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Sábado, 1 de agosto de 2015

Un cuadro urbano en el barrio de Boedo

La revista El Abasto de este mes señala una pieza patrimonial que no tiene la menor protección y que, más allá de lo que significa para la identidad del barrio, es figurita rara y debería estar bajo el paraguas de una catalogación. Quien se acerque a la esquina de Boedo e Independencia, a una cuadra de la esquina “famosa” de San Juan, se puede maravillar por lo que pasaba en los barrios de esta ciudad hace un siglo. Para empezar, el bello y afrancesado Banco Nación de Pero y Torres Armengol, una pieza de fuste en la colección del banco, que tiene uno de los patrimonios arquitectónicos más valiosos de este país. Enfrente se puede ver una bella esquina Art Noveau a la que le serrucharon hace años la planta baja, bajo esa idea mezquina de que romper edificios y agrandar vidrieras ayuda a vender más. Lo que sobrevive, arriba, es de primera agua y una muestra del gusto local, muy español, de este estilo decorativo.

Pero la nota firmada por Juan Manuel Castro en la revista barrial se centra en la tercera esquina, donde campea una heladería que también usa un local malamente serruchado para hacer vidrieras. Es una casa de una planta pero muy alta, con el remate intacto y con una suerte de peineta sobre la ochava en la que se ve todavía firme y vívido un mural publicitario de los que ya no hay. Una victoria alada, un cielo azul, unos caballos salvajes y negros anunciaban que en esa esquina de Boedo había una sucursal de la Tienda Dell’Acqua, un nombre perdido que para nuestros abuelos decía mucho.

Enrico Dell’Acqua fue uno de los tantísimos italianos que se afincó por estas pampas, trabajó duro e hizo fortuna, en su caso en el rubro textil. Milanés, traía experiencia de negocios y hasta abrió una fábrica en Buenos Aires, primero en Serrano y Corrientes y, después de un incendio en 1901, en Darwin y Loyola, un edificio inaugurado en 1906 que fue Casa FOA en los años ochenta. Dell’Acqua, italiano al fin, cuidaba la identidad arquitectónica de sus muchas tiendas, casi siempre firmadas por un arquitecto compatriota, Enrico Macchi, y el nombre de la sucursal se grababa en el frente del edificio. Lo que destaca a la de Boedo es el mural en venecitas, anónimo, que en un borde dice apenas “marca registrada”.

Cuenta Castro en su nota que la esquina solía tener por encima dos parantes que sostenían una parrilla eléctrica donde, con lamparitas, se armaba el nombre Dell’Acqua, lo que hace algo más de un siglo era toda una novedad. La tienda vendía blanquería, luego agregó camisetas Victoria y finalmente ropa de confección. Dell’Acqua cerró en 1933, pero su presencia en la esquina fue tan fuerte que por treinta años más se siguió vendiendo ropa y textiles en el local, para aprovechar la asociación. Recién en 1963 abrió la heladería Leoyak, que sigue ahí. Cartel más, cartel menos, el mural siguió siempre a la vista, como un cuadro público que terminó siendo lo que marca esa esquina de Boedo.

Con lo que resulta increíble enterarse de que lo único que está catalogado como patrimonio en ese cruce es el Banco Nación. La pedantería habitual del gobierno porteño y de su CAAP dejaron afuera la tienda y su mural, como dejaron afuera la esquina Art Noveau. El criterio de estos vivos –todos arquitectos que no pueden superar pensar en el valor inmobiliario del lugar– es que si fue modificado, perdió, no se cuida, se puede demoler para construir en altura. La tienda también quedó afuera de la pequeña área distrito gastronómico de Boedo, por una cuadrita y media. ¿Y si se pierde? La Dell’Acqua y su vecina de enfrente no pueden quedar a merced de los criterios burocráticos y rutinarios del gobierno porteño, con lo que algún legislador podría hacerle caso a la Comisión de Patrimonio del Consejo Consultivo de la Comuna 5 y presentar un proyecto especial.

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