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Sábado, 22 de agosto de 2015

El arquitecto de las favelas

Hace una semana, la Universidad de San Martín nos dio un gustazo, el de devolver al pago a Jorge Jáuregui, un arquitecto argentino que se fue por las malas a Brasil pero encontró allá un hogar y se hizo una carrera realmente original. Jáuregui es el “arquitecto de las favelas” y dio en la UNSAM la jornada “Derecho a la ciudad en el contexto Sur Global: asentamientos precarios urbanos”, que es parte del rico programa de la universidad Sur Global.

Jáuregui habló de sus experiencias de urbanización de las favelas de Río de Janeiro, donde vive desde que los militares lo fueron a buscar. Con los años, hizo una experiencia muy peculiar de arquitectura y planeamiento, que creció mucho con los planes de inversión en el sector bajo el gobierno Lula y el de Dilma Rousseff. El PT en el poder se decidió a atender las necesidades básicas de estos enormes barrios cariocas –hay que verlos para entender la escala de la que hablamos– creando una sinergia novedosa. Por ejemplo, Jáuregui explica que no se buscó “integrar”, verbo bastante abstracto y maltratado, sino “conectar” la ciudad formal con la informal.

En este planteo, el arquitecto es alguien que hace conexiones y descubre cómo se hacen en la vida real. Lo maravilloso de escuchar a Jáuregui es la perfecta ausencia de sanata, de conceptos difusos que queden lindos, de jerga que disimule la falta de inspiración. Los ejemplos que da este argentino son sorprendentes porque no se le ocurrieron a ningún equipo de profesionales sino que fueron recogidos de los pobladores de las favelas. Por ejemplo, la creación de “ágoras” en el punto de contacto entre las dos ciudades, en el punto más bajo del morro y el más alto del llano, plazas con locales y espacios donde la clase media puede ir a comprar o contratar servicios provistos por los favelados. Así se genera uno de los grandes “cementos sociales” urbanos, el del trabajo y el de las relaciones cara a cara entre gente físicamente en mundos aparte. Lo mismo corre para los “programas” de uso de los raros espacios públicos en las favelas, que incluyen el deporte y la fiesta. Jáuregui cuenta con orgullo que uno de sus conjuntos de viviendas incluye una placita pública que fue diseñada a cuatro manos con los vecinos, que la querían y la usan hasta para casamientos, fiestas de quince, reuniones políticas y picaditos entre chicos.

Pero para alguien que lleva ocho años padeciendo bajo la mano macrista y la sordomudez del PRO hacia los vecinos, lo más fascinante fue escuchar a Jáuregui contar cómo encara una licitación. Lo primero que se hace es subir al morro y hablar con la junta de vecinos, llevando un ingeniero para atender la infraestructura, siempre un problema, y un block de notas. Son semanas de hablar, ganar la confianza, escuchar, tomar una cervecita, ver cómo funciona el lugar, para crear un mapa de lectura con zonas y conexiones. Sólo entonces se presenta el proyecto y, si se gana el contrato, el siguiente paso es contratar a algunos de los vecinos con los que se habló como mediadores y asesores de la obra. Esta tarea incluye mediar con las bandas narco y con los señores de la quiniela, poderosos capitalistas de la favela. En general, cuenta Jáuregui, todo se puede conversar en paz porque ellos también quieren las mejoras urbanas.

Lo doloroso de escuchar esto es que no sólo se podría hacer en Buenos Aires sino que resultaría hasta más fácil. Aquí no hay morros, con lo que la ingeniería de infraestructura es más simple, y además la población en las villas no llega al 15 por ciento, menos de la mitad de la carioca. Es un problema de actitud política hacia el favelado, al que no se puede o se quiere ver como ciudadano. Cuando se le cuenta a Jáuregui la historia del alambrado en la autopista de la Villa 31, la respuesta no es criticar la idea o apoyarla. La respuesta es una pregunta: “¿y no les preguntaron?”

Brillante y conciso.

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