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Sábado, 11 de mayo de 2002

La vuelta de Retiro

La restauración de la estación Mitre terminó su primera etapa y está aprobando la difícil materia de ser un espacio público de uso masivo y mantener su carácter patrimonial.

 Por Sergio Kiernan

No sirven los grandes tés de antaño, aquellos high teas que resultan una cena temprana, un arco que va de los kippers ennegrecidos y calientes a las bombas de crema, pasando por los sandwiches de miga. No importa: ¿quién tomaría algo así hoy en día? ¿Qué es eso de una cena con té?
Pero ahí sigue el gran piso de roble, las cinco balconadas con reja romana, las siete puertas y ventanas paladianas de grandes hierros patinados para que parezcan de madera, como las tapas de sus arcos. Ahí están las columnas de orden compuesto, ornadas, en pendant con pilastras idénticas, las boisseries y, sobre todo, arriba y dominando, las arañas de bronce y opalina blanca, las arañas que algún milagro salvó del vandalismo que por décadas se comió un gran edificio.
Son ocho medianas, cuatro de fuste largo y cuatro que, bajo las balconadas, cuelgan cortas. Y es una, la central, que la va de orbe de bronce, con su órbita de brazos y esferas, su cadena múltiple, su satélite arriba, su rueda de carro de combate que la fija al centro de una cúpula de vidrios coloreados que exhibe fascii curvos y dorados, verdes laureles en el cristal de vago aire decó.
El hogar de estas maravillas es el viejo salón de primera clase, que tuvo sus días de gloria cuando compartía con un restaurante de Singapur el título de “mejor lugar para comer a la inglesa fuera de Inglaterra”. Hoy, después de más años de los que nadie puede recordar, es un café agradable y elegante, una verdadera excepción a lo que uno tiene en mente cuando piensa en una estación de trenes.
La cabecera del Mitre en Retiro terminó su primera etapa de restauración y está pasando bien los primeros tests de un edificio histórico, de indudable valor patrimonial, que es usado por decenas de miles de personas cada día. Y es una alegría ver a la estación con más luz, despejada de tanto agregado, transformada en un espacio público digno y agradable, limpia por primera vez en mucho tiempo.
La restauración se concentró en el volumen principal del gran edificio y en las áreas que usan los pasajeros: el hall de entrada, el gran hall principal, los comercios. Como se debe, empezó de arriba para abajo, solucionando las enormes filtraciones que arruinaban cielorrasos y amenazaban estructuras, sellando lo abierto, reemplazando lo perdido o roto. Armado con los planos del estudio Follet, preservados en la FADU, y con las fotos del museo ferroviario, el equipo dirigido por el arquitecto Alberto Varas, del estudio av&a, hizo renacer la estación usando una rara mezcla de criterio histórico y adaptaciones a los usos actuales de un edificio semejante.
Uno de los criterios más firmes fue disminuir el grado de polución visual de Retiro. Por eso, hoy se pueden ver desde la entrada los arcos que dan a la nave de andenes, antes cerrados por carteles. Y por eso los paños de ladrillos de vidrio de los techos hoy dejan pasar la luz, donde antes estaban pintados con brea. Por eso los nuevos comercios son autoportantes y lo más livianos posible, y hasta los teléfonos públicos son autoportantes y ya no están abulonados a las paredes.
Impacta ver el gran cielorraso del hall principal en perfecto estado, con sus molduras bien iluminadas con bañadores y reflectores cruzados que refuerzan la penumbra original de las lámparas colgantes. Paredes limpiadas, basamentos de mayólica verde reparados con yeso y materiales sintéticos: lo que antes parecía acribillado por décadas de clavitos y tornillos, hoy aparece liso e intacto.
Por todas partes hay detalles que alegran: los relojes públicos vuelven a funcionar y sus bronces originales brillan, el frente está libre de mugres y pintadas, el cobre de las lámparas dejó de ser negro, la vieja sala de espera de damas –hoy un locutorio– muestra su chimenea como nueva. La única alteración de fondo a la circulación de la estación se ve en el port cochiére, en el que ya no se eternizan filas de taxis con elmotor encendido poluyendo el cielorraso. La entrada de carruajes muestra hoy un pavimento sin desnivel que conserva la traza del cordón y exhibe adoquines trabados en diagonal, a la inglesa, como en su estreno. Y, en imitación de sus curvas, hay un local doble que aloja una boutique y una librería.
En resumen: la estación del Mitre es uno de los pocos espacios en estos tiempos tristes que mejoró su calidad. El proyecto de despeje continúa con la circulación peatonal hacia las otras estaciones –a mano derecha como se entra, ya se ve el portal– al que le falta una calzada y una serie de demoliciones trabadas por juicios inverosímiles. Lo que ya está hecho es un buen ejemplo de lo que podría hacerse con otros espacios públicos que parecen abandonados de toda esperanza, como condenados.

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El cafe en el antiguo salon de primera clase.
FOTO: SANDRA CARTASSO
 
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