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Sábado, 16 de agosto de 2008

POR QUé EL ICOMOS RECHAZó EL PAISAJE CULTURAL PORTEñO DE IBARRA Y TELERMAN

Un papelón ante el mundo

Siempre se supo que era una propuesta sin la menor seriedad. Pero el organismo técnico de la Unesco hizo un informe casi humillante que resulta un buen diagnóstico de toda una gestión que nunca movió un dedo para proteger el patrimonio edificado.

 Por Sergio Kiernan

Ya es oficial, por escrito y en circulación: el engendro llamado Paisaje Cultural de la Humanidad que Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y sus funcionarias las Chicas Superpoderosas quisieron venderle a la Unesco fue rechazado formalmente. Ibarra, Telerman, Silvia Fajre y Nanni Arias Incollá tiraron tiempo y mucho dinero en el engendro que expertos independientes y funcionarios internacionales caridosos les habían avisado no iba a prosperar. Y, pese al griterío, los power points, los viajes pagos por el erario municipal y la movilización de tanto personal que tenía otras cosas más concretas que hacer, nomás no prosperó. El informe negativo del organismo técnico de la Unesco termina tersamente diciendo que “recomienda que el Paisaje Cultural de Buenos Aires, Argentina, no sea inscripto en la Lista de Patrimonio Mundial”.

Como se recordará, el disparatado Paisaje Cultural porteño forma un polígono que toma toda la ribera de la ciudad, de La Boca a Palermo. Con la falta absoluta de rigor que caracterizó la gestión cultural y sobre todo patrimonial de Ibarra-Telerman, se presentó un inmenso rejunte de más de tres mil manzanas de la ciudad con todo lo que contenían. A la Unesco llegaron entonces miles de edificios de departamentos de ínfima categoría, bajadas de autopista, baldíos, varias de las peores obras del arquitecto Alvarez, galpones y villas. Todo esto mezclado con lo mejor de nuestro patrimonio edificado y la única real esperanza de que alguien le diera la menor bola al bodrio, los bosques de Palermo.

Lo que Ibarra-Telerman y las Chicas nunca percibieron fue la contradicción entre presentar a Buenos Aires como Paisaje Cultural y a la vez negarse completamente a proteger nada. La Lista de Patrimonio Mundial contiene algunos de los mayores tesoros naturales y culturales de este peculiar planeta. Valles, templos, pueblos y arrecifes están en los lugares más dispares y van de lo muy grande a lo pequeño, pero tienen algo en común: son estrictamente protegidos, regulados y catalogados. Por supuesto, la gestión pretendidamente progresista no tenía ni ganas ni coraje para regular nada, como quedó demostrado por los largos años en que Fajre tuvo en el cajón la reglamentación de la ley 1227 y por su costumbre de hacer ojos melancólicos y repetir “no se puede, no se puede” cuando le hablaban de parar una demolición.

Fue por esto que el gobierno porteño se presentó a esa categoría nunca usada, la de Paisaje Cultural, a ver si zafaban con cosas como incluir la City porteña mientras permitían que demolieran sus grandes bancos. Pues no zafaron: el informe técnico del Icomos, la entidad dedicada a velar por los grandes monumentos del mundo, es lapidario con la sanata intentada por Ibarra & Co. Por ejemplo, cuando los argentinos afirmaron que “dada la naturaleza dinámica de los paisajes culturales urbanos, el proceso de garantizar y determinar la autenticidad e integridad debe ser mantenido bajo constante revisión para asegurar su evolución”. Los técnicos del Icomos son gente de gran erudición y de estatura profesional internacional, pero tampoco quedaron muy impresionados con este párrafo posmoderno y flu. Su respuesta fue que “Icomos no considera demostrada la coherencia de la porción urbana propuesta”.

El nivel de improvisación de la propuesta porteña es tal que los técnicos afirman que “en la presentación hay apenas explicaciones muy genéricas de la integridad (de la zona propuesta) y no se explica en absoluto qué se quiere decir con ‘completo’ o ‘intacto’. Esto se reemplaza con un énfasis en la heterogeneidad urbana y los diversos estratos culturales”. Esto último es vintage Fajre y muy conocido para los que la escucharon como subsecretaria de Patrimonio Cultural primero y ministra de Cultura después, ya que es su justificación del “patrimonio intangible”, bicho que supuestamente hace que sea lo mismo demoler o no, ya que “la ciudad cambia y evoluciona” pero siempre será igual.

El Icomos no coincide: “Icomos considera que la autenticidad de los paisajes culturales en evolución se relaciona con los procesos distintivos de interacción entre las personas y su ambiente a lo largo del tiempo, y también a las expresiones físicas distintivas de esa relación”. En buen castellano, que no alcanza con el patrimonio intangible sino que hay que cuidar las expresiones físicas, o sea los edificios. Como para que no quede duda alguna, el parecer técnico continúa diciendo que “en términos de procesos, se propone que el dinamismo y el cambio continuo son lo que hacen especial a Buenos Aires. Icomos considera que estos atributos pueden encontrarse en muchas otras ciudades y además que son fuerzas demasiado genéricas: lo que hace a un paisaje cultural algo especial es lo especial de las fuerzas socioeconómicas que impulsan el cambio”.

