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Sábado, 4 de octubre de 2008

Menos cáscara, menos design

De paso por Buenos Aires, el diseñador argentino radicado en Milán Alejandro Ruiz cuenta cómo lo hacen allá.

 Por Luján Cambariere

“Menos design. Menos superficialidad, menos cáscara y más sustancia. Eso es lo que el diseño necesita”, sentencia Alejandro Ruiz. Y a él, que siempre trabajó en relación estrecha con la industria, vale creerle. Es que a pesar de haber nacido en Bahía Blanca, emigró muy joven a Italia. De hecho, hace tiempo que sabíamos de él, sin conocerlo, como el diseñador argentino que trabaja en Milán. Dedicado a la arquitectura efímera y al diseño industrial, con clientes como Electrolux, Fiat, Ikea, Riva, Soteco, Venini, Virgin Records y Alessi para quien en 1994 diseñó el rallador de queso Parmenide que forma parte de la colección de diseño del MoMA (Museum of Modern Art) de Nueva York. Su actuación como jurado en el marco de la edición ‘08 del Premio Ternium Siderar de diseño en acero fue la oportunidad para m2 de charlar con él.

–¿Cómo fueron sus comienzos?

–Estudié diseño industrial en La Plata. Nací en Bahía Blanca y viví siempre en La Pampa. Cuando terminé el secundario partí a La Plata con la intención de estudiar no sabía muy bien qué. Empecé Filosofía y Letras, seguí con Arquitectura, Ingeniería Aeronáutica y la cuarta fue Diseño. A esa edad todo vale y yo no sabía lo que era el diseño, ni sabía que en La Plata existía una carrera que se llamaba así. De hecho, cuando terminé la escuela secundaria no sabía qué quería hacer y fui a hacerme uno de esos tests vocacionales del que tengo un muy buen recuerdo. La conclusión del profesional que me lo hizo era que yo podía hacer varias cosas, no tenía una precisa, que podía pasar entre la arquitectura y la ingeniería, “lo único que te aconsejo”, me dijo el psicólogo, “es que no hagas nada que requiera concentrarse en más de una cosa a la vez. Vos nunca vas a poder ser un piloto de avión. Vos te concentrás en una cosa y el resto, lo olvidás. No tenés visión periférica. Tenés una visión centralizada de la cosa, llegás profundamente pero lo que está pasando alrededor se te pasa”. Y era cierto, el perfil que el tipo trazaba me identificaba.

–Al igual que a la mayoría de los hombres...

–(risas) Muy gentil, gracias. Es verdad, dicen que los hombres somos así. Que no podemos manejar dos variables a la vez como ustedes las mujeres, pero en mi caso, esa era la conclusión del profesional. Y cuando fui a La Plata, sobre todo ingeniería era una carrera muy dura para mí. Una noche cerca de fin de año, me encontré con una amiga de La Pampa en una galería de arte, puedo decir perfectamente dónde, por lo que pasó después. Ella me cuenta que estudiaba diseño industrial y me empieza a contar de qué se trataba. Cuando le pregunto si le gusta me dice: “Horrible. Me voy a cambiar”. Lo gracioso era que cada cosa que ella me contaba como negativa, a mí me interesaba. Y me cambié.

–¿Enseguida que terminás de estudiar te vas a Italia?

–En diciembre del ‘84 di la tesis con Ricardo Blanco, pasé las fiestas y en mayo me fui.

–¿Te fuiste a qué?

–A ver... Tenía pasaje de ida, ni siquiera de vuelta. Con una cantidad de dinero que a mí me parecía que podía vivir seis meses, cuando a los 15 días ya tenía que empezar a trabajar. Una gran inconsciencia.

–¿Qué fue lo primero que hiciste?

–Salir a buscar trabajo. El primer trabajo que encontré fue una cosa fantástica: trabajo en el Studio Alchimia con Alessandro Mendini, después de un mes y medio de buscar, que no era tanto tiempo. Tuve muchísima suerte. Y empecé bien. Fue un shock porque venía de una facultad que tenía un corte muy racional, sólo un par de profesores tenían una visión más abierta e internacional.

–Con Mendini, un icono...

