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Sábado, 15 de enero de 2005

Salvamento

Donde unos ven escombros, otros ven tesoros. La historia de una firma que se dedica a desarmar edificios con pasión de coleccionistas, rescatando lo que terminaría triturado.

 Por Sergio Kiernan

Recorrer los apretados pasillos de De Ayer y de Siempre crea un sentimiento contradictorio. En un mundo civilizado, cada una de estas partes de viejas construcciones –mejores y más hermosas que cualquiera que se realice hoy– estarían en su lugar original: en edificios patrimoniales conservados y bienqueridos. Pero no vivimos en un mundo civilizado sino en la Argentina, donde el destino regular de lo que es viejo es el relleno sanitario, el piso de escombros. Por eso es que este local de Ituzaingó es más un arca que un cementerio, algo que sus dueños hacen muy pero muy explícito.
Es que los dueños de De Ayer y de Siempre son coleccionistas, gente que confesamente compra más de lo que vende y a la que le cuesta desprenderse de ciertas piezas. Así, en casa y en el comercio se acumulan libros de construcción, carpintería y arquitectura viejísimos, además de una notable cantidad de catálogos de herrería, maderas, mayólicas, instalaciones y electricidad. También están las colecciones de carteles, de chapa como de papel, y de jarras de metal enlozadas, que se ramifican en teteras, cacerolas y cafeteras. La casa es en sí misma producto del coleccionismo, un verdadero catálogo de cerramientos, materiales y accesorios de época.
En el enorme galpón de Ituzaingó, frente al Acceso Oeste, duermen ciertas joyas esperando nuevos dueños. Por ejemplo, hay cuatro notables inodoros ingleses de más de un siglo de edad, tres de ellos floreados y uno acompañado todavía de su descarga, también floreada, y de su notable, excepcional bidet, todo sellado IRIS para Heinlein & Co de Buenos Aires. El cuarto sanitario es un Turbine Sanitary Co cuyo pie, totalmente blanco, está tallado en bajorrelieve con motivos florales en un estilo vagamente bizantino. Hay dos cosas para decir sobre este stock: que ya lo quisiera más de un anticuario inglés, y que hoy cuesta encontrar vajilla con este nivel de terminación. El origen de las piezas es variopinto y democrático: alguno viene de una gran mansión porteña ya desaparecida, otro de un inquilinato que merecía la infamia, pero tenía buenos baños.
Como tantas demoliciones, ésta tiene pasillos estrechos formados por cantidades de puertas. Hay de interiores, algunas con sus vidrios grabados al ácido o con bellos vitrales. Hay de exteriores, algunas realmente imperiales y otras provenientes de modestas piecitas del fondo, como una de maderas gastadas y marcadas, hecha de tablas verticales clavadas sobre travesaños, como si los españoles no hubieran inventado la de tableros hace cinco siglos.
Por todas partes hay cantidades de herrerías, sanitarios de todo tipo, brocales de aljibes y hasta algunos muebles. Pero lo llamativo es el amplio surtido de ciertos elementos raros de ver en este tipo de comercio. Por ejemplo, las estanterías de paños completos de mayólica de todo tipo, desde el andaluz más descontrolado hasta el inglés celestón y estreñido. Y no son piezas sueltas sino baños enteros, zaguanes desarmados con esmero para salvar cada pieza, de modo de rearmarlos en otro lugar. Lo mismo ocurre con kilómetros de pisos calcáreos, todo catalogado con etiquetas que indican la cantidad de piezas de cada juego, los metros que ocupan y los diseños que forman.
Colgando aquí y allá hay zinguerías inglesas o argentinas viejísimas, en otros estantes hay interminables cantidades de ornamentos de yeso rescatados de cielorrasos perdidos, en un rincón hay piletones y más piletones uno encima del otro, en otro se acumulan balustres de todomodelo y material. En una vitrina se exhiben elementos que parece que nadie más se molesta en rescatar: florones de loza para duchas, cañerías de bronce, llaves de luz de porcelana, colgadores de toallas de metal esmaltado, tapas de luz ornadas. En fin, la amplia gama de objetos poco visibles que le dan textura a un ambiente y que fueron exhibidos en la última Antiquaria.
Estos detalles hacen creíble que De Ayer y de Siempre se defina como un negocio de arqueología urbana. El trabajo favorito de sus dueños es tener tiempo para desarmar la casa a demoler, ganarles a los que ven una linda montaña de escombros y poder rescatar hasta la estructura que sostiene las pinoteas de los sollados. Es que en la demolición promedio, explican, se rescata apenas el 20 por ciento de lo que se podría: puertas, ventanas y mayólicas son negocio, el resto sigue viéndose como basura.
¿Dónde va a parar todo esto? Una parte va al exterior, particularmente todo lo que sea de piedra, como las bacías y piletones de mármol de una pieza, verdadera pasión de los australianos, que se las llevan hasta en avión. Una considerable cantidad de elementos va a las muchas estancias y casas de campo que están siendo reconvertidas para el turismo y tienen que revertir las tonterías de años pasados, cuando quisieron ser modernas. Pero la parte del león está en los countries, dándole alguna gracia a diseños fallutos o completando variaciones sobre temas de siempre. Anecdóticamente, parece que mucha gente al construir su casa de fin de semana quiere rescatar la memoria de galerías con parrales o zaguanes de infancias felices, con un fresco de mayólicas y columnitas de hierro.
Este año, la esquina del local se va a transformar en un muy peculiar museo. Sucede que los dueños de De Ayer y de Siempre tienen la costumbre de guardarse la mercadería abandonada por antigua en locales de todo tipo que demolieron, y tienen más que suficiente para reproducir un almacén de campo de las que no quedan. En el futuro museo va a haber desde una estantería de viejísimas bebidas –cada botella llena con su contenido original– hasta cajas de clavos para herraduras de antes de la Primera Guerra Mundial, hechos en Buenos Aires con un acero sueco tan excelente que a casi un siglo parecen nuevos, sin una mácula n

De Ayer y de Siempre está en Perón 9892, Ituzaingó. Tomando el Acceso Oeste hay que salir por el puente Quintana y cruzar la autopista. 4481-2981. www.deayerydesiempre.com.ar

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