Habiendo aclarado correctamente que una Buenos Aires sin patrimonio —”en constante evolución”— es una ciudad más de tantas en el mundo, el Icomos explica que la propuesta porteña ni siquiera muestra que se entienda cuáles fuerzas hicieron de Buenos Aires lo que es. Según parece, la propuesta Ibarra sólo menciona la inmigración y la prosperidad inicial. El Icomos señala esto porque piensa que “deben entenderse los parámetros de cambio para que se puedan sostener ciertos atributos específicos”.

Uno de los párrafos más lapidarios del informe técnico es el que se ríe –de modo diplomático y cortés– de la idea de “ciudad viva” que le quisieron vender a la Unesco: “(La propuesta) relaciona la autenticidad del diseño arquitectónico al concepto de ciudad viva y se destaca su cambio continuo. Sin embargo, no se discuten los límites de este cambio a futuro ni se presenta evidencia detallada de los cambios de los últimos cincuenta años más que en la afirmación de que hubo pérdidas significativas y una larga historia de daños, aunque un gran número de edificios sigue en pie”. En castellano simple, no se habla de cómo piensan preservar el patrimonio edificado que supuestamente hace de Buenos Aires una ciudad única y no se hace un balance sincero de la destrucción de ese patrimonio.

La conclusión es que “Icomos no considera que se haya demostrado la integridad y autenticidad del área nominada”.

Los papelones siguen en cuanto se revisa el “Análisis comparativo” presentado por Ibarra y su troupe. Resulta que la propuesta porteña dice que nuestra ciudad es única porque presenta una grilla española reedificada con arquitecturas europeas. Como esto es un evidente disparate, se compara a Buenos Aires con ¡Río de Janeiro! Como en el Icomos son gente viajada, enseguida comparan a Buenos Aires con Montevideo, Guayaquil, Veracruz, Rosario, Córdoba y Mendoza, todas ciudades con grillas españolas reedificadas con otras arquitecturas. El informe hasta rechaza el párrafo que las Chicas Superpoderosas se plagiaron del Manual del Alumno Bonaerense, cuando afirmaron que nuestra ciudad tiene una relación única entre Pampa y Río. Para no irse muy lejos, el Icomos les recuerda que Montevideo está en el mismo río y tiene atrás una pampa.

Con una caradurez increíble, la propuesta porteña compara Buenos Aires con Liverpool, Riga, Budapest, París, Sydney y Shanghai, y afirma que Buenos Aires es, junto a Tel Aviv, “la mayor concentración urbana del estilo internacional temprano”. Los especialistas del Icomos acá parecen haberse fastidiado, ya que escriben que “la debilidad de este análisis comparativo proviene de la dificultad de determinar exactamente cómo Buenos Aires demuestra un valor universal especial como paisaje cultural. Buenos Aires es muy similar a muchas ciudades de Sudamérica y otras regiones que atraviesan varios siglos, fueron influidas o limitadas por su topografía y tuvieron variadas influencias culturales que resultaron en un conglomerado urbano heterogéneo. Resultado: “El Icomos considera que el análisis comparativo no es suficiente para demostrar un evidente Valor Universal”.

Los párrafos más duros del reporte técnico son –y esto no sorprenderá– los que hablan de la protección concreta de edificios históricos. “Queda claro que las demoliciones son numerosas y que no parece haber ninguna intención de limitar de manera significativa el número de demoliciones”; “El problema es que a menos que se administre el cambio, no hay garantías de que los muy importantes edificios del siglo 19 y temprano siglo 20 que reflejan modelos europeos, sean preservados”; “Ya se demolió mucho, o fue muy alterado, como los silos de Bunge & Born (uno de los más importantes del mundo), las Galerías Pacífico, la Sociedad Rural, el Zoológico, el Abasto, el Palacio de Correos y varios parques y plazas”; “Los procesos de catalogación toman mucho tiempo y en el ínterin los constructores aprovechan esa lentitud”.

Nuevamente, el resultado es lapidario: “El Icomos considera que la protección legal es compleja pero no parece al momento ser coordinada adecuadamente a la necesidad de proteger el paisaje urbano en las zonas propuestas” y “El Icomos considera que en resumen los mecanismos actuales de conservación apuntan a edificios individuales y no a la textura del paisaje”.

Este papelón lo hizo un grupo de funcionarios determinados a no proteger el patrimonio edificado. Desde mediados del año pasado, la situación cambió completamente porque ciudadanos privados mostraron el coraje que no tuvieron los gobiernos Ibarra-Telerman y presentaron amparos, se movilizaron y exigieron, salvando edificios y poniendo el patrimonio en la agenda política. El Icomos le dijo a la Unesco que la propuesta de paisaje cultural porteño era absurda. Por suerte no se votó en el plenario y quedó en un conveniente limbo que nos evita que el papelón sea aun mayor.

Gracias por todo.

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