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Sábado, 26 de abril de 2014

Un sistema denunciado

La denuncia penal contra el subsecretario Macchiavelli pone en relieve un sistema para recaudar con obras públicas sin controles, arbitrarias y sobrevaluadas hasta en comparación con el resto del gobierno porteño.

 Por Sergio Kiernan

De cierta manera era cuestión de tiempo para que sucediera. La insutileza de un partido que tiene a Cristian Ritondo como referente legislativo y a Daniel Chain como ministro estrella tarde o temprano termina creando cortocircuitos. Esta semana le tocó el turno a la Subsecretaría de Atención Ciudadana, que reside en la Jefatura de Gabinete porteña y hace rato es una máquina de recaudar para las campañas, y fue denunciada penalmente. El caso gira alrededor del bulevar de la avenida Cabildo y muestra en qué aguas profundas se meten los incompetentes cuando quieren parecer inteligentes.

La Subsecretaría de Atención Ciudadana fue uno de los tantos sellos de goma del gobierno porteño, con un mandato difuso de manejar los entonces Centros de Gestión Popular y de, como su nombre lo indica, atender al público. Pero un buen día, la entidad descubrió que nada le impedía hacer obras públicas y pagarlas hasta el triple de lo que las pagaban otros entes del mismo gobierno porteño. El primer ensayo coincidió con una campaña electoral, los siguientes también, pero finalmente el tema se hizo costumbre y, parece, ya nadie mira el calendario.

Hace cinco años, la subsecretaría arrancó una obra en la ínfima plazoleta de Las Madres, un triangulito separador de tránsito en el cruce de Entre Ríos con Juan de Garay. La titular en esos tiempos era Gladys Esther González y la obra llamó la atención cuando el arquitecto Marcelo Magadán, un caminador vocacional, vio el cartel de obra y se quedó asombrado por los costos. El entonces defensor adjunto porteño Gerardo Gómez Coronado hizo un pedido de informes y González lo contestó con lujo de detalles, afirmando que los precios no sólo no eran caros sino que eran ejemplarmente baratos.

La diferencia, sin embargo, arrancaba con el plano, que tenía las medidas falseadas. La subsecretaria se agrandaba diciendo que pagar 533.000 pesos por 1750 metros de obra no era caro. Pero en realidad se trataba de 1110 metros cuadrados y el detalle de lo comprado e instalado demostraba, según los propios números enviados por González, que cada plantita y arbolito pequeñín había costado 353 pesos, cada tacho de basura y cada bicicletero casi 110, todo con el dólar a cuatro pesos. González nunca respondió los llamados de este diario, nunca fue castigada u observada, y rápidamente pasó a ser electa por el PRO como diputada bonaerense.

Pero el partido siguió haciendo estas obras carísimas en varios lugares de la ciudad. Para no meterse en problemas con áreas como Espacio Público, la subsecretaría eligió sistemáticamente obras en plazoletas olvidadas, islas de tránsito y bulevares. Así se hizo el engendro de Pueyrredón y Peña, un curvón en la vereda al que atiborraron de rejas, farolitos chinos, fuente y bancos. El conjunto tiene apenas 150 metros de superficie, con lo que se entiende que cuesta caminar entre tanto objeto urbano, pero la subsecretaría se gastó más de cien mil dólares de 2010 en el encargo, suficientes como para comprar un departamento algo más chico y sin fuente, pero con techo y todo, en la misma esquina.

El titular de la entidad era, como es, Eduardo Macchiavelli, que se mostró un verdadero especialista en sobreprecios. Las plazoletas mencionadas costaron entre un 260 y un 300 por ciento más que obras comparables hechas por Espacio Público, y eso que el titular era el contador Diego Santilli. Luego vino el surrealismo. La plazoleta de Río de Janeiro y Rivadavia parece un juego de obstáculos por la cantidad de cosas que le pusieron, pero la palma se la lleva el pequeño bulevar del barrio River, al que reembaldosaron, equiparon con bancos y tachos, a un precio de cinco millones de pesos por cinco cuadras, o 10.000 pesos por metro.

Luego vino el bulevar de Cabildo, donde Macchiavelli simplemente se pasó. La avenida iba a ser excavada para hacer las cocheras del subte, lo que implica un pozo a cielo abierto de vereda a vereda. Pero Macchiavelli siguió adelante con la obra del bulevar que, como se ve en la foto, no es una estructura en algo complicada, pero igual costó el proverbial millón por cuadra. Ya esto daba para pensar mal, pero uno puede creer que Macchiavelli, que depende del jefe de Gabinete Rodríguez Larreta y comparte edificio con él, puede haber tenido algún guiño, algún “dale” porque andá a saber cuándo se hacen las cocheras. Pero ahora anuncian un metrobús en exactamente el mismo tramo de Cabildo.

Con lo que la comunera del barrio Julieta Costa Díaz, del Frente para la Victoria, lo denunció a la Justicia Penal, recordando que las cocheras fueron licitadas en 2011 y adjudicadas en febrero de 2012, pero Macchiavelli licitó el bulevar el mismo año y en diciembre de 2012 adjudicó las obras. El funcionario se defendió con la habitual falta de datos de los macristas en funciones, diciendo que era “una obra en etapas”, lo cual es zonzo y además falso: cavar las cocheras no es una “etapa” sino una completa destrucción de todo lo que hay arriba, bulevar incluido, y las etapas eran en realidad para hacer el bulevar en tramos.

