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Sábado, 28 de junio de 2014

Calesitas de diseño

Los Carne Hueso fabrican y resignifican calesitas y figuras de carrusel con una impronta contemporánea. El mejor mix entre el legado de un abuelo y su pasión actual.

Si hay un flashback vertiginoso a la infancia, ese que de golpe te vuelve a la niñez, es la calesita del barrio. Es por nostalgia o por recordar el temor de perder de vista a los papás o pelear terribles batallas por ocupar los siempre pocos caballitos. Los diseñadores de Carne Hueso –Mariano Sidoni y Leonel Bajo Moreno– lo hacen posible a través de un oficio y espacio increíble en Floresta, un taller de carruseles que comparte con ellos el abuelo de Leonel junto a la pasión por rescatar y revitalizar ese mundo.

“Fabricamos y resignificamos calesitas y figuras de carrusel con una impronta contemporánea. Nos involucramos en este arte por una herencia familiar que comenzó mucho tiempo atrás. Revalorizar este icono urbano nos posibilita hoy incorporar diseño y utilidad a todo un imaginario de objetos ligados al juego y al juguete artesanal moderno. Desde un taller de carruseles en Buenos Aires nos encargamos de revalorizar los oficios impulsando y llevando a cabo plataformas y objetos vinculados en mayor o menor medida con el carrusel o el juego y los juguetes. Creamos objetos que son puentes de persona a persona: seres que estrechan el vínculo entre niños y adultos. Al reencontrarse con estas criaturas, la sorpresa y la emoción son inevitables, tanto para los pequeños coleccionistas como para los que encuentran ese regalo especial, un regalo que cambiará su vida por siempre”, adelantan.

Y continúan: “En cada creación utilizamos técnicas y herramientas tradicionales que complementamos con otras más modernas. Generamos nuevas visualidades, nuevos discursos. Proponemos una relectura del movimiento artes y oficios, un renacimiento del trabajo manual que posibilita una experiencia sumamente tangible y real, dando como resultado productos nobles tanto por su conformación como en lo material. Pero el material más valioso para trabajar con que contamos son los recuerdos de la gente. Creamos objetos que tienen alma y con los cuales es imposible no encariñarse”.

“La identidad del carrusel está repleta de símbolos, algunos de ellos encarnados en la memoria de la gente. Con esa premisa buscamos un lugar en donde se hace difuso el límite entre arte, diseño y oficios tradicionales. Es un lenguaje y mucho más. Es un caballo que nos lleva de viaje a nuestra propia niñez, sobre todo porque allí es el lugar donde todos queremos estar.”

¿Cómo empiezan?

Mariano Sidoni –Nos conocimos en la facultad. Venimos de la carrera de diseño gráfico los dos. Empezamos y terminamos juntos en la UBA.

Leonel Bajo Moreno –El tiene un pequeño pasado en diseño industrial y yo en administración de empresas.

M. S. –El es más de crianza de taller por su abuelo y yo con papá analista de sistemas, pero que ama el arte.

L. B. M. –Mi abuelo, Héctor Rodríguez, un calesitero de raza, construyó su primera calesita con sus propias manos y con la ayuda de amigos y familiares. Con mucha creatividad y esfuerzo supo hacerse finalmente un parque de diversiones propio. Y un taller hermoooooso.

¿El abuelo soñado?

L. B. M. –Sí, aunque como todo abuelo tiene su carácter. Por ser una persona de cierto tipo de taller era bastante recluido. Porque su taller fue siempre un poco su atelier.

M. S. –A raíz de hacer trabajos juntos en la facu y al yo encontrar cosas reinteresantes de lo que traía Leonel como material, empezamos a pensar cosas juntos. Mientras otros llegábamos con papelitos, él caía del taller con estructuras increíbles de hierro. Cosas sacadas.

L. B. M. –A mí siempre me interesaron los materiales. De chico experimentaba con los restos de carrusel de mi abuelo. Me encanta el diseño como disciplina, me gusta el proceso y también lo conceptual.

¿En qué momento te inclinaste por la administración de empresas?

L. B. M. –Yo trabajaba como herrero y era mecánico de kartings. Tenía mi propio negocio dentro del parque de diversiones de mi abuelo. En esa época era una combinación rara de chico lleno de grasa que estudiaba administración de empresas. Me hubiera encantado estudiar gestión de proyectos si existiera. Aunque enseguida supe que lo mío era el diseño.

¿Cuál fue el primer paso como Carne Hueso?

L. B. M. –Lo primero fue hacer un evento, una fiesta. Estábamos en el taller y dijimos qué pasa si festejamos algo. Ese fue el primer puntapié. Habíamos trabajado juntos en proyectos de diseño. No éramos socios. Y surgió de forma espontánea.

M. S. –La verdad es que estábamos los dos con un desamor y queríamos hacer algo hermoso. Pensamos: “Tenemos un espacio que esta buenísimo, y por qué nunca hicimos nada”. Fue así. Y lo invadimos literalmente para que cambiara la energía. Empezamos interviniendo figuras.

L. B. M. –Nosotros no heredamos un negocio sino un oficio. Mi abuelo tiene su parque de diversiones y construía carruseles para otros calesiteros. Pero no es un rubro soñado. Acá todo se hace en el fondo de tu casa, con mucho esfuerzo.

M. S. –A la fiesta convocamos mucha gente. Un par de bandas amigas. Y para nosotros fue como un bautismo del taller como para apropiarnos. Ir viendo cuál era la herencia, cuáles eran nuestras propias inquietudes, qué íbamos a hacer con eso. Enseguida nos dimos cuenta de la importancia del registro.

