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Sábado, 21 de mayo de 2011

Hijo pródigo

Con frondosa carrera en el exterior, el arquitecto argentino Diego Gronda, director del estudio Rockwell Group Europe, desembarca con un proyecto de interiores en Puerto Madero.

 Por Luján Cambariere

No bien terminó sus estudios de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, Diego Gronda tuvo la posibilidad de ampliar sus horizontes y decidió anclar en Estados Unidos. Allí realizó una maestría en Parsons School of Design donde tuvo como docentes, entre otros, al filósofo Jacques Derrida. De eso ya hace veinte años de trabajo y experiencias interrumpidas. Primero en Nueva York con Tony Chi, uno de los interioristas más reconocidos del mundo, y desde hace cinco años en Madrid, donde encabeza el estudio multidisciplinario Rockwell Group Europe integrado por diseñadores industriales, arquitectos, interioristas, con obras por el mundo entero. Desde hoteles –Chambers en Nueva York y Minneápolis; Cosmopolitan en Las Vegas; W Paris Opera en París; Belvedere en Mykonos; Ames en Boston; W de Vieques en Puerto Rico en colaboración con Patricia Urquiola; Arts Ritz Carlton en Barcelona, Taj Mahal Palace en Mumbai, India; Poolvaraluck Mansión Bangkok en Tailandia y Swisshotel New Delhi en Nueva Delhi– a restaurantes hiperglamorosos –Maialino para el chef Danny Meyers (Hotel Gramercy Park, NY); Adour para el chef Alain Ducasse (St Regis hotel NY y Washington); Maze para el chef Gordon Ramsay (Londres), Untitled, nuevamente para Meyers en el Museo Whitney y el Nobu 57 de Robert de Niro en Nueva York–.

Además de una terminal de aviones para la compañía Jet Blue en el Aeropuerto Kennedy, una isla sostenible en Qatar, y productos, como géneros para Maya Romanoff; alfombras para The Rug Company; muebles para Desiron; puertas para Lualdi Doors.

Por eso, más que arquitecto, a esta altura él se considera un diseñador de experiencias con mucho de antropólogo y voyeur que le permiten captar el espíritu de cada lugar. Ahora Gronda desembarca en Buenos Aires, su ciudad natal, con un proyecto de edificio de oficinas y shopping en Puerto Madero. Oportunidad de saber más de otro argentino que triunfa por el mundo.

–¿Cómo es este regreso con gloria a Buenos Aires?

–No creo que sea un regreso, porque no creo haberme ido jamás de Buenos Aires. Es una ciudad que amo, vuelvo a ella tres o cuatro veces al año. Y nunca la he dejado no sólo por mis afectos, familiares y amistades, sino por el afecto con el que uno se arraiga a la ciudad donde se crió. Una ciudad multifacética, que vive transformándose.

–¿Esperaba este proyecto?

–La verdad es que no, son esas cosas del destino. Si bien todos queremos contradecir aquel dicho de “nadie es profeta en su tierra”, lejos yo de ser un profeta, uno siempre tiene su corazoncito en su país. Y yo todo lo que he construido está a miles y miles de kilómetros de Buenos Aires y por ende, reunirse con la familia y amigos y hablar de lo que uno hace y que muy pocos, o nadie, lo pueda experimentar, es peculiar. Es extraño y en muchos casos frustrante. He tenido el privilegio de que varios familiares míos pudieran ver mis obras en Estados Unidos y algún que otro ejemplo en Europa, pero no en Asia, Medio Oriente o el norte de Africa, y eso es una pequeña frustración. Además, al margen de todas las problemáticas que son muchas y siempre me angustian, sobre todo estando afuera cuando uno ve con mayor perspectiva, Buenos Aires sigue siendo una ciudad maravillosa, única en el mundo. Hablando a nivel creativo hay una fuerza interna maravillosa.

–Cuenta que a la hora de diseñar se sumerge en la atmósfera del lugar, ¿esto le resulta más fácil en este proyecto siendo argentino?

