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Sábado, 15 de octubre de 2005

POSTALES PATRIMONIALES DEL VIEJO BUENOS AIRES

Patrimonio en el bolsillo

La Ciudad acaba de publicar una serie de postales patrimoniales del viejo Buenos Aires, con piezas Art Noveau, cúpulas, fileteados, arqueología y hasta equipajes del tiempo de los vapores.

El gobierno porteño acaba de agregar una bonita publicación a sus series sobre patrimonio y sobre la ciudad. Es una cajita de postales de Buenos Aires, producida por la Dirección General de Patrimonio, que contiene 36 imágenes nuestras, bajo la forma de seis tiras temáticas. Hay, en la cajita, imágenes de la ciudad vieja, piezas de patrimonio Art Noveau, cúpulas, muestras de fileteado, objetos de arqueología y hasta accesorios de modas pasadas. Estos pequeños rectángulos doblan como introducción al patrimonio de la ciudad, testimonios de lo que se perdió y estupendos recuerdos de viaje. Y son, por supuesto, postales para enviar.

Las seis fotos de Imágenes del ayer pertenecen a la colección del Museo de la Ciudad que fundó y dirige el eterno José María Peña. Hay una toma del balneario municipal de cuando se podía usar el río, una del obelisco en plena construcción y de la Nueve de Julio en plena demolición, una del Riachuelo cruzado por un ferry remolcado, y dos imágenes urbanas que casi dan ganas de llorar. La primera muestra la esquina de Arcos y Echeverría sin torres alucinadas ni hormigones: puro árbol, la calzada vacía y dos pibes parados en una esquina colonial. Es un Belgrano que no cierra con el de hoy, demolido y tonteado por la saturación de torres y tránsito. La segunda imagen muestra la Avenida de Mayo en 1917, recorrida por faetones y autos a bigote que todavía circulaban al revés, a la inglesa. Lo que llama la atención es la pulcra coherencia de la avenida, de altura pareja y sobre todo de una textura tan lograda que parece mentira. Es una belleza que todavía no había sido arruinada por algunos de los edificios más berretas que el sadismo arquitectónico supo crear.

La serie de Remates urbanos trae seis viejos amigos: la cúpula del Barolo, la del Congreso, el zigurat de Virasoro en la Diagonal Norte, la torreta del Opera en la calle Corrientes y una de las cúpulas que sobrevivieron la semidemolición del increíble hospital español –que debería pasar a llamarse “visigodo”, por el calibre del nuevo edificio–. La de Patrimonio Art Noveau cuenta con la tumba de Rufina Cambaceres en Recoleta, esculpida por Richard Aigner y, dicen, hogar de su fantasma encantador. También están los hierros enriquecidos de Avenida de Mayo 1396 y de Hipólito Yrigoyen 2562, y el frente de Chacabuco 78, de Julián García Núñez.

Las series restantes salen de lo previsible. La de Arqueología urbana exhibe piezas encontradas en excavaciones por toda la ciudad vieja del equipo que dirige Daniel Schavelzon: botellas y perfumeros, una serie de azulejos de Calais, una pava acompañada de cucharón y plancha, un juego de vajilla inglés de mediados del siglo XIX y unas rotundas limetas de ginebra. El museo nacional del Traje aporta seis tomas encantadoras de peinetones, hebillas, carteras de fiesta y hasta un juego de equipaje del tiempo de los vapores: baúl, valija, valisse y sombrerera de cuero rígido. El museo Manoblanca, de Nueva Pompeya, exhibe en la última serie seis piezas, en las que se destacan los colores limpios de Luis Zorz, el estilo barroco de León Untroib y un camión de los que ya no hay, firmado por Ricardo Gómez.

En fin, que la cajita producida por la Dirección General de Patrimonio que lleva Nani Arias Incollá en la Subsecretaría de Patrimonio Cultural de Silvia Fajre, tiene lo suyo. Digamos que una picada de imágenes patrimoniales, de bolsillo.

Dos para que la Legislatura vote

Dos noticias que afectan el patrimonio porteño y pasan por la Legislatura porteña. Por un lado, la diputada porteña Alicia Caruso (Frente Grande) presentó a fines de septiembre un proyecto de ley para terminar con el limbo en que vive la casona de Mansilla en Belgrano, una de las últimas casas quintas que quedaron en lo que pasó a ser la Capital y la última gran mansión de las que abundaban en ese barrio ya arrasado y repoblado de torres.

La casona de Mansilla, en la calle 3 de Febrero, sobrevivió largos años como escuela primaria, con un nivel de conservación llamativo. Cosa rara en los edificios antiguos que quedan bajo tutela del sistema escolar, no fue frívolamente remodelado. Hasta donde se puede ver, los ambientes que creó Mansilla para sus fines de semana siguen ahí y hasta se adivinan molduras, boisseries y balustres originales por aquí y por allá. El amplio jardín del caserón mantiene parte de sus árboles y de sus edificios accesorios.

Desactivada la escuela, que se mudó a la vuelta, el colegio mantuvo una semivida más apacible como Normal, hasta ser cerrado hace unos años. Ahí comenzaron los problemas. Como esto es Argentina, no estaba protegido y se salvó raspando de ser demolido para hacer –cuándo no– más torres. Los Macri terminaron limitando su proyecto a “apenas” rodear el edificio con torres, pero finalmente el tema quedó en la nada, con el caserón ya protegido a nivel Ciudad y Nación pero cerrado. Vecinos –y docentes de la vieja escuela– lograron que el dueño les permitiera entrar regularmente a limpiar, por lo que la casa no tuvo el destino habitual de estos casos, derrumbarse hasta la tapera por lo que se puede demoler finalmente. En un país civilizado, esta treta está punida por ley –el dueño debe gastarse una fortuna en reconstruir el bien, por pícaro– pero aquí no pasa nada.

Lo que Caruso presentó busca destrabar el nudo de qué hacer con la casona, por la que el dueño pide una cifra y el gobierno porteño ofertó otra. La diputada propone que el Banco Ciudad tase el inmueble y que sea expropiado por esa suma, para crearse el Museo del Libro Tesoro.

La otra noticia es alarmante: el café Argos, en Alvarez Thomas y Lacroze, y uno de los cafés notables de la ciudad, puede cerrar y transformarse en una farmacia. Los vecinos de Colegiales, que ya perdieron su cine, transformado en boliche bailable de los que se pasaron meses cerrados, están en armas para salvar su café, inaugurado en 1930. El problema es que el bar, de los últimos que quedan con su vieja fisonomía esquinera, pertenece a un señor ya mayor, que quiere retirarse y ya no tiene ni capital ni voluntad de mantener el lugar. Nadie se enoja con él, pero los vecinos quieren que el Argos siga abierto, con nuevos dueños o inquilinos. No sólo quieren seguir teniendo su bar: si la esquina pasa a ser un Farmacity será arrasada, ya que la cadena es partidaria de la demolición total de interiores, el cambio absoluto de aperturas y los colores puros, todo en nombre de la “identidad corporativa”. La diputada Caruso presentó un proyecto urgente para que el Argos reciba protección estructural, el grado máximo posible, lo que bloquearía la “reforma” vandálica de la esquina.

El café tiene además de su palco de orquesta y muchas maderas que vieron tiempos idos, un lugar en la historia trágica de esta ciudad. Durante los años de plomo, una redada militar en el bar se llevó a varias personas que desaparecieron para siempre.

En resumen, la Legislatura tiene dos proyectos de ley para demostrar que se acuerda del tema patrimonial. Según parece, ambos tienen algún consenso para ser tratados.

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