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Sábado, 14 de junio de 2014

Una historia en Santiago

Un lector chileno de este m2 encontró en el agudo periódico The Clinic una historia que “podría interesarles”. Que la historia venga de esa publicación, que mezcla el humor con el periodismo investigativo de un modo letal para muchos, ya es una recomendación. Pero resulta además que el cuento es un caso de gentrificación como pocos. El feo anglicismo denota el proceso por el cual un barrio, ciudad o pueblo reemplaza su población original por otra de mayores recursos. El caso que cuentan los chilenos en la nota de Ivonne Toro Agurto se remonta a una idea de Salvador Allende para crear una gentrificación al revés, que cuarenta años después termina en una señora muy mayor resistiendo solita en un monoblock.

Santiago de Chile es una ciudad muy larga, como corresponde a un valle urbanizado, y tiene una zona casi exclusivamente de clase alta o muy alta. Hasta el porteño más cerrado ya escuchó hablar de Las Condes, el barrio grande que va de torres de buen ver a verdaderas mansiones, del dinero nuevo al dinero viejo, y que ahora está explotando como lugar para poner torres corporativas y sho-ppings en un área llamada, con nula creatividad, Nueva Las Condes. El metro en esa región no es precisamente barato, menos con el sobrevaluado peso chileno y el devaluado peso argentino.

Pues resulta que, pese a las montañas y los muchos años de divisiones y subdivisiones, todavía queda tierra a repartir en Las Condes. Buena parte del barrio formaba un “fundo”, el San Luis, de 150 hectáreas con uso rural que en los años treinta fue legado en testamento a la Beneficencia, una entidad nacional de asistencia social. Pero los hijos de la legataria se fueron a tribunales para discutir el testamento durante casi cuarenta años. Esto es, casi como a tiempo para que eligieran a Salvador Allende como primer presidente socialista de las Américas.

Para ese entonces, la Beneficencia había pasado a ser el Ministerio de Salud y el gobierno de Eduardo Frei había creado, en 1967, una Corporación de Mejoramiento Urbano a cargo del arquitecto Miguel Eyquem. Según cuenta The Clinic, la Corporación tenía el mandato de comprar terrenos para proyectos y le compró tierras al Fundo San Luis, ya en manos de los litigantes, para construir hasta 50 torres y edificios de servicios, creando un nuevo espacio urbano de clase media. El dos de enero de 1971, con semanas en el poder, Allende tuvo su primera reunión en La Moneda para tratar el tema de Vivienda, que consideraba esencial. Lo que surgió como una orden para el ministro del área Carlos Cortés y para el nuevo jefe de la Corporación Miguel Lawner fue acelerar los tiempos y ponerse de inmediato a construir vivienda popular donde se tuviesen terrenos.

En Las Condes no había vivienda popular de ningún tipo, pero sí un asentamiento popular de personas que vivían cerca de sus empleos en el barrio de los ricos. La Unidad Popular hizo un censo y anotó a cientos de familias que no tenían dónde vivir, vivían en casillas o en las habitaciones de servicio de sus patrones. El arquitecto Lawner tenía la convicción de que “los sin casa tenían derecho a permanecer en las comunas donde ellos querían. No íbamos a mandar a nadie a la periferia, así es que llamé a Miguel Eyquem, que había hecho las primeras maquetas, y le dije: ‘Esta parte del fundo va a ser para los sin casa de Las Condes’. Trabajan acá, entonces ¿por qué no?, ¿por qué los pobres no podían vivir en una comuna acomodada si tenían sus trabajos ahí?”.

El ex funcionario, que pagó por esta idea con una larga estadía en un campo de concentración de la dictadura, no lo dice pero también había algo de darles una lección a los ricos de Las Condes instalándoles monoblocks en el barrio. Salvador Allende en persona inauguró en abril de 1972 los primeros edificios, de cinco pisos y departamentos de 58 metros cuadrados, que recibieron a 250 familias. Entre ellas, a la mucama Gabriela Ríos Cárdenas, que había sido despedida y echada de su pieza con su hijito al grito de “andate comunista, andate a vivir con los udepelistas”, el nombre despectivo a los de la Unidad Popular.

Con otros edificios a medio terminar, con los parquizados sin hacer y con los títulos de propiedad en trámite, los vecinos de Villa Carlos Cortés –como se llamaba entonces el barrio– recibieron de lleno el viento de cambio que fue el golpe de Augusto Pinochet en septiembre de 1973. De las 1038 familias que vivían ya en el complejo quedaron 116, que se las arreglaron para aguantar los allanamientos, los arrestos y la simple orden de irse con lo puesto de los grupos de tareas militares. Rebautizado Barrio San Luis, como el fundo, los monobloques pasaron a ser ocupados por suboficiales del ejército, lo que explicaría el entusiasmo con que desalojaron a los anteriores moradores.

Para 1989, con su dictadura en salida tras el plebiscito, Pinochet ataba los últimos negocios y hacía los últimos favores. Uno fue pasar la propiedad de la Villa San Luis del Servin, que tiene mandato de dar uso social a sus viviendas, a Bienes Nacionales, que no lo tiene. Dos años después, el comandante en jefe del ejército Augusto Pinochet recibía la villa para el comando de Bienestar del arma. El mismo comandante terminó vendiendo el lugar en 1996 a una inmobiliaria por ochenta millones de dólares. Las familias que quedaban corrieron a pleitear y consiguieron que finalmente salieran sus títulos de propiedad, con casi treinta años de atraso.

Lo que vino entonces fue el paso final de la gentrificación. Las Condes generó un boom inmobiliario de lujo, con torres corporativas, avenidas de compras y el hambre especulativo de siempre por nuevos lotes. El barrio San Luis quedó en medio de todo esto, con sus militares prontamente trasladados y las familias recibiendo crecientes ofertas de las inmobiliarias para irse. Finalmente, quedaron ocho, resistiendo en los bloques 16 y 17, en un paisaje de escombros o de monobloques suficientemente demolidos como para no poder ser ocupados. Recientemente, siete familias aceptaron ofertas millonarias pero que no alcanzan para mudarse a otro punto del barrio, y se van a mudar. Sólo queda Ana Jiménez, de 70 años, resistiendo en el departamento que recibió de Allende en 1972 y furiosa con la idea de ceder. Y eso que sus siete vecinos recibieron un millón de dólares cada uno.

Si alguien logra sacar a la señora Jiménez de su casa, el terreno quedará despejado para un nuevo parque de torres corporativas. Las Condes volverá a ser, en lo simbólico, un barrio completamente exclusivo. Al menos en este rincón tan peculiar de Chile, el proyecto de integración de Allende será borrado por completo.

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