–El material que a nosotros nos llegaba entonces no estaba tan actualizado, así que ni siquiera lo tomé tan así. Allá además, te daban mucha libertad. Algo que tienen de bueno los estudios de diseño en Italia y que todavía sigue siendo así, excepto en los internacionales, es que no hay una jerarquía preestablecida. Es medio como en el Medioevo, vos entrás, te dan la herramienta y te van dando más responsabilidad. Empecé a trabajar con Mendini porque había hecho un proyecto de bicicleta para la facultad y la semana anterior le había llegado al estudio un encargo para proyectar una bici. Pero no es que se pareciera el problema que él tenía que proyectar con la mía, simplemente tenían en común la palabra bicicleta. Fue la chispa. Así empecé. Recuerdo que era el 15 de julio, y en Italia el 30 de julio se cierra todo y se reabre el 1º de septiembre porque en agosto son las vacaciones y Milán queda vacía. Era el 15 de julio y él me dice: “Perfecto, el 3 de septiembre, un lunes, empezamos”. Salgo emocionado por la calle y enseguida pienso cómo iba a hacer para llegar a ese lunes. A la mañana siguiente volví a decirle que estaba encantado de aceptar un trabajo como ése, pero que no podía porque no podía permitirme estar un mes y medio sin trabajo. Aún recuerdo que me miró y me dijo: “Empezás mañana”. Me pagó los 15 días de julio y con eso llegue a septiembre.

–¿Ahí cuánto tiempo estuviste?

–Casi un año, porque durante ese tiempo, conocí al director de la Domus Academy que recién arrancaba y me ofreció que mandara mi currículum a ver si la Comunidad Europea me becaba y así fue. Se me complicó hacer las dos cosas a la vez, así que terminé la Domus. Después empecé a trabajar con Gregotti, haciendo interiores y arquitectura efímera y comercial, que me gusta mucho y es lo que más hago. El diseño es mi pasión, lo otro, mi trabajo. En Gregotti estaba muy bien. A los dos meses de trabajar ya me mandaban a presentar proyectos al Metropolitano de Bilbao donde me recibió el mismísimo alcalde. Pero tenía un techo, entonces al tiempo me independicé.

–¿Ahí fundás Lessdesign? ¿Qué era eso?

–No, Lessdesign (Menos Design) era un proyecto con otra diseñadora italiana que en ese momento vivía en Londres. Una idea, un enfoque que proponía “menos diseño”, menos ruido, con la idea de trabajar con la industria. Menos cosas aparentes y un poco más de sustancia.

–Acá muchas veces se te nombra como “el diseñador argentino que trabajó para Alessi” ¿pero qué es lo más destacable para vos de tu trabajo?

–Trabajar para la industria y obviamente también lo de Alessi. Aunque ese fuera un proyecto puntual. Ahora estamos haciendo un desarrollo del rallador después de tantos años que está en los comercios. En el proyecto inicial yo proponía que hicieran más de una hoja para distintos usos. Por una cuestión de dinámica, se hizo enseguida, lo hicieron como rallador y se olvidaron, o no tuvieron en cuenta, las hojas para usos diversos. Hace tres años en una feria, la persona que hace el desarrollo de producto me dice que con Alberto (Alessi) se les ocurrió que podía tener hojas intercambiables. “Qué buena idea que tuvieron”, les dije, pidiendo que fueran a ver el original donde estaba contemplado. Muy gracioso. Igual, tal vez más que estas cosas, me gusta destacar el modo en que yo trabajo. Hablaba de esto el otro día con un cliente, dueño de una agencia de marketing muy importante que existe en Milán. El tenía el problema que se le vencía el contrato de alquiler en el centro histórico, donde están las otras agencias y donde pagarte un alquiler cuesta media fortuna al año, pero que en definitiva es ya un modo de presentarse o elegir otra cosa. Y estaba en crisis de identidad por eso y porque al marketing, según él, como se hace hoy en día, le quedan 10 años de vida. Entonces se planteó un cambio importante. Esta conversación juntos, lleva entre idas y vueltas, un año y medio. Entonces entre los cambios que hizo, mudó su sede a una zona alternativa. Una vieja fábrica de fundición napoleónica donde se hacían campanas, para refundarse desde otro lugar y ahí va el jugo de la historia. El sostiene que hay relaciones de trabajo banales en todo sentido y que él ya no quiere trabajar en ellas. Esas del tipo donde viene alguien y te pide que le hagas un vaso de plástico. Y te lo da y vos lo haces, el tipo contento, pero no nos damos nada recíprocamente, porque él ya sabe lo que quería, ya sabe lo que le voy a hacer y yo ya sé lo que le iba a dar, y terminó dándole una cosa que no me ha transformado y no hay crecimiento. Ahí mismo yo le expliqué que la contraparte a lo que él llama “relación banal” es la que yo apodo “relación en conflicto”. A mí el trabajo que siempre me interesó con mis clientes es aquel en el que puedo entrar en conflicto. Un conflicto positivo, que te hace crecer y sobre todo hace crecer al proyecto. Más allá del desafío, porque con el conflicto vos creas una relación con la persona, con tu interlocutor, con la banalidad no. Claro que no podés que todas tus relaciones sean de conflicto, pero las pocas buenas que uno tiene mejor.

