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Sábado, 17 de febrero de 2007

NOTA DE TAPA

Atado con alambre

La Feliz es una novedosa línea de muebles, luminarias y objetos que emplea la técnica del mimbre al servicio de un nuevo material, trabajándolo de forma estructural. El resultado es un mimbre plástico al que sus creadores llaman plástico acerado.

 Por Luján Cambariere

Innovación e identidad son las dos aspiraciones en alza en el diseño, que generalmente se consiguen a través de una nueva forma, función, técnica o material. Aunque también se puede dar a través de la articulación de alguno de estos factores que juntos se vuelven inéditos. Tal el caso de la colección La Feliz, de Patricio Lix Klett y Federico Churba, que usaron la tradicional técnica del mimbre en un material poco convencional para el diseño pero común en el agro como es el alambre plástico, para trabajarlo de forma estructural y así crear una ingeniosa línea de muebles, luminarias y objetos. La textura abandona su antigua función de revestir, cobra protagonismo y caracteriza sus piezas. ¿El plus que no falla? Cierto déjà vu, para muchos con reminiscencias de la infancia. O quién no recuerda el sillón Mar del Plata coronando galerías o, mejor dicho, los jardines de invierno de las casas de veraneo de la Costa Atlántica o casas-quinta previas a la era barrio cerrado. Eso, sumado a las virtudes del material –es ignífugo, resistente a los rayos UV, flexible, viene en varios colores fosforescentes que el tiempo no desgasta (amarillos, verdes, naranjas), y las simpáticas formas que dan vida a pufs, lámparas, mesas, sillas, revisteros, cestos, paragüeros, maceteros, estantes, cajas y bandejas– vuelven de lo más tentadora y original la apuesta.

Pareja feliz

A Churba, diseñador industrial, lo conocemos por su estirpe design (tíos, padres, primos, hermanos) y a través de su paso por la etiqueta Perfectos Dragones, donde desarrolló varias líneas de objetos. Lix Klett, también industrial, con master en innovación en producto en la Universidad de Helsinki (UIAH), Finlandia, y paso por la empresa Tramando (de Martín Churba, primo de Federico), es quien se encarga de aclarar que el primer affaire lo tuvieron en la facultad. Compartían salidas y amigos y se decidieron a lanzar una línea de posavasos experimentando formas de coloración del caucho, previas a las formitas de geles de siliconas que inundaron el mercado. Tuvo que pasar algún tiempo hasta que la vida profesional los volviera a juntar. Churba dejó a los Dragones y Lix Klett volvió de Finlandia. Un encargo de un cliente que comercializa productos en Estados Unidos los llevó a desarrollar una línea muy exitosa, las alfombras Yerra, que fue de algún modo lo que volvió a augurar la buena vibra de la dupla. Y se decidieron a formalizar el vínculo para encarar nuevas apuestas como esta reciente colección de mobiliario y objetos a la que de algún modo llegan de forma azarosa pero no por eso menos contundente. “Para muchos el mundo es uno solo. Las sillas son cuadradas y las mesas son redondas. En el mundo de los oficios, el pensamiento existe en las manos; las manos fabrican el mundo: la doble curvatura y la textura están al alcance. Para nosotros el mundo es siempre diferente. Las sillas y las mesas son de mimbre plástico y el resto está aún por inventarse”, adelantan.

–¿Cómo arrancan con La Feliz?

Churba –Nos interesa el desarrollo de producto y siempre estaba en la mira la posibilidad de trabajar sin depender absolutamente de un cliente. La meta de lanzar una línea propia que pudiéramos diseñar y producir nosotros. Así que siempre estábamos alertas a la caza de nuevos materiales o procesos.

Lix –Queríamos hacer muebles. Esa era una certeza. Y la textura fue algo que nos atrajo desde siempre. No como un revestimiento, sino como estructurante. Que tuviera una función que no fuese decorativa. Habíamos trabajado con mimbre pero no estábamos convencidos, hasta que de repente apareció el material.

–¿Dónde?

L. –En una góndola en el centro. En un negocio de materiales plásticos.

Ch. –El material es un alambre plástico, no revestido, ovoidal, para que se pueda atar. Es un sustituto del metálico y se usa principalmente en el campo para todo lo que es alambrado a la intemperie.

