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Sábado, 2 de junio de 2012

Los que entienden y los que no

Algunos inversores parecen querer demostrar que se puede convivir con la sociedad y ganar dinero. Otros se emperran en ser meros especuladores.

 Por Sergio Kiernan

La industria de la construcción se maneja entre noso-tros como las madereras o las ganaderas en el Amazonas. Donde unos ven un ecosistema maravilloso e indispensable, los otros ven madera para cortar y espacios a despejar para las vacas. Que la ganancia deje un desastre atrás no les importa a estos especuladores que siguen la tradición de dejar tendales. Que exista un arte llamado arquitectura y una disciplina llamada urbanismo sirve apenas para comprar argumentos que pulan lo que es, apenas, llenarse los bolsillos a costa de la sociedad.

Pero cada tanto un empresario se desmarca y nos recuerda cómo se podrían hacer las cosas: negocios más inteligentes, alguna preocupación social, un poco de sentido estético, respeto a la ley. Es lo que acaba de pasar en Barracas, donde un emprendimiento cambió solito al cambiarse la zonificación.

El caso es el del muy lindo garaje de Uspallata 765, un emprendimiento típico de la sociedad inmigrante de hace un siglo. El edificio era una vivienda y una empresa familiar a la vez, con dos viviendas en planta baja y un par más en el primer piso, y el garaje tomando el interior del terreno. En uno de esos estilos mestizos que los argentinos valorizamos como “eclécticos”, el garaje mostraba una fachada vagamente francesa, con arcos y rectángulos armonizando, un remate firme, herrerías de buena factura y una fuerte línea horizontal nada casual.

Para mejor, la cuadra entera fue hecha de la misma altura, siguiendo ese misterioso canon de buen gusto modesto y popular que existía en esa época. Todavía hoy parece tirada como un ejercicio de perspectiva, bonita y proporcionada.

Con lo que la aparición del garaje tapiado y vaciado en el invierno de 2009 preocupó a los vecinos. La segura destrucción del edificio movilizó a Proteger Barracas, que pronto compartió la consternación general cuando se conoció el proyecto a construir. No sólo se iba a perder una pieza patrimonial del barrio, sino que se iba a descalabrar toda proporción con una muy anodina torre de 19 pisos, de las exentas, con jardines y cocheras alrededor. Como un gesto, la fachada del garaje iba a ser conservada como un telón, con los ojos vaciados, transformada en una cortina.

Proteger Barracas y las demás ONG del muy activo barrio –y en Barracas saben que tienen la mayor colección de patrimonio de la ciudad– se concentraron en un proyecto de gran importancia. A fin de año, lograron que se sancionara la ley 3954 que le bajó drásticamente la altura a la construcción en un amplio polígono de Barracas. Esta zona de protección incluye la calle Uspallata al 700.

Y aquí viene la parte refrescante del cuento. Los dueños del emprendimiento no corrieron a buscar una excepción, no reclamaron, no dijeron que se afectaba la propiedad privada, no afirmaron que se transformaba la ciudad en un museo y, en general, no dijeron nada. Simplemente registraron el 21 de mayo un nuevo proyecto que respeta perfectamente los tres pisos más uno en retiro que contempla la ley. La fachada del garaje sigue ahí, ahora realmente integrada al edificio nuevo y con gestos de sentido común como que la entrada a la cochera es la vieja entrada al garaje. Como destacaron en Proteger Barracas, “se preserva así la calidad de vida de los vecinos y se tiende a mediano plazo a una revalorización urbanística y económica que beneficia al barrio. Y sigue siendo negocio”.

Como para que quede en claro que éstas son decisiones individuales, a pocas cuadras de la calle Uspallata se da el caso inverso. En Ituzaingó al 700 hay un tremendo terreno de 3300 metros cuadrados inventado a partir de esa posibilidad que debería ser ilegal, la de unificar parcelas. El superlote es ofrecido por una inmobiliaria muy importante de esta ciudad con la zonificación anterior, que permitía torres, y no con la nueva que marca la flamante ley 3954. Proteger Barracas, que sigue estas cosas, le mandó varios avisos y notas a la inmobiliaria, avisando que afirman algo que no es cierto. La inmobiliaria no contestó ni cambió el anuncio comercial.

Esto resulta desconcertante. ¿Querrán tentar al inversor y luego, cuando ya vio la mercadería, avisarle del cambio de zonificación? Porque no hay manera de que alguien compre semejante terreno sin verificar la carga constructiva que efectivamente se permite y que no es la R2aII que afirma la inmobiliaria...

Y para sacarnos de encima los horrores, se acaba de anunciar uno de particular fealdad en Rivadavia y Azcuénaga, justo enfrente del primoroso pasaje urbano con calles interiores. Mentes ávidas diseñaron una megatorre, fea como pocas y ¡rodeada de jardines! que va a tomar un cuarto de manzana. Este proyecto implica un espectacular corte en el tejido urbano de Once, donde se cortará la línea urbana con alguna verjita y plantitas por media cuadra sobre cada frente, y donde la línea de altura quedará descalabrada por un monolito mediocre e imposible de evitar.