–Podés citar algunas de ese tipo.

–Yo tengo pocos clientes, de muchos años y con una relación fuerte de afecto y estima. Uno de ellos es Electrolux, donde el último trabajo grande que acabamos de hacer, el showroom de Shanghai, fue en conflicto. Los dirigentes de China querían un sitio donde exponer todo: 60 heladeras, 45 anafes. Entonces les dibujé en planta el cuadradito que representa cada heladera, anafe. En síntesis, necesitan 8000 m2 y no los 400 m2 que teníamos, así que empezamos las negociaciones desde ahí. Por otro lado, los suecos querían reproducir lo hecho en Italia y tener relaciones fuertes con el mundo del diseño. Solamente llevar de esa posición a la otra llevó meses pero hoy tenemos un espacio que es casi un centro cultural, un sitio muy interesante.

–¿Cuestiones que se dan antes de llegar al papel o computador?

–A esta altura del trabajo, respecto a lo que hacía cuando empecé, no me pongo a proyectar. En la cabeza ya está todo, entonces lo que vas haciendo es ir viendo cómo se va armando. Eso lo aprendí de un amigo fotógrafo. Ellos mientras esperan, tienen la foto perfecta, la que imaginan, y tienen que decidir en qué momento apretar el obturador. Así pasa un poco en el diseño cuando tenés cierta experiencia. Vos sabés cuál es el punto de llegada, y se te va armando mientras trabajas.

–¿Cómo es la relación con la industria?

–Difícil como en todos lados, pero no solo existe, sino que es el punto de partida de cualquier proyecto. Yo no quiero ponerme en el rol del emprendedor.

–¿El diseño cambió mucho en Italia en los últimos años?

–Lo que cambia es que antes estaban en un período más experimental, de consolidación. Cuando la empresa está consolidada empieza a arriesgar siempre menos, el que arriesga es el que tiene que ganar la posición. Eso cambia.

–¿Y desde allá cómo se ve el resto del mundo?

–Yo no creo que estén muy atentos. Italia se cree el ombligo de la región.

–¿No miran ni a China?

–Empezás a mirar cuando los tenés en los talones. No se mira por curiosidad, se mira por necesidad. En China todavía no se diseña mucho porque todavía está vigente un estilo internacional. El exotismo desde el punto de vista comercial es absolutamente marginal.

–Cuando hablabas de “less design”, es menos diseño y más qué?

–Menos diseño, que no es la palabra “diseño” sino tal vez “design”. Allá existe una expresión que es terrible que es la del “objeto de design”. Mirá que lindo vaso de design, que linda silla de design. La idea de hablar de less design es para que todo vuelva a ser diseño. Un poco más de sustancia, más lentitud. Una idea también de ritmo. Todo hecho con una idea más de reflexión. No nos hace falta más ruido, hay suficiente.

–¿Y qué hace falta?

–Podar, elegir, discernir, la gente viene más educada a digerir lo que le dan.

–Un elogio a la lentitud.

–Sí, eso es fundamental. Lo que pasa con las cosas que hacés para ayer es que a veces te salen bien, pero seguramente un proyecto crece mientras va decantando. Una vez leí que el cerebro humano no es un generador, sino que es un filtro. La parte más nueva es un filtro, la arcaica es la que genera. De algún modo lo que hace el cerebro es quitar, podar, por eso más lento, es mejor.

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