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Sábado, 24 de julio de 2004

Barriendo pintura

Por Matías Gigli

Justo Solsona, pintor. La historia no llega a diez años de antigüedad. Estando aburrido en unas vacaciones en Manantiales, en la costa de Maldonado, Uruguay, Solsona baja al depósito del conjunto que él mismo materializó, y descubre los restos típicos de un edificio terminado y que nadie se atrevió a tirar: un par de puertas interiores de madera, varias latas abiertas de esmalte sintético y una vieja escoba de paja. Desde ese momento y con esos elementos, Jujo se introduce en algo nuevo: pintar en la dimensión que la escoba le pedía: en grande.
Actualmente, algunas de sus pinturas están colgadas en la Galería Principium de Esmeralda 1367. Lo bueno es que lo que empezó como un acto lúdico, actualmente lo sigue siendo. Solsona –explicado por él mismo– salta de un tema al otro sin buscar la coherencia de la serie ni intentar apoyarse en teorías que sustenten sus grandes imágenes. Con la tela en el piso y la escoba en la mano, consigue la distancia para relacionarse con los colores. Sigue con el esmalte sintético brillante, volcando en el plano el material con gestos rápidos los colores puros: el azul, el negro, el rojo, dejando que la mancha los mezcle.
Las formas resultan del gesto de la escoba y del derrame voluntario de pintura. De esta modalidad surgen columnas dóricas, figuras de mujeres, soldados o simplemente composiciones abstractas. En el prólogo del catálogo, Nelly Perazzo subraya “el afán de auscultar la realidad como desborde, como accidente, como azar, penetrando su irreductibilidad a lo racional, su irreductibilidad a la formalización de los lenguajes”.
El Solsona pintor se explica como una forzada fuga del Solsona arquitecto. Sin buscar oxígeno dentro de la disciplina colectiva, que es la arquitectura, en donde el producto rara vez es de autoría de una sola persona, y que tiende a prolongar un gesto en el largo transcurso del proyectar hasta la concreción. La pintura, en cambio, le permite a Solsona encontrar una rápida respuesta a ideas y gestos, además de posibilitarle el campo propicio para expresar en el plano un mundo escindido de toda responsabilidad social, del cual una obra de arquitectura requiere.
Lo lúdico es el centro, la posibilidad de materializar una obra sin esa constante necesidad de tener que explicarse y explicar a un otro el porqué y el para qué. Poder olvidar por un instante el peso de un nombre: Solsona.

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