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Sábado, 21 de agosto de 2004

Bariloche en retroceso

Fue pionera en buen gusto urbano y planeamiento con respeto a la estética y el medio ambiente. Hoy varios proyectos mal pensados –pero rentables– pueden dejarla sin playa, con sus paisajes afeados y degradada.

Por Liliana Lolich
nBariloche tiene el raro privilegio de encontrarse inmersa en un Parque Nacional, a la vera de uno de los lagos más majestuosos y bellos de la Patagonia. Su indiscutible calidad ambiental fue potenciada durante la gestión de Exequiel Bustillo (1934-1944) como presidente del directorio de Parques Nacionales, quien fue responsable de la expropiación de tierras que orillan el lago para la avenida costanera, una admirable concepción paisajística que trasformó la costa, abriendo la ciudad hacia el paisaje. Simultáneamente se ideó la arquitectura de interfase, como adecuado marco edilicio. Esa visionaria concepción ambientalista reconoce como principales ideólogos a los arquitectos Alejandro Bustillo, Ernesto de Estrada y Miguel Angel Cesari, quienes se ganaron un espacio en la historia de la arquitectura y urbanismo patagónicos.
Esa historia registra en la costanera testimonios notables como el conjunto edilicio del Centro Cívico, cuya calidad mereció una de las pocas declaratorias de Monumento Histórico Nacional a obras relativamente recientes. Otros casos notables son el edificio de Movilidad y Talleres del Parque Nacional Nahuel Huapi, la escuela 266, la sede del Departamento Provincial de Aguas, la Catedral y la sede del ACA, de Antonio Vilar, hoy demolida.
Aunque se puede cuestionar el desprecio a la modesta arquitectura maderera de los pioneros, la década del 40 marcó un hito en la evolución urbana de Bariloche con obras notables, concebidas con sensibilidad estética y ambiental, de profundo respeto por el entorno natural. Estética y calidad ambiental que hoy aparece amenazada por la aprobación de construcciones que echan por tierra la previsiones del Plan Director dirigido por Raúl Hernández, aprobado en 1979, cuyos códigos urbano y edilicio merecieron el máximo reconocimiento como la primera planificación urbana del país desarrollada con criterios ecológicos.
Es así que encontramos barrios de vivienda erigidos por organismos públicos en sectores de la ciudad, como la zona del río Ñireco, que entonces fueran reservados para parques y paseos públicos por su condición de “áreas inundables”. Previsión cuyo acierto quedó crudamente demostrado en las catástrofes vividas recientemente.
Y hoy se están erigiendo importantes ampliaciones de hoteles y obras sobre la costa del lago que superan las alturas previstas, lo que priva de visuales panorámicas desde la ruta a Llao Llao. Son, además, terrenos expuestos a inundaciones y derrumbes. También está en consideración la construcción de un Centro de Congresos y Convenciones aledaño al puerto, que alterará definitivamente la calidad ambiental del Centro Cívico y destruirá una de las pocas playas urbanas de irrestricto uso público que aún conserva la ciudad. La aprobación de obras como un lamentable “shopping” y la ampliación del hospital en un área de alta conflictividad en el tránsito se suman a los disloques más recientes.
Todo esto ocurre en una ciudad con una importante trayectoria turística y de reconocida experiencia en estudios de impacto ambiental, mientras que otras ciudades patagónicas como Caleta Olivia y Río Gallegos, que intentan afianzarse como destinos turísticos, realizan importantes inversiones para recuperar sus costaneras exclusivamente como paseo público y playa, sin el menor agregado de contaminación arquitectónica.
La portuaria ciudad de Punta Arenas, en Chile, se encuentra concretando lo que Bariloche realizó hace más de 70 años: la expropiación de propiedades para abrir su avenida y paseo costanero de amplísimas visuales panorámicasque se internan generosamente en el paisaje del estrecho de Magallanes, como gesto propiciatorio de su inminente despegue turístico. Bariloche, en cambio, lejos de progresar, está en franco proceso de retroceso, entregada a mezquinos intereses especulativos y políticos instalados cual “máquina de trasgredir” en connivencia con autoridades, colegios profesionales y, más aún, prestigiosos intelectuales del medio.
Es así como, hasta unas décadas atrás, Bariloche era ejemplo y modelo de desarrollo turístico. Más allá del irreparable daño a la calidad de vida de los habitantes, hoy es el antimodelo de quienes procuran convertir a sus ciudades y sus espacios públicos en exitosos atractivos. Mientras la ciudad destruye el paisaje, se reproducen los organismos creados expresamente para promover el desarrollo turístico y un Centro de Congresos y Convenciones en la playa lacustre, insumiendo ingentes presupuestos de la comunidad, que sólo consiguen afianzar el destino de un Bariloche que pudo y no quiso ser n

La autora es arquitecta y reside en Bariloche.

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