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Viernes, 23 de agosto de 2002

Diagnóstico de la Rosada

Es la sede casi mágica del poder y su historia es tan fragmentada como la del surgimiento del país. Después de décadas de sobrepoblación e intervenciones abusivas, fue restaurada en gran parte de su interior. La última etapa fue el arreglo de la fachada principal, muy correcto en la restauración y polémico por el rosa “histórico” con que se la pintó. Los problemas de un edificio difícil de manejar.

 Por Sergio Kiernan

La situación de la Casa Rosada es peculiar: tiene un valor histórico y patrimonial muy alto, de museo, pero es un edificio de uso intensivo y cotidiano, al que por décadas se trató como si fuera una oficina cualquiera. Hace cosa de diez años, se la empezó a tratar con un poco más de tino y se comenzó a hablar de que cuidar la sede del poder pasaba por algo más que pintarla de rosa cada tantos años. Fue cuando se empezó una restauración interminada y tal vez interminable que sin embargo salvó y puso en valor buena parte de su interior, eliminando papelones como que cada lluvia fuerte hiciera surgir de sus pisos cataratas de aguas servidas.
La Casa tiene una historia tan variopinta como la formación del país. Nació como el fuerte de barro de Juan de Garay en 1580, después se transformó en “real” y casa de los virreyes, una edificación bastante modesta que estaba aproximadamente en la esquina de Balcarce y Rivadavia, dentro de los muros. Esa casa fue sede de gobiernos patrios y nacionales hasta los incendios de casi todo el predio en tiempos de Mitre. Para tiempos de Sarmiento empieza a aparecer lo que vemos hoy. Se alza en Balcarce e Irigoyen el edificio de correos, todo un lujo para la época, se remodela la casa virreinal, se rodea el conjunto con verja y jardín y se pinta todo de rosa. Roca manda hacer otra “ala” en la otra esquina, con lo que quedan dos edificios idénticos, ambos rosas, con una calle al medio que iba hacia el bajo y entraba en la Aduana: por la sede de la presidencia iban y venían carros, mercaderías y changarines.
Finalmente se demuele la aduana –cuyo sótano ahora es un museo al aire libre en la plaza Colón– se unifican los dos edificios con un arco –la entrada principal de Balcarce 50– y se avanza hacia Paseo Colón. Curiosamente, la sede presidencial, que parece tan antigua, tiene realmente poco más de un siglo, y su interior muestra al ojo avizor la colección de desniveles y cambios de estilo que se espera de tanto cambio y remodelación.
A partir de la mitad del siglo, la Casa sufrió una superpoblación esperable en un país presidencialista donde cada funcionario quiere estar pegado al presidente y tener su despacho. Los pasillos de cuatro metros fueron rellenados con oficinas de tres de ancho, que apenas dejaban pasadizos estrechos. Casi cada ámbito recibió un entrepiso de hormigón para duplicar su metraje, los tabiques se modificaron, los cielos rasos se bajaron, se cambiaron los artefactos, se instalaron kilómetros de cables, decenas de puertas, docenas de aparatos de aires acondicionado. Cribada y tabicada, la Casa mostraba alguna gloria apenas en su Salón Blanco y sus despachos principales. La dictadura se ensañó particularmente con el edificio, la democracia la ignoró.
Apenas a principios de los noventa se comenzó a trabajar en algo parecido a una restauración, con prioridad secundaria a la remodelación de la Quinta de Olivos. La tarea estuvo a cargo de un equipo de coordinación técnica de obras que depende, curiosamente, de la Casa Militar de la Presidencia, encargada de la seguridad y también del mantenimiento físico del mandatario. Buena parte del trabajo consistió en desarmar los agregados y reparar los desmanes, repintar, restaurar molduras y limpiar, limpiar, limpiar. El proceso fue ayudado por la mudanza obligada de muchos funcionarios, enviados a otros edificios.
Bajar la población de la Casa fue esencial y permitió recuperar los espacios como habían sido concebidos. El edificio tiene patios internos con grandes techos vidriados y galerías de circulación abiertas que muestran interesantes fachadas internas con pilastras de capiteles diferentes en cada nivel. Los halles sobre Balcarce recuperaron no sólo su función –algunos habían sido transformados en laberintos de oficinitas– sino su aspecto airoso: el de la entrada del 50 era un ámbito penoso yahora es un lugar interesante y elegante, en buena medida por el retiro de una opaca y enorme puerta giratoria.
Claro que los arreglos no llegaron a la restauración, excepto quizá por la fachada principal en 1997-8, que fue arreglada con minucia y usando técnicas de buen nivel internacional. Por ejemplo, los cielos rasos de la galería del patio de las palmeras y de la escalinata de honor muestran apenas algunos de sus frescos: el resto siguen tapados por capas y capas de pintura. Este tipo de recuperación es muy lenta y costosa, por lo que probablemente habrá que esperar tiempos mejores para que los interiores recuperen sus texturas ricas e italianizantes.
El arreglo de la fachada principal fue fruto de un complejo estudio del INTI sobre el estado integral del exterior de la Casa. Tres fachadas fueron limpiadas y parcialmente consolidadas, la que da a Plaza de Mayo fue detalladamente trabajada y pintada en el todavía llamativo rosa “histórico”. Este tono surgió de un comité que revisó los cateos y análisis, decidiendo qué tono era el más aproximado al de Sarmiento, una mezcla de cal y sangre vacuna. Acostumbrados a un tono más desvaído y amarronado, el color creó polémica. Por razones presupuestarias, la Casa muestra todavía dos tonos.
¿En qué estado está el edificio? El arquitecto Mario Casares –a cargo de la coordinación técnica junto a los arquitectos Carlos Pelayo y Luis Vizioli– considera que está a un 60 por ciento de lo óptimo. Casares recorre la Casa historiando cada lucha para recuperar y reparar espacios. Es una lista de desmanes reparados, artefactos recuperados o copiados, limpiezas e instalaciones de fondo, como la del macarrónico sistema de desagües mixto. Hoy, las cubiertas casi no filtran, quedan pocos sectores con entrepisos, los cables van prolijamente en bandejas pintadas para disimularlos, el aire acondicionado y la calefacción se van centralizando, y la preocupación de los técnicos se centra en el mantenimiento.
Para cuando se encare una próxima etapa de obras hay prioridades y trabajos aprontados. La fachada sobre la plaza Colón exhibe abundantes vegetaciones y su importante grupo escultórico necesita una nueva limpieza y arreglo. La de la Plaza de Mayo tiene hasta las canalizaciones y cajas para un sistema de iluminación a la europea. Y para el trabajo que se haga está el modelo del de hace cuatro años, donde los detalles reaparecieron desde abajo de capas y capas de pintura.

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La gran escalinata, que habia sufrido un gran deterioro, restaurada y con flamantes muros de marmol, pero sin sus frescos en los cielos rasos, todavia cubiertos de pintura y esperando una costosa restauracion, algun dia.
 
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