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Sábado, 31 de octubre de 2009

Aventuras del patrimonio

Gustavo Pirovani Devoto es técnico de la Secretaría de Planeamiento del municipio de Gualeguaychú y encargado, por pasión personal, de defender su patrimonio. Cómo se da la batalla en una ciudad del interior con más piezas valiosas de lo que uno espera.

 Por Andrew Graham-Yooll

–¿Por qué restaurar? ¿Por qué no fotografiar hasta el último detalle de las cosas viejas que queremos conservar? Y luego, ¿por qué no usar el espacio que dejaron las cosas viejas que erradicamos para necesidades modernas, del momento?

–Cada etapa es una reacción a una anterior, en muchos aspectos de la vida. Surgen nuevas respuestas a preguntas antiguas que hacen a cómo podemos y queremos vivir. Y un aspecto cada vez más importante es el de la identidad de un pueblo. Cuando entré en la facultad, en 1973, estaba en plena vigencia y furor el Movimiento de la Arquitectura Moderna, había cátedras corbusieranas y cátedras wrightianas que reflejaban conceptualmente la actitud del arquitecto hacia el medio. Simbólicamente se lo tomaba al norteamericano Frank Lloyd Wright con una postura de mimetización con el medio, por eso es común encontrar en sus obras, por ejemplo, la utilización de piedras del lugar en sus pisos. La postura de Le Corbusier tenía una actitud opuesta al medio, verificable en una casa simbólica suya, la Ville Savoie, arquitectura muy lineal, totalmente desmantelada de ornamentación, con un sistema estructural independiente con la planta baja libre, donde la postura teórica de su obra proponía despegarse del suelo como actitud de respeto a la naturaleza separando la intervención del hombre al medio natural. Había cátedras que se identificaban con una u otra postura de estos grandes maestros. Con esta formación académica, de vuelta a su pueblo, uno comienza a valorar determinadas expresiones arquitectónicas y comienza a descubrir que hay un determinado número de edificios emblemáticos o que están incorporados a la memoria colectiva de la comunidad y que le confieren identidad. Esa memoria es lo que se valora como algo muy humano y emotivo. Entonces yo, desde una formación de desprecio hacia la arquitectura ornamentada, detecto una memoria colectiva muy fuertemente instalada y valorada. Se la valora por sus cualidades y uno termina dándose cuenta de que la parte funcional obedecía a otro lenguaje y dando respuesta a otro nivel de vida. Las casas más ornamentadas eran de gente de altos recursos, con una forma de vida diferente al resto. Por lo que no resulta funcional a los requerimientos de hoy, pero respondiendo a otra idiosincrasia. Uno va descartando el rechazo que produjeron las diferentes expresiones arquitectónicas del pasado, comienza a darle a ese pasado otra valoración y a eso se le va sumando algo muy importante, la identidad que tiene un pueblo y que lo diferencia. Creo que reforzar la conciencia y conocimiento que identifica a una comunidad es cada vez más necesario frente al desafío de la globalización, que arrasa con todos los valores locales o regionales. Hay reacciones en diferentes países que ven necesaria una vuelta a sus raíces como pueblo o comunidad. Claro, se fortalece la visión de la vuelta al pasado para recuperar lo que cada uno fue y es en defensa contra la globalización.

–En Inglaterra, en Alemania, la conservación se ha mostrado como una buena fuente de trabajo, de divisas a través del turismo, como promoción educativa. Aquí entre nosotros son siempre uno o dos tipos y nada más los que convierten en causa la conservación y necesitan de enorme dedicación para llamar la atención del público. Los políticos sólo se enganchan cuando le ven rédito electoral o porque no pueden zafar más. Lo escucho a usted y a una o dos personas en la Secretaría de Cultura de la ciudad y son apasionados. ¿No le parece frustrante?

–Somos atípicos. Hay muchos colegas que cuando quieren conocer una ciudad el primer lugar al que visitan es el cementerio. Ahí queda plasmada la arquitectura de las diferentes épocas de la comunidad, incluso con la preponderancia de la arquitectura que ofrece una lectura de sus momentos de apogeo. Eso es porque el cementerio no sufre la reconversión urbana que atraviesa una ciudad. Un centro urbano no es un organismo muerto o estático, sino que es dinámico y en permanente transformación. Lo importante es cómo se encaran esos cambios y su valoración, cómo convive esa mixtura armónicamente conformando un paisaje urbano que lo identifique. Por eso es importante que cada ciudad tenga su organismo de planeamiento...

–... organismo que, me animo a decir, sin un poquito de influencia política es ignorado y ninguneado.

–Sí, pero debería tener mayor influencia y apoyo estatal. Son importantes para la calidad de vida (que es parte también de la identidad) de una ciudad. Hay que planificar hacia el futuro la parte funcional de un lugar, en cuanto a sus objetivos y las expectativas de crecimiento y expansión. En todo eso es importante la reafirmación de la identidad de una ciudad. La gente no parece sentir una identificación con un shopping, mientras valora de otra manera al verdulero de la esquina que según la anécdota familiar siempre estuvo en esa esquina. Si uno quiere dar a una ciudad un perfil turístico, una fuerte identidad es fundamental. Si voy a una ciudad para ver lo mismo que en todas las demás, no me va a resultar muy atractivo por más que haya edificios monumentales.

–Sin ser fundamentalista, todas las esquinas que se pierdan, todas las diferencias que desaparecen hacen que el patrimonio perdido jamás se recupere. Por eso quería provocarlo con la idea de fotografiar todo y guardar las imágenes para que no importe si todo se demuele.

