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Sábado, 10 de octubre de 2015

Arte en el diseño

Poty Hernández viajó a Japón a participar de la Feria Rooms, llevando sus estampas exclusivas, inspiradas en la vida y obra de un sinnúmero de artistas locales.

 Por Luján Cambariere

Estudió marketing, trabajó un tiempo en una agencia, pero enseguida se inclinó por la indumentaria desde un camino muy personal. Con una mamá artista y absolutamente vanguardista y un hermano reconocido también en las artes, su proceso creativo no extraña: tomar gestos, pinceladas, trazos de artistas que admira y cuentan de diversos modos, momentos que ella misma está atravesando o con los que empatiza. A veces más oscuros y otros más luminosos y claros. Historias grandilocuentes o aparentemente mínimas. Así, el universo y mecánica de Poty Hernández es inagotable. Con la yapa, además de convertir por el camino de la serigrafía de algún modo sus piezas en únicas, algo que el mundo globalizado reclama. De paso hace justo un mes por Rooms, una de las ferias de diseño más importantes del mundo, pudo comprobar la celebración de este camino propio en uno de los escenarios más exigentes, nada menos que Japón.

¿Cómo fueron tus comienzos?

–Estudié marketing y trabajé un tiempo de eso, pero enseguida me enganché con la ropa así que decidí irme a estudiar a Italia. Corría 2001, no tenía un peso, pero mi abuela me ayudó cambiándome plata, y partí. De ahí decidí irme a Barcelona, donde trabajé unos años para una diseñadora, Flora. Aprendí mucho con ella, me llevaba a ferias, a elegir géneros a París hasta que juntas incursionamos en Candanga, una marca propia. Un trabajo que duró hasta que me quise volver a la Argentina. Volví al país, abrí un local, me fue mal y recién cuando nació mi primer hija, con la opción de dedicarme solamente a la venta por mayor, decidí participar de un evento de moda para el que hice una colección, que para mí fue por lejos de las mejores que hice, con Tempe, mi hermano que es un reconocido artista. Setecientas prendas que vendí de inmediato.

¿Ahí surge la idea de incorporar lo artístico?

–En realidad cuando tenía el local ya había tomado una vez unas pinceladas flúo de Tempe para unos sacos que se agotaron. Además mi mamá era también artista, super vanguardista. Una mente distinta. Así que se fue dando. Empecé con mi hermano la primer colección que se llamó justamente ‘Art’, para la primavera verano del 2012. Después vendría ‘Chatarra’ con David Klauser (otoño invierno 2012), un amigo. Una etapa más oscura de mi vida con cosas duras que tuve que atravesar. Hasta que llegaría ‘Volar’ (primaveraverano 2013) con María Bressanello. Y después, ‘Laberinto’ (otoño invierno 2013) con Guillermo Irmscher, ‘Renaciendo’ (primavera verano 2014) con Antonia Guzmán, ‘Sin Fin’ (otoño invierno 2014) con Gerardo Wohlgemuth, ‘Historias’ (primavera verano 2015) con Felipe Giménez, ‘Caos del inconsciente (otoño invierno 2015) con Marco Otero y esta última, ‘Sinfonía’ (primavera verano 2016) junto a Rebeca Mendoza.

¿Cómo es la mecánica, el trabajo con ellos?

–A mí me encanta trabajar con artistas. Me es fácil y super placentero ese proceso. Me hago amiga. Lo disfruto mucho. La paso bien. Es la parte que más me gusta. Me encanta conocerlos. Y a partir de ellos empiezo la colección. Obviamente no estampo su obra. Es una inspiración. Son fragmentos, gestos de su obra, no la literalidad. Me junto, los conozco y a partir de ahí empieza la cosa. Veo como son ellos, sus talleres, sus modos, su personalidad. Ahora por ejemplo estoy trabajando con un artista callejero que es impecable, así que imagino la colección será super estructurada.

¿Cómo los elegís?

–Cuando arranqué me pegué mucho a mi vida, a lo que me estaba pasando en lo personal y a mi familia. Comencé con mi hermano al que admiro muchísimo. Fueron tiempos re duros para mí, falleció mi mamá, y todo era oscuridad. Pero después con ‘Volar’, que hice justamente con una artista que era amiga de mi mamá e hizo nubes y ángeles, comencé a pasar a otra etapa. Me volvía a quedar embarazada y volvió a salir el sol en muchos sentidos. Fue el tiempo de contar otras cosas.

Un camino siempre fértil el ir por el lado del arte para el diseño de indumentaria...

–Para mi sí, porque es super tirano esto de generar colección tras colección y para mí de la mano de los artistas es siempre una motivación y un placer. Además que es un lujo poder ir contando historias a través de las prendas. Con el tiempo, además, se sumó a la empresa mi hermano Gerónimo, que es un genio con los números, estricto y ordenado, con lo que a la impronta artística se sumó el estudio y análisis de quién es nuestra clienta, cuál es su cuerpo. Nos profesionalizamos en todos los sentidos.

¿Hasta ahora no tuviste prejuicios o negativas de parte de los artistas?

–Me paso con una sola chica que no estaba segura y entonces preferí no avanzar. Yo soy super respetuosa. Les consulto todo. No me mando a hacer nada antes de que me den el ok y además, como aclaro siempre, yo tomo gestos, simbolismos. No es la obra hecha ropa. En el único momento en que les doy dos metros de tela para que los intervienen como quieran es al comienzo, porque esa tela me sirve de puntapié inicial. Pero si la quieren prender fuego y entregarme las cenizas también vale. De ahí, de esa tela yo saco la prenda insignia de la colección. Y muchas veces me sorprenden. Marco Otero que tiene una obra con mucho negro me la pinto de flúo. Muchas veces hacen lo que ellos sienten que va a pasar en la ropa. Y eso es genial para mi porque se establece un diálogo super rico.

¿Siempre usas el recurso de la estampa?

–Sí, yo uso sólo serigrafía porque como trabajo con artistas es ideal ya que trabajás con pintura y con el defecto. Y eso es bien pertinente. La prenda termina siendo de algún modo única. Por eso mi moldería es bien simple.

¿Cómo llegó lo de Tokio?

–Nos presentamos y fuimos seleccionados. La verdad fue una experiencia increíble. Después de haber viajado con mis colecciones a Chile y a Colombia, Japón era un destino que tenía en mente. Algo deseado. Sobre todo por la experiencia de vida que podía aportarme. Y volví enamorada de la cultura, de la gente. El modo de trabajar y de vivir. El respeto. Los japoneses son gente ideal para trabajar: educados, respetuosos, todo legal, con tiempo. A la gente en la calle por más que son millones no la escuchás. Las mujeres son super elegantes. Lo que más valoro del viaje fue haber podido conocer esa cultura. Después tenemos mucha fe en los contactos realizados porque les gustó mucho nuestra impronta. Veremos que pasa.

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