libros

Domingo, 27 de marzo de 2005

UNA LECTURA DE LA TIERRA ELEGIDA

Relatos encontrados

La tierra elegida
Juan Forn
Emecé
260 páginas.

Por Osvaldo Aguirre

La tierra elegida recopila veintisiete textos escritos a partir de fines de 2001 y publicados “en su primera versión”, como se dice, en Radar. Son, en principio, crónicas suscitadas por hechos coyunturales: la publicación de un libro –en la mayoría de los casos–, un aniversario, el estreno de una película, la inauguración de una muestra. Sin embargo, con el libro, la adscripción de género parece más difícil. Primero por el formato mismo, ya que hay un fuerte sentido de unidad y los relatos –de eso se trata– encajan como piezas de una construcción cuyo sentido termina de revelarse en las últimas páginas. Y sobre todo porque el motivo inmediato queda en segundo plano, incluso se pierde de vista, para dejar paso a la narración de una historia y, a veces, a la representación del acto de narrar.
Así, en “Kaddish para Joseph Roth” se habla de un libro cuyo título aparece mencionado en la última frase del texto. Pero lo que importa no es ese dato sino la extraordinaria relación de Roth y Soma Morgensten, el escritor desconocido que dio testimonio minucioso de una historia sórdida y conmovedora. “De esto –dice Forn, en otro pasaje– me enteré un poco por casualidad, la primera semana de febrero”; las Memorias de Albert Speer “recién ahora se publican en forma completa”. Las fechas quedan deliberadamente en el aire, pero eso tampoco es relevante. Las referencias a las circunstancias inmediatas se vuelven borrosas; estas crónicas se sitúan en una dimensión intemporal, su ahora es un ahora siempre presente con cada lectura y de esa manera afrontan la prueba decisiva de cualquier relato: lograr que la historia que despliega pueda seguir siendo contada, más allá del momento en que fue dicha por primera vez.
Por eso, en vez de justificaciones periodísticas, lo que cuenta es el hacer mismo de la narración: cómo se accedió a la historia en cuestión, de qué manera el narrador tomó conocimiento de los sucesos que quiere relatar. Un sobre enviado a través del correo por un personaje extraño, el encuentro con una “logia amable” dedicada al culto de Fernando Pessoa, una caminata con León Ferrari por Villa Gesell, lo que dice una amiga que vive en Bariloche, un documental en canal á o la intervención del dueño de una librería de usados, casi un deus ex machina, son entre otros el punto de partida o las estaciones de itinerarios complejos, puntas de las que Forn tira para extraer otras voces, otros textos y darle a la crónica una forma coral. Por efecto del mismo procedimiento, se configura con fuerza la figura de un narrador, y comienza a tramarse, en intersticios aislados pero recurrentes, una autobiografía fragmentaria.
Hay tres textos centrales en el libro: “Espiando debajo de la alfombra mágica”, un intento de vencer la resistencia de Gabriel García Márquez a revelar sus recursos de escritor; “Los grandes relatos y las pequeñas historias”, desencadenado por la película Historias mínimas, de Carlos Sorín; y “Sueño con serpiente”, a propósito de la reedición de un libro de Miguel Briante. La narración como acto hipnótico, la atracción por las pequeñas historias y la idea de que el que mejor cuenta es ante todo el que mejor escucha atraviesan esas reflexiones. Lo que Forn dice de otros escritores puede a la vez decirse de él. Las convicciones, el espíritu del oficio se afirman en la lectura de los otros: “el ejercicio de la libertad más descarada para escribir, combinando sin pudor todo aquello que haya surtido efecto en él cuando le contaban una historia” vale para García Márquez y también para estas crónicas. Compuesta, en principio enigmáticamente, en torno de una serie de crónicas sobre temas de lacultura japonesa, esta historia termina por entrelazar de modo inesperado la propia vida y “esa vida paralela que son las novelas para los novelistas”.
Aunque se sustraen al periodismo (y también al periodismo cultural), estas historias tampoco pueden ser leídas como narraciones convencionales. Hay pasajes cuya factura es característica de un relato de ficción, como el suspenso creado en torno de la identidad de un anciano que se suicida lejos de su tierra natal y que resulta ser Sandor Marai o la descripción del encuentro entre Julio Cortázar y Pat Andrea en una pequeña habitación de subsuelo en París. Pero lo que se refieren, son, ante todo, historias de lecturas, tanto de textos procesados en la escritura como de interpretaciones que se proponen. El testimonio de Albert Speer en el juicio de Nuremberg, por caso, contiene para Forn elementos básicos de la literatura: intensidad dramática, misterio y resonancia histórica. La mayoría de las crónicas gravita de hecho alrededor de un enigma, de un silencio inexplicado: el arquitecto Francisco Salamone no dejó escritos para entender los edificios que construyó en puntos hoy casi perdidos del mapa; la vida de Isaak Babel es una suma de contradicciones y preguntas sin respuesta. En otros temas se plantea una situación opuesta. El presunto obstáculo está dado allí por un escritor o un artista del que todo parece haber sido dicho: Leonardo Da Vinci, García Márquez, Tolstoi. El misterio, por último, se corporiza muchas veces en las vicisitudes de determinados textos, que circulan al modo de los objet trouvé: el libro que escribió Gustav Janouch sobre sus conversaciones con Kafka y el malentendido por el extravío ignorado de un fragmento; la edición de un cuento de Julio Cortázar ilustrado por Pat Andrea, obra que reaparece tan misteriosamente como desapareció; los cuadernos hallados a la muerte de Sandor Marai.
El secreto de García Márquez, dice Forn, consiste en conseguir que “cada texto se convierta en una puesta en escena del misterio que hace de la lectura una actividad tan adictiva”. Ahí se encuentra una clave de este libro: en vez de “resolver” un problema se trata de crear el espacio donde pueda tener lugar eso que define a los textos literarios, su capacidad de remover interrogantes, de sacudir las ideas recibidas, de provocar el deseo de continuar ese movimiento y no de clausurarlo con una explicación. Forn no pretende solucionar nada sino lo contrario: rescatar esa dimensión que hace de la experiencia algo digno de ser contado.

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