–Mi actitud es la que se inclina por no perder las esquinas. Si se hormigona mal una calle, y se rompe, bueno, costará más dinero, se verá cómo se consiguen los recursos, se vuelve a reparar la calle y listo. Pero un edificio neoclásico o un edificio art nouveau, una vez que se demolió se perdió definitivamente. No hay posibilidad de arrepentirse y volver atrás. Por eso creo que los arquitectos somos los que mayor responsabilidad tenemos en la valoración de las expresiones de las épocas que va transitando una ciudad.

–Esa es una flor de responsabilidad. ¿Por qué no los ingenieros?

–Discutiendo esto con colegas recuerdo que tuvimos tres materias de historia de la arquitectura. Para nosotros es necesario ver el momento de la historia. Si uno va a construir ahora va a ser arquitectura moderna. Pero, ¿de qué sirvió entonces estudiar toda la historia desde la antigüedad hasta nuestros días? Supuestamente fue para que un sector de la sociedad, que aprendió a valorar las diferentes épocas y su lenguaje expresivo, pueda valorar los cambios. Y para eso es la educación, para formar profesionales que, cada uno en su especialidad, tengan la capacidad de valorar y comunicar ese valor. Y en este caso los privilegiados somos los arquitectos. Los ingenieros tienen una formación diferente, académica, práctica de las ciencias exactas, que incluye la física y la matemática. Un ingeniero tiene una formación netamente técnica. En la carrera no tienen materias que los formen en cuestiones humanísticas o sociales. Por eso digo que somos los arquitectos los que tenemos la mayor responsabilidad porque somos los que hemos obtenido una formación que nos permite valorar el patrimonio cultural de una comunidad, de una ciudad. Claro, hay otras orientaciones artísticas para el arquitecto como la escenografía, orientándose hacia una arquitectura de interiores en cuanto a la ambientación de un escenario teatral o cinematográfico.

–¿Hay en la sociedad una preferencia por olvidar el pasado, por anular la historia?

–Creo que los argentinos necesitamos vivir el momento, vivir el hoy, tanto que nunca se ha establecido al patrimonio como una cuestión de Estado. Cada gobierno toma sus decisiones, de acuerdo con su criterio, pero no ocurre como en los países europeos que se juntan las distintas fracciones políticas para discutir y consensuar cuestiones básicas, elementales (políticas de Estado). Y después cada sucesión política impone su enfoque. Es básico para tener un país organizado en el tiempo y con un objetivo claro. En cambio los argentinos hacemos un desgaste permanente de recursos humanos, económicos, históricos. Cada gestión que asume hace borrón y cuenta nueva. Siempre estamos empezando, nunca logramos continuidad. Siempre estamos en la política de coyuntura. Esto se ve en Buenos Aires más que en otras ciudades del país. En el interior parece existir más la libertad de engancharse o no en los proyectos. De vivir en forma acelerada o hacer pausas. Estamos invadidos por medios que nos bombardean con la necesidad del consumo, nos crean falsas necesidades inmediatas y superficiales en las que nos vamos enganchando. No nos tomamos tiempo para leer y también para ir un poco para atrás y buscar una valoración de las cosas del pasado. Confieso que soy poco lector en términos generales. En lo específico que me interesa trato de profundizar. A partir de ahí trato de pensar y reflexionar sobre cómo valorizar todo lo que se ha hecho, como un legado para las generaciones venideras. El patrimonio cultural, y en particular el edificado, no nos pertenece, es una herencia recibida que debemos preservar para las generaciones futuras.

–Gualeguaychú es un lugar extraño. Tiene dos casas museo nacionales y tres municipales, casas comprados por la provincia y cedidas en custodia al municipio, la de la familia Aedo (sin h), la casa donde vivió Olegario V. Andrade y la casa Azotea Lapalma. Parece mucho para una ciudad relativamente chica.

–Es notable. El municipio no tiene recursos para un programa de conservación de patrimonio por eso busca los fondos en las sucesivas gestiones provinciales.

–¿Cómo se inicia la labor de conservación en los dos monumentos nacionales?

–En 1999 vino a Gualeguaychú el jefe del distrito litoral de la Dirección Nacional de Arquitectura con asiento en Rosario. Llegó con un técnico, y con otro colega local participamos en el armado de un proyecto general de restauración del teatro. Le aclaro que no tenemos una oficina o área específica de restauración o de patrimonio. Soy técnico de la Secretaría de Planeamiento. Por iniciativa propia me ocupé de los temas de preservación patrimonial y porque nadie más en el municipio se había interesado. Los proyectos se fueron encarando de a uno, no como una política integral. Por ejemplo, el municipio prácticamente no ha invertido en la casa de Fray Mocho. Se encaró la gestión y se lograron 900.000 pesos, cosa que anunció la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, específicamente para la restauración de la casa de Fray Mocho que fue construida alrededor de 1850. También hay que restaurar y reciclar partes de la Casa de la Cultura de la ciudad, que es una antigua casa familiar de principios del siglo pasado. Se están buscando fondos a través del Instituto Nacional del Cine para concretar un espacio para la promoción del cine nacional.

–Me informaron que usted es un apasionado de la conservación hasta del último farol de la ciudad...

–No soy tan fanático... pero trato de generar una inquietud, una curiosidad en el mayor número posible de personas. No creo en conservar algo antiguo sólo porque es viejo, sino que trato de ver si tiene valor y de ahí compartir esa información. Trato de lograr una valoración de cosas que no se deben perder.

–Tiene 54 años, ¿va a tener tiempo?

–Tengo algunos años, espero que me permitan avanzar bastante en esta actividad.

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Imagen: GUADALUPE LOMBARDO
 
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