Ahora que un juez penal va a revisar todo el proceso, es de esperar que se fije en los precios pagados por ésta y las demás obras de la subsecretaría, bajo González y bajo Macchiavelli. Para el asombro ni hace falta comparar lo pagado con lo que se pagaría en la vida real, basta con comparar lo que paga Atención Ciudadana y lo que paga cualquier otra secretaría o ministerio del mismo macrismo. También sería interesante saber qué mecanismos de control internos tiene una entidad tan recientemente improvisada y con qué mandato hace obras públicas en el espacio urbano. Y, ya que estamos, notar qué conveniente es que estas obras y presupuestos estén completamente fuera del circuito habitual de decisiones en el gobierno municipal.

Comisiones

Puede resultar un gusto extraño, hasta perverso, pero pocas cosas andan superando en comicidad las reuniones de comisiones de la Legislatura porteña. Por ejemplo, la de Cultura que preside la notoria Lía Rueda, que decidió nombrar al humorista gráfico Nik como personaje destacado de la Cultura siguiendo un proyecto de la macrista Spalla. Resulta que Nik, según colegas como Quino, el fallecido Caloi y Daniel Paz, tiene serios problemas de citación: cita ideas ajenas todo el tiempo. Rueda y sus colegas recibieron una carpeta entera de estas “citas” a obras ajenas, pero al parecer no tienen nada que decir.

Más serio todavía, o más grotesco y cómico, es lo que anda pasando en la Comisión de Obras Públicas de la casa, mesa por la que pasa buena parte de las ideas más lucrativas del gobierno porteño. Al parecer lo saben, porque las mañas que usan sólo se entienden si es a propósito. Resulta que hay tanta gente escandalizada por el proyecto del metrobús en la avenida Paseo Colón que se presentaron nada menos que tres pedidos de informes al Ejecutivo para que expliquen varios temas. Los diputados Alegre, Bodart y Rinaldi quieren saber, con grados muy variados de detalle, sobre presupuestos, recorridos, demoliciones, cuidado del patrimonio y misterios como qué harán para no demoler el terraplén que marca el campo de concentración de El Atlético, monumento nacional por más datos.

Tanta pregunta se debe a que el macrismo ni se molestó en contarle el proyecto al Legislativo y hasta anda negando en las redes sociales y otros ámbitos más físicos que exista siquiera la idea de un metrobús. ¿Qué hace la comisión? Solícita ante el trabajo que sería contestar tres pedidos de informes, decide unificarlos. Ya que está, toma los tres textos y los “macrifica”, verbo que describe redactar todo como si fuera Pravda y gobernara Stalin. Así, el pedido de informes arranca elogiando la obra como algo muy útil para los vecinos y muy bien pensada, y recorta toda mención al patrimonio arquitectónico de los pedidos, debido a que ése “es asunto de otra comisión y no de ésta”.

De todo esto se enteró el equipo de Gabriela Alegre cuando volvió a asistir a la reunión de la comisión, donde vieron a todo el mundo –vecinos incluidos– con copias del pedido unificado, que nadie les había hecho llegar. Cuando reclamaron, les dijeron que no se las habían mandado porque Alegre no es miembro de la comisión y no importaba que ella fuera autora de uno de los pedidos unificados.

Pregunta para lectores desconfiados: ¿Cuál era el pedido más crítico?

Lugano

El martes hubo otro trámite legislativo importante, la audiencia pública para el masterplan de la Comuna 8. Si alguien se confundió con que el PRO tenía un inesperado ataque de conciencia social y quería solucionar los problemas de buena parte de las villas porteñas, en una región urbana con visos de desesperación, hay que calmarse. El interés macrista consiste en crear un distrito deportivo y una villa olímpica, desarrollar terrenos, valorizar lotes y darles contratos de construcción a los amigos. O sea, lo de siempre.

El tema despertó un interés muy grande y hubo nada menos que 120 anotados para hablar. Muchos de los que hablaron fueron habitantes de las villas y reclamaron las mismas cosas: cloacas, servicios, luz, teléfonos, alumbrado público, recolección de residuos, un hospital, una escuela. Los vecinos señalaron que la urbanización del barrio es muy improvisada, con sectores inaccesibles porque se llega por pasillos de 80 centímetros, y que ya no saben qué hacer para pedir limpieza. Las anécdotas de chicos viviendo en la mugre, los perros comiendo basura y el uso efectivo del barrio como lugar para tirar escombros y otras roñas fueron clarísimas.

Ante todo esto, los vecinos rechazan la treintayúnica medida concreta que ofrece el macrismo, la de escriturar sus viviendas. El PRO parte de una idea liberal que no es nada marciana, la de que si uno convierte a los moradores en dueños legales se genera una dinámica de cuidado positiva, un crecimiento. Pero como siempre, hacen las cosas como su jefe, ese hombre tan simple, y ofrecen escrituras para casillas de cuatro por cuatro. “Quieren que vendamos por dos mangos”, explicó un orador con más calle.

A todo esto, fue bastante patético el intento de mostrar que hay vecinos de Lugano a favor del macrismo. Los contratados fueron fáciles de distinguir porque eran los que leían papelitos preparados de antemano, en lugar de bramar como los espontáneos. Una señora hasta agradeció que la invitaran del gobierno porteño para hablar...

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