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Sábado, 14 de febrero de 2015

Las torres llegan al barrio

Monte Castro se está movilizando ante el desembarco de un emprendimiento grandote que toma una fábrica catalogada y destruye la escala del lugar. La búsqueda de negocios, el impacto ambiental y la resistencia.

 Por Sergio Kiernan

Los especuladores inmobiliarios y sus empleados arquitectos y urbanistas sueñan con una Buenos Aires de al menos cinco millones de habitantes, General Paz para adentro. Los empleados ponen cara de serios, de haber meditado el tema y ponderado estudios profundísimos para llegar a la conclusión de que esta ciudad de avenidas estrechas, mala infraestructura, caños centenarios y verde escaso debería duplicar su población. Es una curiosa convicción que no incluye detalles como dónde poner los coches, cómo pagar las instalaciones necesarias y crear alguito de verde para tanta gente. Pero los urbanistas y arquitectos a sueldo de los especuladores ponen cara de “eso es cosa del gobierno” y siguen hablando en abstracto, ese lugar tan conveniente.

Por suerte, la ciudad es demasiado importante como para dejarla en manos semejantes, con lo que los vecinos se movilizaron y cambiaron las reglas de la política local y del negocio. Hubo verdaderas batallas políticas que crearon Areas de Protección Histórica, bajaron alturas en sectores amplios de la ciudad como Caballito y Barracas, y protegieron cientos de edificios individuales. Arrancando en Caballito, la pelea contra las torres terminó transformando a esa tipología en mala palabra, en algo difícil de hacer pasar. Los especuladores y los funcionarios que los apañan ya extrañan los buenos viejos tiempos, cuando hacían lo suyo sin que nadie se enterara.

Con lo que ahora aparece una nueva tendencia, la de irse con las torres y los megaemprendimientos a rincones de la ciudad que antes resultaban lejanos. Según parece, la industria anda compilando un mapa de dónde no hay movilización vecinal y los superpone a las planchetas del código. Donde coincide una buena altura con un terreno amplio y baja movilización, arranca un proyecto. Esto explica que un desarrollador de los grandes como es TGLT ande anunciando y prevendiendo tres torres de quince pisos en pleno Monte Castro, un barrio donde el código permite cuatro pisos y donde la mayoría del paisaje es de casas de a lo sumo un piso.

El lugar de la obra es la vieja fábrica de vinagres Hüser, que toma una cuadra entera de la calle Mercedes, entre Arregui y Santo Tomé. Esta zona de Monte Castro es de esas tan tranquilas que hay que caminar para encontrar un kiosco, ni hablar de un café, y donde milagrosamente hasta hay lugar para estacionar. El cielo parece enorme y sólo sobre la avenida Alvarez Jonte se ve alguno que otro edificio de altura, con lo que la cancha de All Boys se destaca por su tamaño. La fábrica Hüser es la mayor estructura de una serie de galpones y talleres livianos de un barrio que nunca fue totalmente industrial pero tampoco únicamente residencial. El terreno tiene 91 metros de frente y, sobre Santo Tomé, 52 de fondo, y es un sólido edificio vagamente racionalista en sus líneas, en ladrillos y con la gracia de una torre girada 45 grados, que todavía muestra el logo de la empresa.

Abandonado por muchos años, el lugar fue colocado en el catálogo preventivo por el mismísimo Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales, el CAAP que tan poco cariño le tiene al patrimonio. Curiosamente, el Consejo hasta se aguantó un pedido de “reconsideración”, la figura flagrantemente ilegal inventada por el Ministerio de Desarrollo Urbano para permitir que los dueños apelaran sus decisiones. El 27 de noviembre del año pasado, el director general de Interpretación Urbanística, Antonio Ledesma, que es el que le firma y firma las cosas a su ministro, autorizó la obra pero destacando que la fábrica en sí está protegida.

TGLT ya tenía listo el proyecto por si esto pasaba y hasta tenía un plan por si se complicaban las cosas. Resulta que el terreno de la obra incluye un galpón sobre Santo Tomé que no pertenecía a la Hüser, con lo que no tiene las limitaciones de la catalogación preventiva. Ahí se va a levantar la primera de las tres torres, con su garaje subterráneo y su parquecito. Si todo les sale bien –si los vecinos se callan– se harán las otras dos torres y la fábrica será completamente demolida por dentro para crear un hall de entrada, una suerte de SUM altísimo y una pileta cubierta. Como se ve en los renders, las torres son enormes y masivas como murallones, con lo que la fábrica queda reducida a una maqueta.

Y el barrio también, porque todo lo que rodea al lugar es de planta baja con algún primer piso audaz asomando por ahí. Los tres megaedificios, diseñados con la mediocridad de ideas y estilo ya habitual en estos emprendimientos, son completamente invasivos. La reacción en Monte Castro es mayoritariamente negativa: nadie se engaña con que el emprendimiento sea “progreso”.

Con lo que el comunero Leonardo Farías, FpV, no tuvo mayores problemas en juntar vecinos para empezar a cuestionar el negocio. Con ayuda del Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas, Farías empezó la lista de cuestionamientos, preparando un amparo que piensa presentar esta semana. Al tope está el misterio del estudio de impacto ambiental de la obra, sobre el que le preguntó por nota al gobierno porteño. Aunque Farías es un funcionario electo, las autoridades ni se molestaron en contestar, con lo que se podría estar ante un caso como el del meneado shopping de la estación Pacífico, largamente clausurado por falta de ese estudio.

En el caso de Monte Castro, la cuestión es importante porque la zona ya tiene problemas sin andar con torres. La red eléctrica es tan débil que All Boys tiene una línea dedicada para no dejar sin tensión a sus vecinos cada vez que enciende la cancha. La presión de agua es históricamente débil y muchas casas tienen bombas para llenar el tanque en la terraza. La red pluvial y la cloacal tienen un siglo cumplidito, con la fragilidad de materiales que eso implica –el hierro dulce no envejece tan bien– y los diámetros de una época sin torres. Nada de esto incumbe al emprendimiento, que disfruta del subsidio implícito de que la infraestructura extra no se pague al construir, sino que corra por cuenta de los que pagan impuestos.

El comunero Farías también piensa en que la fábrica no quede apenas como un hall de lujo para las torres y tenga, como patrimonio porteño, algún nivel de acceso o de uso público.

TGLT sospecha que tendrá problemas y no sólo empieza por el lote que no está catalogado sino que hasta intentó lograr una suerte de aprobación vecinal preventiva. El presidente de la Comuna 10, el macrista Agustín Ferrari, recibió la visita de alguien de la inmobiliaria que comercializa las torres, que quería que le firmaran una nota dando el visto bueno a la obra. Ferrari, extrañado, se negó a firmar.

Un detalle divertido del emprendimiento, que ofendió en particular a los vecinos, es que según la publicidad de la inmobiliaria las torres no están en Monte Castro sino en Villa Devoto, “cerca” de la paqueta Plaza Arenales. De hecho, la Hüser está a tres cuadras de la “frontera” con ese barrio y a unas veinte de la plaza. Pero en este tipo de negocios, estas afirmaciones son mentiritas blancas, convencionales, como la de prometer una nueva forma de vida.

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