–Buenos Aires es una ciudad que conozco bien, pero obviamente ha cambiado mucho en los últimos 20 años. Puerto Madero a nivel nación es uno de los barrios más incompletos y más vivos. Todavía carece de masa crítica considerable, hay áreas con usos desbalanceados. Y eso lo veo como una enorme oportunidad. Puerto Madero me hace pensar en Dubai o Shanghai, ciudades donde había que despedirse de noche porque al amanecer se encontraba con una ciudad distinta, y cada vez que la visito veo cambios. Y eso es interesante, al margen de si a uno le gusta o no el edificio, por la evolución. Yo me he vuelto una especie de antropólogo social, porque si aterrizo en Tailanda, India o Croacia tengo una necesidad de meterme en los espacios urbanos, suburbanos, públicos y privados, donde habitan los potenciales clientes de ese proyecto que voy a diseñar. Es importante conocer a la gente que va a habitar el proyecto. Y poder captar eso en poco tiempo es complicado. Requiere un trabajo previo de dar con la gente correcta. El proceso de diseño es vivo y eso es lo bueno. Nosotros somos un estudio donde dialogamos mucho con el cliente, con la gente y eso siempre enriquece.

-¿Cuál fue la mayor enseñanza que recibió para su profesión de proyectista de Derrida?

–La educación que tuve en la UBA de alguna manera me llevo algún día conocer a quienes me influyeron después. Ya antes de empezar arquitectura me interesaba el deconstructivismo ruso y la ideología de Derrida que era estimular lo imprevisible, y crear un caos controlado. Eran ideas que ya me atraían antes de llegar a Nueva York. Tener la fortuna de escucharlo en persona fue un lujo. Era una persona de cuestionarlo todo, una rebeldía apasionante. El decía: “Ustedes se creen todo lo que esta escrito”. Esa chispa, esa lengua de bisturí, me sumó mucho. En Parsons tuve mucha suerte: durante los dos primeros años mis tutores fueron los arquitectos Lise Anne Couture, Hani Rashid y Joel Sanders. El punto de inflexión en mi paso por esta escuela fue impulsado por el persa Amir Ameri, el mejor profesor de mi vida, quien me enseñó a cuestionar todo y a buscar una línea de pensamiento propia. Muchas universidades adoctrinan pero la libertad que tuve en elegir los cursos que quería estudiar, me ayudó a crear mi propia ideología. Así es como logré realizar una maestría que combinó filosofía, arquitectura y sociología. Fue un tiempo fascinante: Derrida y Ameri son las personas que más influyeron en mi formación intelectual.

–¿Cuál es el proyecto del que se siente más orgulloso?

–Es una pregunta complicada, hay distintas cualidades o desafíos que a veces ni se ven en la obra pero crean un vínculo muy especial. Tengo tal vez un proyecto muy curioso que fue parte de mi tesis final de la maestría que logré reutilizar en un proyecto en Miami, donde se evidencia algo que me interesa particularmente que es el poder vincular la teoría a la práctica. A mí me interesa poder llegar con mis ideas a audiencias más grandes. Que estas ideas puedan ser experimentadas por mucha gente y que creen emociones en todos ellos. También la casa en Buenos Aires que hice en el ‘93, en la que viven mis padres, difícil, llevó tres años y es una de las que más orgulloso me siento. Estaba recién salido de la universidad y ellos tuvieron una paciencia y humildad para aguantarme impresionantes. La ciudad cultural de Hong Kong, que nunca se construyó, pero fue de mucha riqueza para mí a nivel aprendizaje trabajando nada menos que para el Cirque du Soleil. He diseñado decenas de proyectos pero, en lo personal, una de las colaboraciones más fascinantes para mí fue formar parte del grupo Think, liderado por Rafael Viñoly y Shigeru Ban, para la reconstrucción de las Torres Gemelas. Pero es una verdadera pena que tanto esfuerzo nuestro y el de Daniel Libeskind hayan quedado de lado.

–Hoteles, restaurantes... ¿en qué proyectos se siente más cómodo?

–Tengo un curioso chip en la cabeza que me mantiene en jaque. Temo al aburguesamiento, al compromiso, a perder esa adrenalina. Por eso fui haciendo cambios en mi vida. Cuando me fui del estudio de Chi era porque necesitaba cambiar de escala. Y fue curioso, si bien fue un salto al vacío, no pasó mucho tiempo antes de empezar con David. Otro desafío radical. Y siempre espero seguir sorprendiéndome.

–¿El gen argentino?

–El argentino es un buscavidas por vocación. Es gente de una enorme creatividad y, por sobre todo, osada. Hay una frescura de ideas poco comparable. El poder abarcar un problema desde un punto de vista del Primer y Tercer Mundo ha sido una herramienta inigualable para mí. Esto es muy valorado en países emergentes como Tailandia, India, Líbano, China, donde estamos trabajando. Nuestros clientes sienten un nivel de confort cuando les demuestro que ideas de alta complejidad pueden ser desarrolladas en países con menor tecnología. Es todo un desafío pero los locales lo aprecian mucho. Ser muy respetuoso de cada cultura es lo que nos abre muchas puertas.

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