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Sábado, 10 de noviembre de 2012

El legado del alquimista

 Por Facundo De Almeida

Fernando Juan Santiago Francisco María Piria Gross seguramente es la envidia de muchos políticos y funcionarios –jerarcas, les dirían en Uruguay– del gobierno porteño. Esos que cuando pasan por un cargo público dejan aflorar todo su ímpetu fundacional y se sienten los Barón Haussmann de Buenos Aires, aunque por cierto menos sofisticados y efectivos en sus resultados, que no pasan, en el mejor de los casos, de una bicisenda.

Francisco Piria legó al Uruguay uno de sus balnearios más tradicionales y concurridos, que lleva su nombre como Piriápolis. Una versión más monumental que la del otro lado del río, nuestra Villa Gessell, que también lleva el nombre de su soñador y hacedor.

Piriápolis aún conserva varios de los edificios que soñó y mandó a construir su promotor sobre un terruño de 2700 hectáreas, que iban desde el cerro Pan de Azúcar hasta el mar. Convencido de las virtudes del lugar, diseñó un centro turístico regional y para ello construyó una rambla de siete kilómetros, un puerto, un circuito ferroviario y su propio castillo, entre otras obras. Además, hizo una campaña publicitaria en Buenos Aires, para la cual invirtió 15.000 pesos de la época.

Este uruguayo, nacido en Montevideo en 1847, desarrolló también la producción agropecuaria, una fábrica de cerveza y una bodega, logrando la autosuficiencia del balneario, e impulsó la explotación minera, proveyendo de piedras a la construcción en Montevideo y en Buenos Aires, entre otras a la emblemática Confitería Del Molino.

En Piriápolis construyó, además del castillo, una iglesia que nunca llegó a consagrarse, un hotel que hoy es una residencia de vacaciones para estudiantes de escuelas y liceos públicos de todo el país, y su obra más significativa, el Argentino Hotel. El hotel comenzó a construirse en 1920, cuando el presidente uruguayo Baltasar Brum colocó la piedra fundamental, y su costo –impresionante para la época– ascendió a 5 millones de pesos y se proyectó para recibir 1200 pasajeros. El edificio tiene 120 metros de frente, 70 de fondo y 6 plantas y, desde sus comienzos, estuvieron previstas las instalaciones para el desarrollo de la talasoterapia –uso terapéutico del agua de mar– con duchas y bañeras para baños fríos y calientes, sección de gimnasia sueca, salones de peluquería, manicuría y otros.

Fue construido según el modelo de los grandes establecimientos mediterráneos y en la obra está presente la simbología alusiva a la alquimia. Su planta en forma de H, representa el símbolo de Urano, planeta regente de Acuario, así como las dos esculturas de grifos en el frente del acceso, figuras emblemáticas mezcla de león y águila que según la alquimia simboliza el combate entre ambos seres, que finalmente se fusionan en uno solo: león alado, metáfora del combate materia-espíritu que tiene lugar en el hombre mismo. El hotel también posee un importante vitral donde se ve una cascada de rosas, símbolo de la piedra filosofal y de cómo el alquimista puede perfeccionar a la naturaleza.

El alhajamiento del hotel fue otro de los lujos de Piria, trajo la lencería de hilo de Italia, vajilla de Alemania, cristalería de Checoslovaquia y el mobiliario –que aún hoy equipa las habitaciones, vestíbulos y salones– de Austria. La inauguración se concretó el 24 de diciembre de 1930. Hoy, conservado en excelentes condiciones –inclusive con algunas de sus bañeras y grifería originales– sigue siendo un centro turístico de primer orden. La propuesta de baños termales, servicios enfocados al turismo familiar y una programación cultural permanente que incluye exposiciones, conciertos, congresos, seminarios y espectáculos de todo tipo, logran mantener su vitalidad durante todo el año.

La historia de Francisco Piria, sus coqueteos con la alquimia y el impresionante tesón y visión de futuro de este oriental son también hoy elementos de un patrimonio intangible que enriquece la visita al hotel.

Francisco Piria, que murió pocos años después de la inauguración del Argentino Hotel, lo pensó para que lo superviviera y fuera un emprendimiento que se proyectara al futuro, tan es así que la maquinaria de la lavandería cuenta con repuestos para mantener durante 200 años el equipamiento funcionando. Nadie piensa transformarlo en un shopping o demolerlo, y a poco de cumplir 82 años es un ejemplo de patrimonio vivo y rentable. Vale la pena conocerlo.

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