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Sábado, 14 de noviembre de 2009

OPINIóN

Hacia el Tricentenario

 Por Eduardo Joselevich

En junio de 2005 m2 nos abrió sus páginas para una nota sobre el bicentenario como oportunidad para encarar obras emblemáticas: “En cada época existe un potencial innovador original esperando la ocasión de manifestarse; cuando el evento singular permite su concreción, llega a trascender sus límites temáticos. Pensando en el horizonte del 2010, cabe preguntarse cuál es el frente de innovación que puede tener vigencia durante los cinco próximos años”.

Hubo desde entonces muchas iniciativas. La Secretaría de Cultura de la Nación proponía instalar un Palacio del Bicentenario en la zona portuaria. Hubo concursos que fueron patrocinados por autoridades nacionales y municipales, asociaciones profesionales y alguno, también, juntamente con una gran empresa inmobiliaria. Pero en definitiva, en mayo de 2010 la ciudad no habrá ganado ninguna nueva obra permanente de gran aliento.

Si, más o menos para la misma época, Lionel Messi no marcara un solo gol, seguramente la reacción general sería diferente. Pero la sequía de realizaciones arquitecturales no parece llevar a nadie a rasgarse las vestiduras. Es como si los responsables no hubieran conferido una alta prioridad a la viabilidad dentro del horizonte marcado por la fecha. Se celebraron concursos que insumieron grandes dosis de trabajo y dinero. Uno intentaba reciclar el Palacio de Correos como centro cultural, otros se abocaban a refuncionalizar el frente costero Norte de la ciudad. Con una serie de anteproyectos se hicieron campañas de imagen institucional, incluyendo libros en edición de lujo y encuestas públicas conducidas por animadoras fashion.

Igual, Buenos Aires seguirá sin realizar un nuevo paradigma de espacio cultural. Tampoco contará con el auditorio que necesitaría para que eventos musicales multitudinarios dejen de celebrarse exclusivamente en cines o recintos deportivos.

A los viajeros que lleguen desde Ezeiza, lo más llamativo que se les podrá mostrar seguirán siendo las construcciones multiplantas de la Villa 31.

Aparte de constatar la abdicación a las realizaciones tangibles, cabe tratar de deducir qué matrices de valor se tenían en cuenta para elegir las ideas más coherentes con la ocasión. Una de las doce propuestas finalistas, consideradas para un hipotético emblema de la identidad nacional, consistía en erigir un Museo Guggenheim. Eso, desde luego, sería prerrogativa de unos gringos respetables, que ya expresaron públicamente su voluntad de radicarse en Brasil. Queda así para nuestro tercer siglo de vida la asignatura pendiente de dotar a Buenos Aires de un gran espacio cultural, popular, innovativo, un nuevo icono nacional: algo así como un anti-Guggenheim.

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