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Sábado, 11 de febrero de 2012

Manos colombianas

Por la feria de artesanías más grande de América latina, de la mano de María Toquica, asesora de diseño.

 Por Luján Cambariere

nExpoartesanías se presenta como la mayor feria del continente, y en diciembre celebró a lo grande sus 21 años. Fueron catorce días de feria con nueve mil metros cuadrados para 727 expositores y 80 mil visitantes. Una muestra material de la madurez de este segmento.

Organizado por Artesanías de Colombia, una sociedad de economía mixta vinculada con el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, cuya misión es la de incrementar la competitividad del sector artesanal con el fin de mejorar la calidad de vida de las comunidades artesanas, preservar y recuperar el patrimonio cultural vivo y la sostenibilidad del ambiente, y por Corferias, el Centro Internacional de Negocios y Exposiciones de Bogotá, reunió a lo mejor de la expresión artesanal indígena, afrodescendiente, tradicional y contemporánea colombiana. Productos elaborados en diferentes materias primas como fibras naturales, textiles, maderas, metales, cerámica y piedra.

Desde sus inicios en 1991, cuentan, el principal reto de Expoartesanías fue liderar la búsqueda de la excelencia en los productos artesanales desarrollados a través de la maestría en diferentes oficios y sobre todo apuntalar la comercialización de los productores, como siempre decimos, el talón de Aquiles de estos emprendimientos.

María Toquica, diseñadora industrial, docente y activa asesora en diseño de la feria, así como una estudiosa de estos cruces entre artesanía y diseño, la resume para m2.

“Voy a empezar por el pabellón étnico y tradicional, en el que la distribución del espacio corresponde a la geografía del país. Es un recorrido por lo que podría llamarse ‘El mundo que perdura’, porque en este mundo contemporáneo los indígenas siguen con una férrea convicción las costumbres y ritos de sus ancestros y de ello dan fe algunas piezas presentes en la feria. Allí vale destacar los trabajos de dos grupos indígenas que habitan las selvas húmedas tropicales sobre el litoral Pacífico: los wunana y los embera en el departamento del Chocó. Ellos, a pesar de pertenecer a etnias diferentes, comparten algunas expresiones culturales como la elaboración de los güerregues, que son los cestos de todos los tamaños, en colores negro, terracota, marrón, algunos verdes y el color natural y el blanco crudo de la fibra que se obtiene de la palma con el mismo nombre: güerregue. Los tintes son naturales y obedecen a la tendencia comercial que ha orientado su elaboración en los últimos tiempos. Originalmente estos cestos de tejido muy tupido y de un grosor aproximado de un centímetro se usaban para cargar líquidos, tras un proceso de curado. Si bien estas piezas son magníficas, lo que me interesa destacar en estos dos grupos son las piezas ceremoniales que trajeron a la feria como un ‘barco mágico’. Una pieza ritual en madera tallada por el ‘jaibaná’, el chamán, curandero y sacerdote de la comunidad, y por lo tanto tiene su poder. El barco se utiliza en los rituales de sanación y tiene la provisión para pelear con los espíritus: ‘Arriba están los espíritus buenos y abajo, los malos’, en palabras de Crucelina Chocho, que habita en el bajo San Juan (un río que recorre de sur a norte el departamento costero del Chocó), en la comunidad papayu. En los barcos de los espíritus o en los muñecos, que son la representación de una cosmogonía que se sigue recreando a través de objetos a los que se les otorga poderes mágico-religiosos se evidencia de una cultura y un mundo indígena vivo, que perdura”.

“Luego, sobre el Atlántico están las tejedoras de la etnia wayuu; ellos son un pueblo que habita el desierto del departamento de la Guajira, una península sobre el océano Atlántico. El despliegue de técnica en la tejeduría de mochilas y chinchorros junto con un manejo del color exuberante y tropical, les ha merecido una resonancia en el ámbito nacional. Los motivos con trazos geométricos que manejan en sus tejidos como en los bordados de sus mantas (trajes) son parte de su iconografía, que representan conceptos e ideas de su cosmogonía”.