El Fernández y la plaza

Basta de Demoler sigue muy activa y con varios casos abiertos. Una novedad es que no hubo caso en que el gobierno porteño jugara de buena fe en el asunto de la estación Plaza Francia del subte H y la cuestión quedó en manos de la Cámara. Como se informó en m2, el gobierno porteño sólo presentó cambios cosméticos en su proyecto que sitúa la estación en la plaza Intendente Alvear y no en la plaza Francia, se carga árboles añosos y destruye un proyecto de Carlos Thays de hace 120 años. La idea en que se emperraron los macristas quiebra la ley por partida doble, ya que ni contempló que ese lugar es físicamente un Area de Protección Histórica y por tanto no se pueden hacer ciertas cosas, y tampoco tuvo en cuenta que la ley autoriza construir la estación en la plaza Francia, no en la Alvear. El titular de los subtes se puso pintoresco ante los jueces y les explicó que es lo mismo porque todo el mundo le dice Francia a la Alvear...

Lo único que aceptó mover el gobierno porteño fueron las bocas de entrada, no la estación, y ni siquiera lo hicieron en serio, con alguna entidad técnica, sino con uno de esos renders facilongos que tanto le gustan. Un render no es un plano ni un compromiso, con lo que resulta difícil creer que siquiera fueran a cumplir con el dibujito. Basta de Demoler se plantó ante el nivel de ilegalidad de toda la obra y se rehusó a blanquearle la estación al gobierno porteño. Ahora arbitrará la Cámara.

A la vez, la ONG se está preocupando cada vez más con el incumplimiento de otra ley, la 3697, que ordena la recuperación histórica del Hospital Rivadavia. El título de la ley incluye lo de “histórica” porque fue votada para frenar las evidentes intenciones del gobierno porteño de cargárselo con la excusa de modernizar la atención médica. Esta ley les ordenaba invertir en el complejo, crear toda la infraestructura necesaria y restaurar los edificios históricos, respetando hasta el glorioso arbolado del parque. Quien se dé una vuelta por el Rivadavia verá que además de su evidente estilo palacio-de-la-salud, afrancesado y aristrocratizante –como se hacían los edificios de uso ciudadano– el conjunto conserva una cantidad de pabellones preciosos y una capilla notable. Parte del conjunto fue destruido por la dictadura, que cavó un estacionamiento y le agregó un puente y un voladizo a la Guardia estilo bunker. El resto lo hizo la indiferencia a la salud pública.

El sábado 19 de mayo, Basta de Demoler y cincuenta vecinos, incluyendo trabajadores del Rivadavia y el comunero por Recoleta Luciano Umérez, quisieron recorrer el hospital para ver cómo estaba. El director no sólo les negó la entrada sino que puso un vigilador privado fortachón para que nadie se colara. Los vecinos hicieron un debate en la calle y resolvieron repetir la visita dentro de poco.

Los Olivari

La esquina de Thames y Paraguay apareció hace poco tapiada a ladrillo y cemento, con locales vacantes y el hostal juvenil del primer piso cerrado. Esto, se sabe, son los primeros síntomas de la destrucción por piqueta, enfermedad terminal que afecta a edificios patrimoniales que no son enormes, como suelen no serlo. Para agravar la dolencia, este tramo de Paraguay tiene una absurda zonificación de avenida, que permite irse para arriba.

El edificio en peligro ostenta la firma de A. Olivari, que puede señalar al gran tano Alfredo o a su hijo Alberto, que compartían arquitectura e inicial. Los Olivari se lucieron por todo el país, creando algunos edificios de fuste pero ganándose la vida sembrándonos de viviendas bien hechas, bien construidas y diseñadas con las reglas del arte.

Por algún milagrito porteño, la esquina forma un conjunto de casas de idéntica altura, planta y primer piso en PH o en local y vivienda, en una zona que todavía exhibe varios de estos edificios alguna vez en mayoría. Con lo que la alarma por el tapiado no se limitó a perder un Olivari sino a perder un conjunto, una zona del barrio.

Rápidamente quedó en claro que el edificio tapiado en la esquina ya estaba en el catálogo preventivo de la Ciudad. Pero esto no garantiza nada y el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales es capaz de recomendar que lo demuelan porque le faltan los cerramientos originales o algún otro detalle liviano, especialidad de las representantes del Ejecutivo en el organismo. Con lo que la diputada María José Lubertino presentó esta semana un proyecto de catalogación cautelar para todos los edificios sobrevivientes sobre Paraguay al 4600 y Thames al 2200.

El proyecto destaca que Paraguay supo ser un corredor de buenas viviendas privadas, diseñadas desde una cultura arquitectónica hoy perdida y hasta despreciada, que sobreviven entre los edificios baratos que hoy dominan. Y por eso congela, desde ya, varias piezas. Para que quede claro: por el solo hecho de que se presentó el proyecto no se pueden demoler los edificios de Paraguay 4601, 4635, 4651, 4653, Thames 2216, 2226 y 2230.

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Antes y después de un proyecto en la calle Uspallata, Barracas, que se adaptó a la nueva zonificación y abandonó el formato torre.
 
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