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Sábado, 6 de marzo de 2004

El patrimonio no se filetea

La Dirección de Museos hizo un concurso para filetear casas en el Abasto, como supuesto homenaje al tango y a Gardel. Una manera “oficial” de maltratar fachadas de valor histórico cuyo absurdo, polemiza el autor, se destaca pensando qué pasaría si hacen lo mismo con el Colón.

Por Marcelo L. Magadán
Arquitecto, esp. en restauración.

Hasta no hace mucho, el patrimonio arquitectónico de Buenos Aires solía destruirse, mayormente, por la mala acción de los vecinos y la permisividad oficial. Ahora que el tema del patrimonio parece haberse puesto de moda, los políticos lo incorporaron a sus agendas. Fue así como comenzaron a desarrollarse acciones que mucho distan de procurar la buena conservación y la necesaria transmisión, a las futuras generaciones de porteños, de los rasgos materiales que testimonian la cultura local.
En este marco se desarrolla un nuevo fenómeno: el de la destrucción del patrimonio de la ciudad a partir de la ejecución de intervenciones erróneas impulsadas por entes del propio gobierno local. Dicho en otros términos, el Estado –aquel que debiera evitar que otros destruyan– destruye, empleando en esas acciones fondos del erario público y presentando como válidas ante la sociedad propuestas que contribuyen a la degradación de ciertos testimonios urbanos. En este caso, del ya bastardeado barrio del Abasto, que acaba de sufrir los embates de un “concurso de fileteado de fachadas” organizado por la Dirección General de Museos de la Secretaría de Cultura de la Ciudad, en el marco del primer aniversario del Museo Casa Carlos Gardel y de la semana del tango.
Si mal no recuerdo, los museos tienen entre sus premisas la de contribuir a conservar el patrimonio. Pintando encima una obra, cuyo valor artístico no forma parte de la discusión, la repartición que los dirige muestra a los vecinos la forma en que ellos también pueden destruir una fachada histórica. En este marco, es posible que algún funcionario proponga ejecutar una serie de murales sobre la lírica, a ser pintados sobre las cuatro fachadas del Teatro Colón. Artistas plásticos de calidad para llevar adelante la empresa no nos faltan.
Pensemos un momento. Si esta propuesta suena absurda, la de filetear fachadas del Abasto también. Porque bien sabemos que, históricas al fin, unas y otras construcciones tienen su importancia a la hora de dar cuenta de nuestro pasado.
En el Abasto se pretende festejar al tango. Ese tango que, de no haberlos demolido o transformado hasta lo absurdo, deberíamos encontrar en muchos de los ámbitos por donde transitaron tanto Gardel como los humildes ciudadanos a los que refieren las letras de la “canción ciudadana”. Desaparecidos aquellos ámbitos de la mano del abandono y la desidia de vecinos y funcionarios, intentan hacer surgir la evocación a partir de peatonalizar una cortada, de colocarle un monumento al “zorzal criollo”, de una casa dedicada al tango recuperada sin demasiado respeto y de un recorte de adoquines frente a esa casa, ahora convertida en museo. Esos ocho metros de adoquines –otrora típicos– tratan de dar cuenta de la calle cantada en los tangos. Pero cual acto fallido, en realidad dejan en claro la ausencia de esos mismos adoquines en el resto de la cuadra, del barrio y de casi toda Buenos Aires, donde fueron sepultados por una gruesa capa de progreso-asfalto.
Se pretende evocar al tango, a Gardel. Pero sin la presencia del Abasto de Gardel. La realidad que existe –la de los testimonios auténticos–, destruida, deja paso a la escenografía del mito. La historia edulcorada se re-construye a conveniencia, como en un set de filmación. El visitante que busca al famoso cantor y a los protagonistas de tantas historias de las que aquellas letras hablaron, no puede encontrarlos en las mesas de los cafés, en el sillón de la peluquería, en el depósito de frutas y verduras del antiguo mercado. Porque nada de eso queda. Entonces pensamos que podemos engañarlo un rato con el perfil del “morocho” pintado en algún frente.

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