L. –Lo trajimos y lo empezamos a tejer nosotros. Después empezamos a tratar de contactar tejedores en mimbre, una tarea nada fácil. Desde el inicio sabíamos que nuestro camino con el material iba a ser por la no estructura. El mimbre se trabaja con una estructura de mimbre, palos de una sección más grande, y el tejido es una especie de revestimiento de esa estructura. Nosotros lo primero en lo que nos focalizamos fue en hacer piezas estructurales, autoportantes, para conseguir esa estructura a través del tejido y la forma.

–¿Por qué el mimbre no suele trabajarse de ese modo?

L. –Porque te limita más. Por todo el movimiento que tiene la pieza. Aunque si lo lográs, es de un enorme potencial.

Ch. –Primero pensamos en hacer muebles de exterior. Investigamos un poco y vimos que existen en mimbre sintético y otras fibras sintéticas. Entonces quisimos diferenciarnos y la idea de la no estructura, además de interesarnos, era un diferencial. Con el mimbre uno arma la estructura de mimbrón (varas más gruesas) y luego reviste. Esto es una sola cosa: estructura y superficie. Como diseñadores industriales, hicimos otra búsqueda: en este caso armar estructuras autoportantes con este alambre.

–¿Cuál valoran como la máxima innovación?

Ch. –Tiene que ver con la génesis del proyecto. Tenemos un material inusual para el diseño de producto porque se usa en el campo y una técnica tradicional con una búsqueda estructural. La gracia está en la reinterpretación de estas cosas basadas en piezas diseñadas por nosotros.

L. –Vale aclarar que, imponiéndonos estas reglas, no hacemos lo que queremos sino lo que nos deja el material.

Ch. –Empezamos con directrices y las generatrices, la forma tradicional del tejido, cuando no pensábamos aún en productos sino en desarrollar la tecnología y los vínculos. Después comenzamos a ver qué pasaba entrecruzando el material. Cruces o triángulos como para descomponer la fuerza. Otras mallas con líneas que cruzan. Y después otras formas de vínculos, como las del clásico alambrado de campo. Queríamos generar lenguajes y recién ahí empezar las bajadas a producto.

–¿Cuál fue el primer producto?

Ch. –El puf. Y la verdad fue una movida ambiciosa porque empezamos en abril y nos propusimos presentar toda una línea completa de productos para octubre. Diseñarlos, producirlos, testearlos y hacer el lanzamiento. Después llegaron los canastos, lámparas, mesitas, revisteros.

–¿El nombre?

L. –Desde la primera búsqueda siempre soñábamos con lo que era la silla Mar del Plata, el sillón. Y hasta queríamos hacer las fotos de la colección con ese entorno. Pero en el apuro llegamos a Chascomús. Nos gustaba esa atmósfera porque el mimbre tuvo ahí su época de esplendor. O también en el jardín de invierno de la quinta. Y ésa era la meta. Lograr la gran pieza tejida. La Feliz sonaba en nuestras cabezas.

–¿Qué propiedades tiene el alambre plástico?

L. –Le decimos plástico acerado. Por su sensación al tacto y porque reemplaza al acero. Es súper resistente y a la vez flexible. No le decimos mimbre plástico, ya que el nuestro es un concepto que lo redondea más. Es suave, resistente, ignífugo, se puede fabricar en cualquier color. Tenemos la intención de investigar el tema tinturas y a partir de ahí que nazcan otras piezas.

–¿Es la gran meta, cuando se diseña, la innovación?

L. –Cuando uno diseña siempre innova, o por lo menos lo intenta. Si lo que hace no tiene un grado de novedad, no tiene mucho sentido. Si no podés hacer un aporte determinado. Además, para mí la innovación es lo que te permite alejarte de un commodity. Es una carta de habilitación para hacer algo donde vos elegís sobre qué variable trabajar.

–¿Y la identidad?

L. –Me cuesta bastante pensarlo desde ahí. Hoy yo veo todo como más individual. Hoy hay personas y hay visiones. Es difícil pensar en una unidad. La tecnología era cercana al alcance y tal vez eso sí dé cuenta de cierta identidad a la hora de trabajar acá.

Ch. –Pero es cierto que también al hablar de mimbre, del campo, de la vaca, no hay dudas de que la colección tiene cierta cosa local. Y de hecho, a nosotros, lo mejor que nos pasó fue tenerlo al tejedor trabajando acá, en nuestro estudio-taller. El pertenece a un polo de artesanos que hay en Benavídez. Un tipo bárbaro del que aprendimos muchísimo, que se reinventa a sí mismo y hoy es feliz de poder trabajar desde esta nueva posibilidad.

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