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Sábado, 8 de enero de 2011

La batalla cultural

 Por Facundo de Almeida*

En este suplemento hemos afirmado en reiteradas oportunidades que la cuestión del patrimonio arquitectónico se incorporó definitivamente a la agenda política, y es un tema más como la salud, la educación o la seguridad. La demostración más clara de esta nueva situación son las numerosas leyes que, por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires se sancionaron en los últimos años. Entre 1996 y 2005, los primeros diez años de existencia de la Legislatura, se aprobaron 44 leyes patrimoniales y entre 2005 y 2009 las normas sancionadas fueron 107. En 2010, sobre un total de 269 leyes aprobadas, 48 estuvieron referidas a la protección del patrimonio arquitectónico, muchas de ellas despachadas en comisión en el período anterior.

Pero a su vez estas leyes contuvieron cada una de ellas una gran cantidad de inmuebles que ahora están protegidos. Durante los primeros diez años parlamentarios sólo se incorporó una cantidad relevante de inmuebles en el Código de Planeamiento Urbano, sancionado en el año 2000. Esta norma incluyó la lista de edificios relevados y protegidos en San Telmo a partir de una ordenanza de 1979 que cristalizó el trabajo del arquitecto José María Peña, y contempló una veintena de áreas de protección histórica, que permanecieron sin reglamentar hasta 2009.

En el último lustro también se aprobaron normas que cambiaron sustancialmente el sistema de protección, y se implementaron y reinterpretaron otras existentes que contribuyeron a modificar los criterios y alcances de la preservación patrimonial.

La Legislatura porteña ocupa hoy buena parte de las reuniones de comisión de planeamiento urbano y de las sesiones del plenario en la discusión de leyes patrimoniales, y forma parte de la tarea semanal de los diputados aprobar numerosos proyectos en el tramo de “leyes sin disidencias ni observaciones” –según la jerga legislativa–, algo que hasta hace pocos años era una rareza.

Esta renovada actividad legislativa, que tuvo su punto de inicio con la creación de la Comisión Especial de Patrimonio Arquitectónico y Paisajístico, también se ha reflejado en el interés de la prensa. Hoy, el patrimonio es materia noticiable no sólo para un suplemento especializado como m2 sino también para secciones de interés general, de política e incluso para medios audiovisuales. Este cambio fue incentivado por numerosos grupos de ciudadanos que se organizaron y tomaron la defensa del patrimonio cultural como una causa propia.

La cantidad y calidad de las leyes aprobadas es muy importante, pero también es cierto que todavía falta mucho por hacer. Se han perdido algunas batallas, pero el panorama general es muy alentador, aunque es cierto que faltan normas más adecuadas de protección, y sobre todo que se cumplan las existentes para evitar las demoliciones ilegales y las pseudo legales, que son hoy las más numerosas.

De todos modos, la batalla principal que han ganado los patrimonialistas es la batalla cultural. Hasta hace poco tiempo era frecuente escuchar a funcionarios, ciudadanos, arquitectos y depredadores patrimoniales, de todo pelaje y color, renegar públicamente sobre las medidas de protección patrimonial y justificar las demoliciones con argumentos que pretendían equiparar construcción nueva con el desarrollo.

Felizmente, la acción ciudadana, la labor de funcionarios y legisladores comprometidos, la atención de la prensa y la intervención eficaz de buena parte del Poder Judicial, cambiaron completamente el panorama, y hoy los depredadores, al menos, se llaman a silencio.

Poco tiempo atrás, la protección patrimonial llegaba justo hasta un paso antes de chocar con los intereses económicos que se le oponían. Es decir, se protegía aquello que de alguna manera no necesitaba protección porque nadie lo quería destruir.

En 2011 ese límite se ha cruzado definitivamente y lo recordaremos por ser el año en que un banco multinacional debió retroceder y restituirle el nombre al Teatro Opera, y en el que una gran constructora tuvo que renunciar a un proyecto inmobiliario, acorralada por los vecinos de Palermo, que no permitieron que se perdiera La Cuadra y La Imprenta. Falta mucho por hacer, por eso no hay dudas de que algo ha cambiado en Buenos Aires.

* Licenciado en Relaciones Internacionales. Magister en Gestión Cultural. Docente del Master en Gestión Cultural en la Universidad de Alcalá de Henares y del Programa de Conservación y Preservación del Patrimonio en la Universidad Torcuato Di Tella, http://facundodealmeida.wordpress.com

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