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Sábado, 2 de abril de 2005

Para restaurar los budas

El ICOMOS anda metido en una aventura en apariencia imposible: restaurar los monumentales budas de Bamiyan, las dos esculturas gigantes de Afganistán que los talibanes destruyeron a cañonazos en 2001. El trabajo, que está en su primera etapa, implica un verdadero rompecabezas de miles de piezas de piedra porosa tiradas por todas partes, con fragmentos pulverizados por las explosiones.
Bamiyan fue un pequeño reino independiente y una próspera parada en la Ruta de la Seda que unía China con Medio Oriente en tiempos medievales. En el siglo II, quinientos años antes de Mahoma, Afganistán era mayoritariamente budista, en parte por la influencia de Kanishka, rey, poeta y converso. Para el 600, Bamiyan era un próspero y muy visitado mercado intermedio al pie de un acantilado enmarcado por los picos de cinco mil metros de altura del Hindu Kush. En la pared del acantilado estaban los budas como centro de una serie de cavernas que alojaban monasterios budistas.
Las dos esculturas, una de 60 de metros de altura y la otra de 41, fueron excavadas en profundos nichos en fecha desconocida y por manos olvidadas. Originalmente pintadas en oro, ocre y lapislázuli, las esculturas tenían brazos de madera estucados y pintados, y placas de mica sobre los hombros para reflejar la luz. Los nichos estuvieron cubiertos de vívidos frescos con escenas ejemplares de la vida de Gautama.
Con la llegada del islam, los monasterios se replegaron hacia el Tibet y las esculturas fueron abandonadas. Hasta se olvidó su significado y eran presentadas a los viajeros como retratos de un matrimonio de reyes o de dioses paganos, con la escultura menor identificada como una mujer. Así anduvieron quince siglos, hasta que la jirga talibana –el consejo del mullah Omar– decidió destruirlos a cañonazos. Era una aplicación maliciosa y extremista de la prohibición coránica de representar la imagen humana. Los esfuerzos internacionales por detener a los maníacos islamistas fueron inútiles y en marzo de 2001 comenzaron a demolerlos.
Omar fue prolijo: por varios días entrenó a sus artilleros disparando con cañones antiaéreos contra las esculturas y hasta plantó minas antitanque al pie de las esculturas, para que al caer los pedazos fueran triturados por nuevas explosiones. De las esculturas quedaron las siluetas y una enorme pila de escombros.
El año pasado se instaló en Bamiyan un equipo del ICOMOS –el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios de la ONU– capitaneado por Edmund Melzl, un alemán de grandes bigotes y sombrero aludo. La tarea de Melzl consiste en identificar y mapear los 4000 fragmentos que quedaron de cada estatua, algunos del tamaño de un auto y otros de una uña, para rearmar los budas. La tarea es concebible porque la piedra local es sedimentaria, curiosamente estriada, lo que permitiría encontrar el lugar original aunque sea de las piezas mayores. El plano de obra es un juego de modelos en escala 1/200 creado por un especialista suizo que pasó una serie de fotos de archivo por un software especial.
Los primeros pasos del trabajo fueron dados a principios del año pasado, cuando un equipo italiano reforzó los mismos nichos, que corrían el riesgo de derrumbarse por las grietas causadas por las explosiones. Lo que todavía continúa es el desminado del lugar: Omar plantó minas antipersonales por todos lados, para que la gente ni pudiera acercarse a los budas.
Y mientras Herzl estudia y clasifica piedritas, a 800 metros del Buda menor se realiza una excavación en busca de un tesoro fascinante. Sucede que hace 1400 años, un viajero chino visitó Bamiyan y dejó escrito que el lugar tenía tres esculturas del Gautama, dos en el risco y una tercera acostada, de trescientos metros de largo. Es la única referencia conocida de una tercera obra y un equipo de excavadores al mando del afgano-francésZemaryalai Tarzi la está buscando debajo de una cuchilla que podría ser artificial.

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