches de cocaína. Pero algo ha cambiado. También hay una intriga policial: el psicólogo David Markham quiere investigar el asesinato de su ex mujer, que murió en un atentado terrorista al aeropuerto de Heathrow, y se introduce en Chelsea Marina, un barrio de clase media al borde de la revolución. Ahora el elemento que promueve la comunión no es el delito sino la protesta, la rebelión, que va de simpáticos pataleos –no pagar impuestos, no pagar las cuotas del colegio privado, bombas Molotov en botellas de vinos carísimos- hasta el terrorismo con atentados en la Tate Gallery, el NFT, videoclubes. Markham, como Prentice en Noches... conoce a otro profeta, el pediatra Richard Gould, personaje muy distinto al tenista Crawford: se trata de un hombre al borde del colapso y la desnutrición, consumido y asolado por un viejo escándalo de abuso infantil. Y tiene un credo: “La protesta de la clase media sólo es un síntoma. Forma parte de un movimiento mucho mayor. Hay una profunda necesidad de actos sin sentido, cuanto más violentos mejor. El ataque al World Trade Center fue un valiente intento de liberar a Norteamérica del siglo XX. Las muertes fueron trágicas, pero por lo demás aquello fue un acto sin sentido. Y ése era el propósito”.

El escenario de Milenio negro es la Londres clásica de Ballard: ese espacio de autopistas, hospitales, estacionamientos, el aeropuerto, zona de tránsito, frontera; en ocasiones, parece una zona de guerra. Ballard profetiza otra vez, con su habitual frialdad, y anuncia un final amargo: las protestas sociales del futuro, parece decir, están condenadas al fracaso o al absurdo. Por eso Milenio negro tiene algo de sátira bajo su superficie de policial, como si ante el futuro sólo quedara la ironía.

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