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Lunes, 4 de enero de 2010

Lo que piensan en San Telmo

La falta total de planeamiento para el Casco Histórico permite el vandalismo, el exceso de comercios y la saturación de turistas. Y el barrio está perdiendo población permanente.

 Por Sergio Kiernan

El Casco Histórico porteño ha vuelto a su estado normal, abandonado de la mano del gobierno local y entregado a fuerzas que nadie prevé ni planea. El ministro Daniel Chaín se escaldó con su guerra de los adoquines y ya no anda inventando obras que le den gloria, mientras que su lamentable colega Juan Pablo Piccardo ahora se dedica a los subtes, reemplazado por Diego Santilli, tan flamante que todavía no se conocen sus intenciones. Esta situación tal vez sea mejor que la que hubo a principios de año, pero en San Telmo están bastante preocupados por temas puntuales que demuestran la falta que hace una política en serio hacia nuestro barrio histórico.

Lo que ven los vecinos es que San Telmo está siendo gentrificado, una fea palabreja norteamericana que indica el proceso por el cual la población de un barrio es reemplazada por gente de mayores recursos (viene de gentry, un arcaísmo para clase alta). El cálculo es que de los 28.000 habitantes del barrio ya se deben haber mudado, porque querían o porque ya no podían pagarse el lujo de vivir en San Telmo, por lo menos el 15 por ciento.

Las inmobiliarias especializadas reportan lo que ya es casi una regla: cada departamento o casa que se vende se recicla, y cada propiedad que se recicla se transforma en un local o en un temporal rental, por día o por semana y en dólares. Hasta en los conventillos está ocurriendo, como en el que está en la calle Defensa, al lado del zanjón, que originalmente era un convoy malevo, luego fue bien reciclado y mantuvo una población de recursos medios o bajos, y ahora está siendo transformado en una “experiencia” tanguera para los visitantes.

Esta tendencia es marcada por el mercado pero no es algo inevitable y automático, como el clima. El gobierno porteño no para de promocionar San Telmo como lugar turístico y únicamente turístico, mientras que permite que se lo cerque con un verdadero muro de edificios de alta densidad. No sólo existe Puerto Madero, que orilla el barrio por su bajo, sino que Paseo Colón está siendo demolida para construir torres masivas, como si fuera un lugar cualquiera. Las torres hasta amagan entrarle al tejido barrial, como el “Quartier San Telmo” –¿quién es el pajarón que inventa esos nombres?– que amenaza levantarse en avenida Garay.

Este peculado mental es típico de los funcionarios municipales, que siguen sin entender que demoler y reemplazar por algo más grande no es progreso, quizá porque son arquitectos y piensan en números y contratos, aunque te citen el Modulor. También se explica así lo hueco de la protección a la misma materia del Casco Histórico, que son sus edificios.

Por ejemplo, el constante vandalismo de los locales, que se remodelan sin el menor control. En San Telmo se alquila una casa, se tiran los ventanales y se pone un vidrio fijo para transformar las aperturas en vidrieras. Los comerciantes son unos verdaderos retardados, pensando que este vandalismo les permitirá vender más. Y la pasividad del gobierno porteño ya es de dar risa: ni siquiera se dan por enterados. Así se ven locales que ponen cielorrasos de aluminio, tiran paredes abajo en casas centenarias y quiebran toda regla de iluminación, sin sanciones, multas o inspecciones.

Un caso paradigmático es la Casa Esteban de Luca, la esquina vieja de Defensa y Carlos Calvo. Es una casa tan histórica que faltan palabras, la única con aspecto colonial, junto a la de Liniers. Por muchos años, fue sede de un restaurante homónimo, recientemente reemplazado por uno francés llamado Chez. El nuevo restaurante implicó una remodelación de interiores que se hizo con total libertad, sin esos controles públicos tan molestos. Para terminar el carnaval, la casa quedó en parte blanca, en parte rosa y

en parte cremita, como un cucurucho de tres sabores. Y luego Chez quebró. La esquina histórica está ahora abandonada, en alquiler, pintarrajeada y remodelada. El próximo que la alquile sentirá sin duda el impulso irresistible de volver a remodelarla, y así va nuestro patrimonio. Y no es un caso aislado: los alquileres son tan altos que ya se fueron casi todos los comercios normales de un barrio y ahora están en problemas los comercios para turistas. Habrá muchas más remodelaciones.

Quien visite San Telmo y camine en círculos alrededor de la placita Dorrego notará que el barrio se está transformando en una sucesión de bares y anticuarios, donde ya cuesta encontrar un kiosco y hay hasta que caminar para encontrar alimentos. Hasta el mercado local está siendo copado por anticuarios, perdiendo su función original y dando otro ejemplo de la exageración argentina, donde un día todas son canchas de paddle y otro todas son maxipollos.

La nueva crisis que encapsula estos problemas se da en la discreta esquina de Bethlem y Anselmo Aieta, la “de atrás” en la placita Dorrego. Quien se acerque se encontrará allí un lindo garage vagamente español, fechado en las alturas en 1906. El edificio tiene un gran portón verde de hoja doble de maderas verticales, una segunda entrada más pequeña, un localito y una evidente vivienda en el primer piso. Lo de 1906 se refiere al edificio actual, porque este es de los primeros solares de la ciudad española y la tradición local cuenta que se usó como prisión en tiempos de Rosas, que abajo también hay túneles y que su posicionamiento casi asegura que toca el zanjón de Granados, la gran obra pluvial del virreynato. En 1880, cuentan los registros, funcionaba allí una herrería y todavía se ven las argollas de hierro para manear los caballos en la vereda.

Lo que se ve en superficie es el garaje al frente de un terreno muy largo que avanza hacia Bolívar y contiene un gran galpón. Un buen día apareció en su balcón, bien arriba donde fuera difícil leerlo, un aviso de obra con el expediente 1.273.046/09 fechado el 15 de diciembre. Lo muy curioso del cartel es que hablaba de obra nueva, sin demolición, y no aclaraba, como indica la ley, los metros a construir o el FOT. Los vecinos se movilizaron, preguntaron, hasta lograron que el director del Casco Histórico, Luis Grossman, inquiriera sobre el asunto –hecho nada menudo– y fue entonces que el cartel desapareció. El garaje estaba esta semana cerrado y sin señales de vida.

Como el cartel nada dice sobre el futuro uso del edificio, otro elemento que debería estar presente por ley, es imposible determinar exactamente qué ocurrirá en el lugar. No cuesta pensar en más alquileres temporarios y varios piensan que habrá un hotel, que se sumará a la saturación general. Lo que lleva a que los vecinos de San Telmo estén ya planeando un pedido de fondo, por ley: que haya cupos para la cantidad de restaurantes, hoteles y departamentos de alquiler temporario en su barrio. El gobierno porteño evidentemente no tiene la imaginación de pensar en estas cosas y los vecinos quieren evitar que el Casco Histórico termine siendo un barrio de turistas y de personas que trabajan para los turistas, para luego irse a dormir a otro barrio.

Con que se pierdan otros cinco mil habitantes permanentes ya estaremos en eso.

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