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Domingo, 17 de diciembre de 2006

Noy querido

 Por Rodolfo Edwards

¿Cómo hablar de la poesía de Noy sin invocar lugares santos? Esa es la cuestión. Su obra (vida, palabras, puesta en marcha) nunca dejará de convocar situaciones, satoris, campos de acción, donde siempre están pasando una peli sin solución de continuidad. Cada verbo es una mina: si la pisamos, estallaremos. Guerra de lo sublime, paz de los restos, de los pedazos que quedan, chiquitos, insectos en una caravana alumbrados por la intermitencia de una luz navideña. Y así la vida transcurre, a veces ajena, a veces propia, en el vaivén propio de los extranjeros. No somos de aquí, somos de otro lado, afirma Noy y corroboro. Alas de mariposa sobrevolando las cosas que permanecerán: los edificios, los rockranroles, los rincones amados. Con un lápiz, con el rouge, con el movimiento exacto de una mano, pintaremos el mundo. El tuyo, el mío, el de cualquiera. En el poema “Dar las Gracias” (perteneciente al libro Dentellada) Noy se confiesa agradecido: “Gracias cielo/cielo antro/cielo sombrío/cielo no nombrado/Gracias/por el placer bebido”. Así se expresa Noy, gambeteando convenciones y estéticas, refugiándose en un puñado de palabras fieles y luminosas, como un grupo de amigos que nunca faltarán a la cita. De una frase de sintaxis elemental puede surgir un géiser de maravilla, de eso se trata la praxis poética de Noy: exprimir las frutas de lo cotidiano, combinarlas con los escalones del verbo para llegar a una altura de sabiduría que nunca es soberbia, es mostración orgullosa de la supervivencia de la luz en un mundo malo, cada vez más malo.

Dice Noy en “Peso Plomo” (texto de La orquesta invisible): “Guardo intacto/el coraje de hacer un paga Dios/como en los setenta/por las farmacias de turno/cuando la poesía anfetamínica/se compraba sin receta”; de esta manera presenta una época y los versos no suenan retro ni nostalgiosos, siempre convocan una vitalidad que aparece como marca en el orillo, que es persistencia y tributo a los lugares marcados por el amor. “Veo con ojos de insecto/Cómo vuelan los años/Y siempre vuelvo/A la primera esquina/Donde urde la tarde/Un hueco sólo para nosotros dos”, desgrana Fernando en el poema “Estiva” haciendo señales, derrochando banderillas en el cuerpo del toro, elegante siempre y erguido.

Compañero Noy, quiero verte bailar conmigo una vez más, esa canción de Rosamel Araya en aquellas Fiestas Mayas, sin patria ya, pero llenos de tierra en las bocas.

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