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Sábado, 8 de octubre de 2016

La Plata, Brad Pitt y la Secesión Vienesa

 Por Jorge Tartarini

Los costos son los costos, le dijeron al ahora divorciado ídolo norteamericano. Y debió cambiar una supuesta estadía en Viena, con ópera y tarta Sacher incluidas, por otra en La Plata con medias lunas de grasa en la terminal ferroviaria. Allí estuvo en 1997 cuando se filmaron escenas de Siete años en el Tibet, un bodrio que nunca –ni de lejos– conoció la red carpet, en donde personificaba al alpinista austríaco Heinrich Harrer. La producción del film debía ambientar la salida de Brad (Heinrich) de Austria en 1939 rumbo al Tibet y la arquitectura de la terminal ayudó a ambientarla. Todos recuerdan el paso de aquella troupe, las decenas de extras contratados, las protestas de los comerciantes por ocultar los frentes de sus negocios, en fin.

¿Por qué se había elegido esta terminal? En cuestión de sucedáneos, la producción del film de Jean-Jacques Annaud sabía lo que hacía. Si el Valle de Uspallata en Mendoza había sido útil para recrear Lhasa, la capital del Tibet, la terminal platense y sus aires de Secesión Vienesa bien podrían ambientar la arquitectura de algún pariente ferroviario austríaco, lejano. En este caso la estación de Graz, flanqueada por banderas nazis y soldados, junto con jovencitas vestidas como Heidi de paseo y un mar de gente con ropas de abrigo. Todo en aquel tórrido verano platense y con el fondo de las admiradoras de Pitt aullando.

La terminal había sido inaugurada en 1906 por el británico Ferrocarril del Sud, en reemplazo de la que funcionaba desde los primeros años de la ciudad en el actual Pasaje Dardo Rocha. El traslado se hizo para aliviar los problemas de tránsito que causaba la ubicación de esta última en el área céntrica de la ciudad, llevándola al borde del ejido urbano fundacional.

Por fortuna para Annaud y su presupuesto, la empresa ferroviaria confió el proyecto a dos de sus mejores arquitectos: el inglés Paul Bell Chambers y el norteamericano Louis Newbery Thomas. Arribados a nuestro país en 1895 y 1896 respectivamente, juntos proyectaron numerosas obras como las estaciones Barracas (H. Yrigoyen), Ingeniero White, Las Flores y Quilmes; el Banco de Boston, la Casa Harrods, el Colegio y Sanatorio Saint George, y la cervecería Pilsen en Llavallol.

El 1º de octubre de 1906 se inauguró “el nuevo palacio de la calle 1”, como decía un diario de entonces. Chambers y Thomas habían empleado un lenguaje ecléctico en el que se destacaba abundante ornamentación y detalles decorativos antiacadémicos. Abundaban estas formas en el hall de boleterías, en la confitería y exteriormente rodeando la cúpula principal. Con los años fue perdiendo este rico equipamiento que, además de estatuas interiores y exteriores, comprendía artefactos de luz y mobiliario especialmente diseñados. El cañón de la nave sobre los andenes tenía la clásica solución de arcos de hierro triarticulados, con vigas secundarias y chapas acanaladas, fajas vidriadas de iluminación cenital y tímpano traslúcido del mismo material.

La inauguración alcanzó su máximo esplendor en horas de la tarde, cuando acudieron numerosísimas familias y grupos de jóvenes que colmaron la confitería, donde se veían “…mujeres con elegantes vestidos de gasa y amplios cuellos bordados; matronas con amplios sombreros recibían galanteos, reverencias, sonrisas y cuchicheos de los no menos elegantes caballeros, ataviados a la usanza de la época; esto es, con galeras altas, pantalones ajustados, y muchos con bastón y guantes. La mayoría con bigotes y barbita, polainas y una flor en el ojal (...) Afuera, desde muy temprano, en fila india, los clásicos cocheros, y todos los vendedores ambulantes: masiteros, floristas, lustrabotas, billeteros, maniseros, globeros, empanaderos (...) Las calles, a su vez, estaban prácticamente cubiertas de charrets, sulkys, caballos enjaezados y cientos de perros deambulando por allí.” (Carlos A. Moncaut. “La Plata, 1882-1982. Crónicas de un siglo”. La Plata. Municipalidad de La Plata, 1982. P. 79).

Claro, eran los primeros años del siglo XX, la edad de oro del riel y la multitud de personajes era corriente. La fugaz movida fílmica que transportó por unas horas la terminal a 1939 pareció inyectarle algo de aquel esplendor. Pero hablamos de ficción, y la realidad de los años que siguieron fue cruel con el patrimonio ferroviario local. La reciente ejecución de proyectos de restauración orientados al rescate de esta bella terminal y de las estaciones intermedias que la vinculan con la porteña Constitución, abren expectativas favorables hacia una esperada y necesaria recuperación.

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