–¿Otras zonas, otras expresiones...?

–Si lo anterior es parte de lo étnico indígena, también están las expresiones tradicionales que son resultado de procesos de hibridación, como el Carnaval de Barranquilla (ciudad sobre la costa atlántica) con toda su parafernalia de máscaras y trajes. En la muestra se contrasta la buena técnica de la talla en madera con la ingenuidad de los otros productos en tela, dentro de un espíritu de renovación y cambio.

–¿Otros trabajos a destacar?

–La joyería. De los 76 expositores dedicados a este segmento, con una diversa expresión mayoritariamente en plata, desde la tradicional filigrana hasta piezas minimalistas, señalo la propuesta de Olga Andrade, que me parece muy refrescante en un sector que ha logrado ser competitivo, aunque en ocasiones repetitivo. El manejo del color a través de hilos que se tejen en la pieza y que evocan el inicio de un cesto; o la poética gráfica que contrasta sobre cubos y cilindros, anillos o pulseras. Ella tiene otra propuesta en una línea constructivista, pero en todas se encuentra un riguroso manejo técnico que acompaña las exploraciones creativas. En lo que nosotros sectorizamos como “mesa y decoración”, destaco la propuesta de Vivian Bock, una expresión singular en nuestro panorama. Tiene un virtuoso manejo de la madera que conserva. Ella, además, destaca las formas que a través del tiempo la naturaleza ha dado. Antiguos árboles que se han caído o que están próximos a ser tumbados por ser un riesgo para quienes habitan las zonas donde se encuentran. El tamaño monumental de algunas piezas, el destacar las irregularidades de la madera y, como ya mencioné, conservar las formas de las superficies, son un homenaje a esos gigantes caídos que les otorgan una fuerza y un espíritu a cada una. En bijouterie, de nuevo, hay una propuesta con mucho humor de un taller que se llama Los Monos Relojeros de Lorenzo Freidell: acrílicos y plata nos llevan a un mundo muy contemporáneo donde signos y señales, parte de nuestra cotidianidad urbana se incorpora a nuestro cuerpo, para entendedores sin palabras. Pero de otro lado evoca la infancia en un ámbito más rural o de tiempo pasado: es el juego del prendedor, una ventana con los cristales rotos y el anillo, la piedra que completa la escena; o el juego del tiro al pato, donde la pulsera de patos se complementa con el broche escopeta. También en joyería vale destacar el trabajo de Tatiana Apráez, que por un camino propio aplica a la joyería dos técnicas tradicionales de uno de los departamentos con mayor actividad artesanal en el país: Nariño. Estos oficios que han perdurado en el tiempo, desde la colonia, la talla en madera y desde los prehispánicos el “barniz de Pasto”, dan a las piezas de Tatiana un sabor particular, logrando a mi modo de ver, con muy buena técnica, un eclecticismo con un sabor muy colombino.

Luego, dos propuestas en papel maché de Pablo Villegas y Muchomaché de Mauricio Pérez se destacan por su particular lenguaje, su manejo de color y porque en las dos se percibe esa libertad que da el papel como material para dar rienda suelta a la imaginación.

–¿Otras perlitas?

–El taller de “Las Otilias Milagrosas de Ráquira”, de Rosa Jerez, una dulce campesina con ojos fulgurantes es la heredera de un oficio y un nombre que en los ’80 dejó un hermoso rastro con sus ingenuas vírgenes y sus iglesias. Rastro que han seguido su hija y sus nietas. Esta ha sido una propuesta que Rosa ha continuado, pero también reinterpretado: si en las vírgenes de Otilia se reflejaba una seriedad, casi solemnidad en los rostros de sus Vírgenes y San Franciscos, en las de Rosa se percibe más alegría, y humor con sus Cristos con ruana –prenda tradicional de la región de Boyacá– o los Cristos levantándose de la cruz, así como de las campesinas bailadoras con sus ondeantes faldas.

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