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Sábado, 18 de abril de 2015

La casita de los globos

La antipatía al gigantismo y la conciencia de que las ciudades son construidas por especuladores ya son un fenómeno internacional. En Seattle, la ciudad cool de Estados Unidos que nos dio el grunge y Starbucks, el caso de “la casita de Up” se transformó en una causa célebre, con ceremonias de la memoria y remeras alusivas.

El asunto comenzó hace años en el barrio de Ballard, una zona medio que olvidable de la ciudad, que comenzó a llenarse de shopping centers y megatiendas, de esas que parecen una caja sin ventanas. Los vecinos vendieron y se mudaron, encantados por los precios o espantados por los nuevos vecinos, y Ballard se transformó en un no-lugar por el que se pasaba en auto rumbo a alguna de las gigantescas cajas.

Pero siempre hay alguien que se indigna y se resiste, y en este caso fue la señora Edith Macefield, que se atrincheró en su casita de 70 metros cuadrados en dos pisos, con techito a dos aguas, materiales mediocres, minijardín y absolutamente ningún valor arquitectónico. A Macefield simplemente le indignaron los cambios inconsultos y, según parece, los malísimos modales de los especuladores que le fueron a comprar la casa.

Con lo que quien visite Ballard por estos días podrá hacer algo más que compras. La casa Macefield es un lugar de peregrinaje para los patrimonialistas, los que se desesperan por la alienación urbana y hasta los que consideran a la anciana rebelde como un símbolo de lucha contra las corporaciones. La casita está vacía desde que su dueña se murió en 2006, a los 86 años, y sigue en venta, pero lo más llamativo ahora es que su reja está siempre tapada de globos.

Es que la casita de Macefield se parece a la del viejo gruñón y soñador de la película Up, la que salía volando atada a globos. La asociación creó el ritual, y el lugar ya está en el circuito de cosas a visitar en Seattle. Es una vista muy peculiar: una casita de madera aglomerada detrás de un cerco de varillas y alambre olímpico, en un terrenito de 155 metros de pasto y plantas secas completamente encajonado por los muros grises de los shoppings. El violento contraste entre el chalecito y el brutalismo comercial hasta motivó una exposición de artistas multimedia reflexionando sobre este tipo de enfrentamientos.

Macefield es una suerte de héroe popular, con un festival de música anual que usa su casa como logo y siempre recuerda que la anciana combatía los ruidos de la construcción vecina poniendo ópera al mango. También hay un trago, con base de borbon, que lleva su nombre, un documental y un libro sobre su “resistencia” y una cierta popularidad en ciertos círculos de tatuarse la casa.

Tanto fervor es una expresión de muchas cosas, por supuesto, pero una muy repetida por los visitantes a la casita es la insatisfacción por las constantes demoliciones en Seattle. La ciudad vive un boom constructivo y, parece, su zonificación no alcanza para preservar ni siquiera piezas en barrios con mucho mayor valor patrimonial que la casita de los globos.

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