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Sábado, 23 de junio de 2007

ASOCIACIONES LíCITAS

Más humano

En el ciclo de charlas organizadas por el INTI, esta semana se habló de diseño para el desarrollo local. Bajo el título Asociaciones Lícitas, se presentaron experiencias de larga data entre diseñadores y poblaciones vulnerables o comunidades de artesanos.

 Por Luján Cambariere

A quienes no son diseñadores pueden interesarles o no, pero en todo caso no se resisten a imaginar el rol que pueden jugar estos profesionales en estas experiencias que se van gestando desde lo social. Proyectos que de forma concreta cambian la calidad de vida de mucha gente. Bien distinto, lo que les pasa a los proyectistas formados en la educación clásica, el paradigma aún predominante del diseño que, ajeno a estas realidades, pareciera obligarlos a tener que pedir permiso para involucrase en ellas. De algún modo así se explica el título de esta charla, la segunda del ciclo Hablando de Diseño, organizada por el Programa de Diseño del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) al definirlas como Asociaciones Lícitas. Experiencias de diseño que no sólo son posibles, sino necesarias, complejas, apasionantes y en muchos lugares del interior de nuestro país, el futuro de la disciplina. Diseñadores trabajando con distintas comunidades de artesanos, poblaciones vulnerables, emprendimientos de la sociedad civil (ONG) o pequeños productores. Experiencias con rasgos comunes donde se replican valores, diálogos con nuevos actores, el contexto y el entorno. Un fenómeno emergente, que crea un nuevo profesional con otras actitudes. Otra sensibilidad, empatía, responsabilidad, democrática en lo cultural, que acepta las diferencias y sólida técnicamente ya que con su modo de actuar aporta un alto grado de innovación a la disciplina.

De algunas de las experiencias más emblemáticas de nuestro país (proyectos ya presentes en estas páginas) dieron cuenta cuatro de sus protagonistas. La diseñadora industrial, profesora e investigadora Beatriz Galán, quien trabaja desde hace años con su mecánica “investigación-acción” desde distintos proyectos de Diseño para el Desarrollo (FADU-UBA). La diseñadora de indumentaria Marcela Melaragno, quien lo hace desde el Subprograma de Cadena de Valor Artesanal del INTI, proyecto que apunta a la tecnología para duplicar el valor de la lana en comunidades relegadas. Y desde Mar del Plata, con una universidad especialmente abierta a estas prácticas, las arquitectas y profesoras de diseño Marina Porrúa y Marta Rueda, directoras del Grupo de Extensión Cultura y Diseño del que nace el programa de capacitación, que es el pilar del proyecto Identidades Productivas, creado por Cintia Vietto y dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación. En cada una de sus intervenciones dieron cuenta de sus dispositivos, recursos técnicos, características de su gestión y, sobre todo, valores imperantes, para darles un marco teórico a fenómenos que todavía requieren de una conceptualización.

Si bien cada experiencia es única, conforme devenía la charla se fueron evidenciando algunas certezas. El rol del diseñador en estas experiencias es el de una especie de animador. Un operador cultural, un articulador. Generalmente no diseña. O por lo menos no lo hace a la manera tradicional, centrándose solamente en el objeto, sino que oficia como un agente de cambio, entendiendo que es el eslabón de una cadena. Básicamente ayudando a la comunidad a revisar sus activos: recursos –materiales, técnicas, destrezas– o simbólicos. En lo concreto, dedicándose a mejorar la calidad de la materia prima, la terminación de los productos, refinando las técnicas o ayudándolos a generar una marca para aportarle mayor visibilidad al proyecto. “Para eso, el diseñador presta sus saberes –herramientas conceptuales, vocabulario técnico, prácticas de planificación, enriquecimiento de los imaginarios y sensibilización– que habilitan a los actores involucrados, para ordenar y autogestionar productos y servicios, con criterios de eficacia y en la dinámica productiva de las nuevas tecnologías, de modo de contribuir al arraigo y la calidad de vida locales”, explicó Galán. Enseguida, surgió la aclaración de que lamentablemente el profesional argentino no suele estar formado para trabajar en estos contextos. Que, también, a la luz de las evidencias nos llevan la delantera países como Brasil y Colombia. Por lo que se impone mayor formación al respecto vehiculizada, por ejemplo, a través de una maestría, o de trabajos de extensión universitaria como ya lo vienen haciendo.

Como todas estas experiencias buscan ser sustentables en el tiempo, proponen la autonomía de los participantes. Los trabajos se realizan en forma de acompañamiento a través de equipos de trabajo interdisciplinario. “Si bien el diseño se puede transferir, la educación mucho más, convirtiéndose en un capital que la comunidad atesora para siempre”, resaltaron las marplatenses. Quienes continuaron aclarando otro punto fundamental a tener en cuenta: “Cumple un rol sustancial en esta propuesta la desmitificación de la capacidad creativa como patrimonio de unos pocos, pues la creatividad se aprende y se desarrolla, en tanto se otorguen herramientas metodológicas que potencien las habilidades artesanales o industriales de los participantes, agregando, así, valor de signo y valor de cambio a los objetos que pueden realizarse”.

Por último, todas coincidieron en que no hay desarrollo sin identidad. Y tampoco innovación, dos tesoros preciados hoy por el diseño. “El único camino pasa por trabajar sobre lo propio, lo nuestro.”

¿Se pueden replicar estas experiencias? “Más que replicar, se pueden reeditar”, aclaró Melaragno a su tiempo. “Es que recién cuando uno llega al lugar, conoce a la gente y su contexto, se empieza a vislumbrar cómo se va a trabajar”. ¿Los límites de la intervención? La ética, que prueba que es posible una aproximación respetuosa, sensible y responsable, que apunte a la preservación cultural y de recursos naturales. Equidad, respeto, sensibilidad, preservación patrimonial, trabajo colectivo, crecimiento sustentable, palabras que resuenan en cada una de las ponencias.

Al cierre, frente a la pregunta del saldo que dejaban estas experiencias para el proyectista, Galán de nuevo fue contundente: “Cuando yo egresé de la universidad, salí como todos los diseñadores, a pontificar qué era lo bueno, lo malo. En estas relaciones uno aprende diferentes lógicas y, básicamente, aprende a escuchar, a responder a las expectativas del otro, a respetar. Por eso lo que a mí me gustaría de acá hasta que me jubile es que no quede ningún colega esperando la legitimación de esta realidad”, remata.

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