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Domingo, 3 de febrero de 2013

Infancia clandestina

Durante 2010 y 2011, Angela Urondo Raboy mantuvo un blog fascinante y terrible que, por ahora, permanece suspendido. Se trata de Infancia y dictadura, colección de sueños, relatos y visiones infantiles sobre la dictadura, armado con testimonios de amigos, conocidos y desconocidos, que le enviaron sus recuerdos de esos años. “No estuvo, ni está, cerrado a hijos de desaparecidos. Los relatos empezaron a llover, de a diez por día. Decidí usar sólo los nombres de pila y no los apellidos para no hacer una denuncia política ni distinciones, no quería legajos, quería niños contando. Es un trabajo al que quiero volver y pulir.”

Angela está involucrada de forma directa con la cuestión de los chicos secuestrados. En el juicio conoció las historias de Alejo Hunau y Josefina Vargas. Alejo, a los 4 años, fue secuestrado junto a su madre y sometido a interrogatorios durante tres días en el D2. Salió mudo del cautiverio. En 2004 fue asesinado a golpes de botella –trabajaba como funcionario de Cultura, su asesino fue condenado–. Josefina Vargas, de 5, fue abusada sexualmente, obligada a señalar “conocidos” en la terminal de ómnibus y dos meses después de ser liberada se disparó con un revólver que encontró en la mesa de luz. A su madre la sacaron del D2 para que asistiera al velatorio. Estos relatos del más profundo horror, además de su propia reflexión sobre la historia personal, la llevaron a un reconocimiento. Escribe: “Desde que comprobé que fui llevada al D2 me fui asumiendo como ex detenida desaparecida y me empecé a preguntar si había alguna diferencia entre los demás ex detenidos desaparecidos y yo por haber sido niña en el momento de mi secuestro”. En una visita a la Secretaría de Derechos Humanos, pregunté qué entiende el Estado al respecto: “Al parecer, diferencian entre mayores y menores de edad, explicando que en estos casos los niños no éramos blancos de exterminio... Para los niños secuestrados no hay derecho ni reconocimiento per se... Al no ser potenciales terroristas subversivos, perdemos la calidad de prisioneros políticos”. Hoy Angela está incorporada al CELS como socia (“Me invitaron y acepté”, dice), y desde ahí plantea la necesidad de ampliar derechos con respecto a los niños como ex detenidos desaparecidos. “No sólo por visibilización –explica–, sino por la contención que el Estado debería darnos específicamente. Se habla mucho de los niños nacidos en cautiverio, pero hay un montón de chicos que pasamos por centros clandestinos. A algunos los largaron, algunos se murieron, hay muchos de los que no vamos a saber nunca. Pero hay que dar a conocer que esto ocurría, que era metódico. Y la población de chicos detenidos también debe ser consciente. Yo tenía construido el relato de la caída de mis padres donde yo era un objeto presente, pero no un sujeto. No tenía una construcción de mi propia caída.”

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