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Sábado, 8 de enero de 2011

El entorno urbano del príncipe Carlos

En su nuevo libro, el príncipe de Gales vuelve a la carga con sus teorías urbanas. Pero esta vez abre el juego y plantea simplemente toda una nueva forma de vida.

 Por Andrew Graham-Yooll

Desde Londres

Como ya estamos acostumbrados en cada fin/comienzo de año, en este recambio vemos nuevamente cómo Carlos, príncipe de Gales, heredero del trono de Inglaterra, no teme sacar sus orejas por encima de la barricada. Esta vez ha convocado a la revolución. Sí, correcto, es un llamado de atención que admite su rechazo a toda moderación en el llamado “revolucionario”. El príncipe Carlos, conocido por su solitaria campaña a favor del medioambiente, sus huertas orgánicas, su recomendación de conversar con las plantas y sus críticas contra la proliferación de edificios chatarra en las ciudades, se ha declarado a favor de la felicidad, el desarrollo sustentable y los centros urbanos habitables. La convocatoria repudia la codicia inmobiliaria y la fealdad de la arquitectura urbana, y advierte contra la catástrofe ambiental.

Todo esto, y mucho más, aparece en un libro de reciente edición, Armonía: Una nueva forma de mirar a nuestro mundo (Harmony: A New Way of Looking at our World) que sacó el sello londinense Blue Door y en donde el príncipe aparece como coautor con Ian Skelly y Tony Juniper.

El libro no es fácil de resumir dado que su alteza y sus dos súbditos coautores parecen querer incluir todo lo que hace a la vida terrenal. El hilo conductor es (quizá, dado que otra lectura puede hallar otras visiones) la necesidad de abandonar la modernidad desalmada y adoptar una espiritualidad tradicional. Esto está dirigido principalmente a hacer notar que desde lo que comemos hasta las casas en que vivimos está todo mal. En el camino al descubrimiento de un nuevo urbanismo ambiental en el que la supervivencia puede ser posible, pasamos por la Hermandad de los Sufíes al acoplamiento de los albatros.

Lo que sí se destila del texto principesco es un nivel respetable de información sobre formas habitacionales de vida humana en diferentes partes del mundo y cuáles de ellas han superado la prueba del tiempo para aparecer útiles y también beneficiosas para sus ocupantes. El autor comparte sus opiniones con el lector sobre pensamientos y personajes como Francis Bacon (1561-1626), filósofo renacentista que hizo su interpretación de la naturaleza en el Novum Organum, la teología platónica de Marcilio Ficino (1433-1499), el manifiesto futurista de Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), el experto en teoría cuántica David Bohm (1917-1992) y el compositor Karlheinz Stockhausen (1928-2007). Con cierto alivio se ve aparecer a la vista un nombre que se podía relacionar con nuestras costas en la persona del alemán Justus von Liebig (1803-1873), que dio al mundo la fórmula del extracto de carne, que tuvo su fundación industrial y comercial aquí nomás, en Fray Bentos, sobre el Uruguay.

En formas no del todo convincentes pero siempre entretenidas, el libro del príncipe y sus socios une a todos estos pensadores y planificadores para recomendar cómo vivir mejor, comiendo selectivamente, seleccionando pensamientos y lecturas útiles, y además aprendiendo a vivir en formas y lugares que hacen al embellecimiento de la vida, mediante viviendas mejor organizadas e inspiradas.

Es de suponer que los dos laderos del príncipe son los que más tuvieron que leer para preparar este libro, y posiblemente escribieron todo lo más difícil. Si no, para qué ser un príncipe si no puede convocar a otros que hagan la investigación. Hay veces en que el texto propone ejercicios cósmicos para relacionar nuestros cuerpos con nuestro entorno. Uno de estos actos, encaminado a entender el espacio real que necesitamos, sugiere al lector que se pare de cara contra una pared y con lápices en ambas manos hacer con los brazos los movimientos semicirculares de un compás. Este ejercicio, hecho en público, demostraría a todo observador que pasara por ahí cuál es su espacio vital. El único problema con este experimento cósmico hecho en público es que nos haría parecer un pelotudo total. Pero, como es sabido, los príncipes pueden recomendar estas investigaciones porque ocupan espacios vitales más grandes que nosotros y no necesitan ser vistos mientras practican sus teorías.

Algunos conservadores se alegrarán de ver que el príncipe celebra más la obra y prédica de un artesano como William Morris (1834-1896) que la obra de Le Corbusier (1887-1965), dado que el posible futuro monarca considera que el modernismo es el rechazo de la belleza y muestra como símbolo de este “ismo” una playa de estacionamiento de hormigón.

Hay en este libro muchas cosas para discutir, pelear, opinar. Sus 330 páginas están muy bien ilustradas y a 25 libras esterlinas por ejemplar (multiplicar por seis pesos) pueden compararse bien con precios en las librerías porteñas (si tenemos un amigo que lo puede traer a Buenos Aires). Hasta ahí lo aceptable, como también es aceptable la excentricidad del príncipe. Pero sus bien intencionadas teorías en la realidad probablemente no son aplicables a más de media docena de personalidades de su entorno y fortuna.

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