L. B. M. –Una de las cosas más importantes de contar es que cuando estamos por hacer el evento, a mi abuelo le dan una plaza. Eso funciona con una lista de espera eterna que hasta que te toca a vos es un milagro, él hacía años que esperaba eso y justo le sale un carrusel estando nosotros ya instalados ahí. El tenía uno, pero le faltaba construirlo. Así que hubo que hacer uno y la fecha coincidió con el día de nuestra fiesta, así que fue doble trabajo y festejo. Se construye la calesita para Boedo, intervienen artistas urbanos. En cuestión de dos meses pasamos del bautismo a colocar el primer carrusel intervenido por artistas urbanos en una plaza.

¿El abuelo?

L. B. M. –Orgulloso y feliz. Va todos los días a la plaza. También nosotros ese día nos disfrazamos de Barney y fuimos a repartir volantes.

¿Todo un tema el carrusel...?

M. S. –Y sí, de golpe tu papá de-saparece.

L. B. M. –¿Gira el carrusel o gira el mundo? Desde tu visión, el que va girando es tu papá. Es un objeto hermoso. Así como quizá mucha gente siente fascinación por él, no-sotros cada vez nos enamoramos más de la máquina.

M. S. –Por eso después seguimos pensando qué pasa si querés tener un carrusel en tu casa. Qué más podíamos resignificar. Todo el mundo preguntaba cuánto salía una calesita y si podían tener un caballo. Así empezamos a restaurar, reciclar, hacer nuevos.

¿Son procesos complejos?

L. B. M. –Lo difícil es aceitar la cantidad de proveedores para una única pieza. Lo costoso es el tiempo. Heredamos esa agenda de mi abuelo. Por ahora nos gusta resignificar partes como un auto de meteoro o un bambi. Y es para un público especial. Nuestro público está conformado por personas que se sensibilizan por el arte, la restauración, el coleccionismo, la decoración o el diseño. Si bien apuntamos a hacer cosas para niños, el verdadero público son los padres, especialmente las mujeres (madres, tías, abuelas) que se acercan por alguna figura específica que hayamos hecho. La conexión que se produce entre nuestras figuras y la gente tiene que ver con algo muy personal arraigado en los recuerdos de cada uno. Tanto el carrosel como el juego o el juguete son vehículos de la memoria que se depositan en el alma por siempre. Porque además no hay calesitero que quiera invertir en eso. Lo pintan como pueden. Nosotros a cada caballo le dedicamos mucho tiempo. Seleccionamos el artista o lo hacemos íntegramente nosotros. Tenemos series limitadas, figuras únicas y figuras de autor.

¿Y el Troya?

M. S. –Apareció una propuesta de exhibir en Francia en una galería en París y empezamos a pensar en desarrollar un caballito vaivén. El Troya tiene una entidad propia. Se mete en un lugar donde nadie lo invitó, se meten juguetes adentro. Surgió de nuestra veta más de diseño industrial. Es juguete, escritorio, baúl.

¿El nombre Carne Hueso?

M. S. –Es por lo que connota la expresión. Persona comprometida con el trabajo de taller, con el físico, estamos cerca de Mataderos. Hay muchas razones. Estábamos en un asado cuando lo elegimos y cuando uno deja todo, está en carne y hueso.

¿Qué aman ustedes de la calesita?

L. B. M. –A mí me encanta el objeto y todo lo que pasa arriba.

M. S. –A mí me gusta lo que no se ve, el interior del biombo. De chico recuerdo imaginarme lo que podría estar pasando ahí adentro, qué pasa cuando cierra el parque. Ahora además estamos trabajando en otras piezas y en máquinas. El sueño lejano es tener un parque con nuestra identidad, incorporando robótica y mecánica. Qué pasa si empiezan a emitir algo: luces, movimiento.

L. B. M. –Es que hay una parte muy loca de construir un carrusel que no dejan de ser herreros, carpinteros, que llega un punto que no tienen ningún tipo de sensibilidad. Cables y fierros y a medida que se le da forma hay mucha mística, pero no sabés cuándo... luces y música...

M. S. –La premisa cuando empezamos fue: “Hagamos algo hermoso”. Casi por intuición decidimos empezar interviniendo nuestro actual espacio de trabajo: el mágico taller del abuelo de Leo. Una persona que trabajó muy duro para lograr su visión y su sueño: construir ni más ni menos que sus propios parques de diversiones y carruseles. Indudablemente respetamos y admiramos esa corazonada, esa fuerza espiritual y física para lograrlo con sus propias manos. Así fue como decidimos ponernos al hombro el oficio. Al igual que Héctor, nosotros también nos enfocamos en nuestros propios deseos, en nuestro caso como artistas y diseñadores. Con el destino escrito en la sangre y el empuje de quien se dice deseante, experimentamos en ese lienzo que es el carrusel y sus figuras. Nos interesa recorrer ese estrecho límite entre arte, nostalgia pop y objetualismo, como si existiera tal difuso concepto. Aprendimos que este espectáculo maravilloso de nuestra infancia nos eleva en su simplicidad. Nos permite revivir el juguete y el juego, encontrar los estribos perdidos en algún momento de la adultez. Reconocer en ese carrusel multicolor a nuestro propio caballo, ciervo, elefante, avión o autito, un hechizo que dura lo que tarda el carrusel en dar más o menos unas treinta vueltas.

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