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Sábado, 22 de agosto de 2009

Una falla de la imaginación

¿Por qué son tan malas las ampliaciones de edificios clásicos? En parte por ideología, en parte por simple falta de talento.

 Por Sergio Kiernan

Es una tendencia cada vez más común que no resulta particularmente dañina en sí misma: edificios de noble arquitectura que son ampliados para hacerlos más rentables. Conceptualmente, se trata de vampirismo, porque se hace un edificio en altura arriba de uno generalmente francés, de escala más humana y en un barrio con entorno elegante. Parece ser algo irresistible entre los desarrolladores, que le caen a un barrio bajo y elegante y lo llenan de torres berretas, vendiendo “otro estilo de vida”. Pero al menos evita las demoliciones clandestinas.

Lo que no se entiende tan fácilmente es por qué las ampliaciones son tan pobres en materiales y en diseño. Los dos casos que ilustran esta edición, el Club Francés y el viejo restaurante Au Bec Fin, resultan paradigmáticos: sobre tres pisos que son elegantes aunque no resultan ninguna genialidad arquitectónica, se alzan otros nuevos de una mediocridad mental completa. Hasta parece suicida, porque estos diseños tan aburridos no se notarían tanto por sí mismos, ya que todos nos hemos acostumbrado al bajo nivel de la producción local. Pero “completando” edificios tan bien hechos, rodeados de otros de factura clásica, invitan a comparar talentos y capacidades.

El Club Francés se está ampliando como un hotel de pequeño porte, que promete ser refinado manteniendo su rol como centro social europeo y culinario. La fachada del petit hotel en la calle Rodríguez Peña fue restaurado y mantiene todos sus elementos originales, sus buenas herrerías y sus ménsulas ornamentales. El lugar supo ser una casa particular de las que, sin ilusiones de originalidad arquitectónica, crearon una ciudad aplomada, elegante y bien construida.

Por encima de este original se elevan ahora dos pisos completos y tres parciales con la típica fisonomía de cajonera que caracteriza la construcción argentina actual. El hormigón, los cerramientos de metal muy horizontales y la altura mínima que admite el código crean una curiosa distorsión estética: la parte baja del edificio, con sus alturas generosas, parece elevarse rauda, mientras que la nueva sección le sirve de tapón con sus horizontales tan marcadas.

Otro elemento es la ideología de los arquitectos que marca que no se puede repetir nada que se haya hecho. Quienes comulgan con esa pobre idea la repiten como si fuera un mandamiento escrito en piedra y grabado en el Arca, o como si fuera la ley de gravedad, parte de la naturaleza y por tanto inmutable. En realidad, es una justificación colifa de la incapacidad de hacer las cosas como corresponde y las ganas de “expresarse” como les enseñaron que deben hacer. La ideología rupturista es tan fuerte que ni siquiera se molestan en hacer transiciones adecuadas y el Club Francés todavía tiene su remate de terraza, una baranda de balustres en símil piedra que medio que tapa el primer nivel de la obra nueva...

Au Bec Fin está todavía a medio hacer –la obra, al menos por afuera, parece paralizada–, con lo que la invitación al suicidio estético es todavía peor. El viejo petit hotel está entre dos bellos edificios de primera agua. Sobre la esquina de Vicente López y Callao lo flanquea un francés tardío muy elegante, con un remate a la mansarda. Entrando en la cuadra, está una propiedad horizontal muy anterior y perfectamente conservada.

El entorno es tan fuerte que la obra nueva tuvo que respetar la verticalidad de las aperturas, siguiendo las de sus vecinos, la de sus propios primeros tres pisos –el petit hotel original– y hasta la de los altísimos plátanos de la calle. Lo que da pena es ver la paupérrima calidad de esos muritos de ladrillo hueco, la guaranga manera que tiene el nuevo agregado de alzarse sobre sus vecinos –cuatro pisos completos y dos retirados– y el abierto error de ponerle balconcitos.

Si el lector no cree que estos parámetros tan pobres son por convicción, valga un caso que puede ser ejemplificador. Los nuevos dueños de la residencia Bemberg de la calle Montevideo frente a la plaza Vicente López insisten en construir una alta caja de cristal sobre lo que era el patio de la mansión. Lo hacen porque se les prohibió demoler el edificio, que estaba en proceso de catalogación. Para evitar el esteticidio, se les acercó una alternativa de un diseñador local: levantar la mansarda del edificio, construirle varios niveles más con la misma altura de cielorrasos del original y reconstruir la mansarda arriba. La propuesta vino hasta con muy buenos dibujos de la nueva alzada. Fue rechazada con indignación, porque ellos no copian edificios viejos sino que hacen los propios.

Si por lo menos esto se hiciera con algún respeto, ya que el talento parece estar en falta.

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Imagen: ARNALDO PAMPILLON. MARTIN ACOSTA
 
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